KimberlyBaker

4 de noviembre de 2016

Hace unos días, estaba en uno de los carros del Metro lleno de gente durante la hora pico de la mañana. En una parada, una joven bastante normal, pero nerviosa, abordó. Cuando el tren arrancó de nuevo se enderezó y comenzó a hablar en voz alta a todos los viajeros.

Trató de proyectar su voz de manera consciente y controlada. Explicó, con tono vacilante, que recientemente se había quedado sin hogar, no tenía a dónde ir y agradecería cualquier ayuda monetaria o dinero que le ofrecieran. Pausó y añadió que acababa de enterarse de que estaba embarazada. Cuando terminó, miró al suelo con los ojos nublados por la incertidumbre.

Llevo varios años viajando en el metro. Esa fue la primera vez que veía a una joven explicar que estaba desamparada y embarazada, sus palabras vacilantes mientras miraba a los muchos rostros que la ignoraban. Toda su apariencia expresaba, de una manera sorprendente, a alguien que trataba de contener su temor y al mismo tiempo con la valentía de expresar su urgente necesidad.

Unas cuantas personas se acercaron, ofreciéndole papeletas de $20, que aceptó con manos temblorosas. Me sentí obligada a hacer más, a darle algo más allá de la expectativa de que tendría que vivir en la calle y el metro, día a día, pidiendo dinero. Tomé un papel y anoté información sobre una casa de maternidad local.

Le ofrecí el trozo de papel. Sorprendida, tomó el papel y lo leyó. Me miró, curiosa. Le expliqué gentilmente que era un lugar donde podrían ayudarla. Vi brotar de ella una sensación de alivio y algo más: un rayo de esperanza en sus ojos. Sonreí y asentí serenamente. Ella me sonrió y me dio las gracias en silencio.

Ese breve encuentro fue muy impactante; un intercambio con pocas palabras, pero nunca olvidaré la mirada de esperanza en los ojos de la joven. Mi esperanza es que haya podido llegar a la maternidad para que no tenga que pasar noches en la calle, sola y vulnerable.

A medida que comienza el frío y nos acercamos a las fiestas, recordemos especialmente a todas las personas sin hogar y a todas las mujeres que se enfrentan a embarazos inesperados, especialmente a las jóvenes solteras embarazadas que sienten que no tienen a dónde ir ni en quién confiar. Si conoces a alguna mujer en estas circunstancias, hay centros de ayuda durante el embarazo y hogares de maternidad que pueden ofrecer recursos y apoyo. Algunas casas tienen programas especiales para ayudar a las madres a terminar su educación y conseguir un trabajo. Consulte con su oficina parroquial o diocesana sobre los recursos locales.

Cuanto más nos eduquemos sobre qué ayuda hay disponible para las mujeres en crisis debido a embarazos, más podemos ser una luz para otros en situaciones oscuras. Incluso para el extraño con quien nos crucemos, siempre es posible ofrecer un poco de esperanza, no importa lo pequeña que sea.


Kimberly Baker es coordinadora de programas y proyectos para el Secretariado de Actividades Pro-Vida de la Conferencia de Obispos Católicos de los Estados Unidos. Para más información sobre las actividades pro vida de los obispos, visite www.usccb.org/prolife.