Lecciones de vida en un atasco

Anne McGuire

5 de diciembre de 2014

La paciencia nunca ha sido mi punto fuerte. La espera a veces se siente prácticamente eterna y sin sentido. A menudo, el esfuerzo por ser paciente está acompañado de diversos grados de sufrimiento: ya sea que se trate de esperar algo bueno que no puedo lograr en este momento, atravesar una situación dolorosa o muchas otras razones. En los últimos años, comencé a preguntarme con más profundidad qué es la paciencia, al comprender que debe ser algo más que resistir a regañadientes.

Un día, mientras estaba en un atasco de tráfico, reflexioné sobre qué me podía estar ofreciendo Dios en ese momento. Mientras observaba mi entorno después de hacerme esta pregunta, noté que crecían unas flores en la mediana. Los pequeños capullos bailaban suavemente en la brisa y, mientras disfrutaba el sencillo momento de belleza y paz, lo comprendí.

Quizás parte de practicar la paciencia supone concentrarnos en el momento presente y estar abiertos y atentos a lo que sea que Dios nos ofrece. Nos da tanto que a menudo podemos pasarlo por alto. Si me hubiera encerrado en mí misma enojada por el tráfico, me habría perdido esta valiosa lección de vida, que he descubierto que también se aplica a períodos de espera y sufrimiento más importantes.

Eso no quiere decir que debemos cerrar los ojos e ignorar lo que nos duele. Más bien, podemos consolarnos con el hecho de que incluso en situaciones difíciles, siempre hay algo para nosotros. Cristo da sentido a nuestro sufrimiento, y nos mostró con su Pasión y muerte que puede sacar el bien de las peores situaciones. Además, como escribió el Papa Benedicto XVI en su encíclica Spe salvi: “ El hombre tiene un valor tan grande para Dios que se hizo hombre para poder com-padecer Él mismo con el hombre, de modo muy real, en carne y sangre... Por eso, en cada pena humana ha entrado uno que comparte el sufrir y el padecer”. No estamos solos. No se nos abandona en nuestro sufrimiento, sea grande o pequeño.

Para vivir como Cristo, se nos llama a compartir con compasión el sufrimiento de los demás y el amor de Jesús por ellos. El Papa Francisco hace poco se dirigió a la Asociación de Médicos Italianos y les habló sobre la naturaleza de la verdadera compasión:
El pensamiento dominante propone a veces una ‘falsa compasión’: la que considera una ayuda para la mujer favorecer el aborto, un acto de dignidad facilitar la eutanasia, una conquista científica ‘producir’ un hijo considerado como un derecho en lugar de acogerlo como don; o usar vidas humanas como conejillos de laboratorio para salvar posiblemente a otras. La compasión evangélica, en cambio, es la que acompaña en el momento de la necesidad, es decir, la del buen samaritano, que “ve”, “tiene compasión”, se acerca y ofrece ayuda concreta (cf. Lc 10,33).
Cuando elegimos participar activamente del momento presente y valorar el regalo de Dios de la vida, le abrimos la puerta a una relación más profunda con Cristo. Esta conciencia y amistad con Jesús puede abrirnos los ojos a cómo nos invita a acompañar a los demás en su sufrimiento y a mostrarles su amor. Al continuar nuestra peregrinación juntos en la tierra, aferrémonos a Dios, que es fuente de la compasión verdadera.



Anne McGuire es directora adjunta de educación y difusión del Secretariado de Actividades Pro-Vida de la USCCB. Para más información sobre las actividades pro vida de los obispos, visite www.usccb.org/prolife.

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