Caitlin Thomas 

25 de agosto de 2017

En los esfuerzos de la Iglesia paraenseñar sobre el mal gravísimo del suicidio asistido y las amenazas que implica, debemos usar un lenguaje claro y enérgico. Y es siempre, siempre importante que lo hagamos con amor.

El suicidio asistido es un suicidio. En los pocos estados donde es legal, los médicos dispuestos a hacerlo, prescriben drogas letales a pedido de los pacientes que buscan las drogas para ponerle fin a su vida. Los defensores del suicidio asistido utilizan términos como "muerte con dignidad" y "ayuda a la hora de morir". Pero son engañosos. Son frases empalagosas de una ideología venenosa que ataca toda nuestra dignidad y valor como seres humanos.

Estas frases van más allá de juegos de palabras y se convierten en contradicciones intensas que cuidadosamente se convirtieron en ley. De hecho, cada ley estatal (y cada proyecto) que legaliza el suicidio asistido en este país sigue la ley de Oregon, que proclama: "las acciones que se realicen conforme a [la ley], para ningún fin, no constituirán suicidio [o] suicidio asistido". Entonces, ¿conforme a la ley misma, el suicidio asistido no es suicidio asistido? La única respuesta razonable a esta fanfarronada legal debe ser algo similar a este sentimiento de un personaje sabio en El gran divorcio de C.S. Lewis: "Toda enfermedad que se somete a la cura será curada; pero no llamaremos azul a lo amarillo para agradar a los que siguen con hepatitis".

No debemos dejar seducirnos por el lenguaje escurridizo para ignorar verdades difíciles. El proceso de morir puede ser doloroso, complicado, lleno de inseguridades y preguntas difíciles, al igual que la vida. Pero existe la muerte con una dignidad auténtica: morir en paz con Dios y con nuestros seres queridos. Las personas moribundas o con enfermedades terminales merecen la mejor atención que tenemos para ofrecer, incluido el tratamiento apropiado de los síntomas y el alivio del dolor. Hay una forma de enfrentar este proceso con paz, sin apresurar la muerte, pero sintiendo el apoyo y el cuidado amoroso que nuestra sociedad debe ofrecer a quienes se preparan para la muerte. Por otro lado, el suicidio asistido lastima a la persona y a toda la familia humana, enviando un mensaje de que algunas vidas ya están "completas" o no son tan valiosas como otras. Debemos eliminar el dolor, no al paciente.

La verdad siempre va de la mano con el amor. No basta con decir: {el suicidio es malo". También debemos decir: "la vida es buena", en especial cuando la vida es añeja, frágil, con capacidades diferentes, tan reciente y tan pequeña que los ojos no la pueden ver, o con un color de piel o lugar de origen diferente.

Debemos buscar la manera de aprender a amar mejor a los que están cerca de la muerte. Debemos orar por muertes santas para ellos y para nosotros mismos, reconociendo que Jesús nos lleva a una nueva vida con Él por medio de Su muerte y resurrección. Debemos rezar por la gracia para construir una verdadera cultura de la vida. Y debemos afirmar la bondad de la vida en todo lo que hacemos y decimos.


Caitlin Thomas es asistente de personal para el Secretariado de Actividades Pro-Vida de la Conferencia de Obispos Católicos de los Estados Unidos. Para leer la declaración de principios de 2011 de los obispos estadounidenses sobre el suicidio asistido y recursos relacionados, vea www.usccb.org/toliveeachday.