Nostra Aetate - Cirelli

catechetical-sunday-2015-poster-english-spanish-animatedLa Iglesia en su relación con los musulmanes

por Anthony Cirelli, Ph.D.
Director asociado de la Secretaría de Asuntos Ecuménicos e Interreligiosos
Conferencia de Obispos Católicos de los Estados Unidos

Me honra hablar sobre el tema de la relación de la Iglesia con los musulmanes, una relación que se ha vuelto cada vez más importante en este mundo post-11/9 y que está siendo especialmente resaltada en ocasión del quincuagésimo aniversario de la Declaración del Concilio Vaticano II sobre la relación de la Iglesia con las religiones no cristianas o, como se la conoce más comúnmente, Nostra aetate (NA). En este documento fundamental, hablando en términos amplios, los obispos del Concilio exhortaron a los fieles a entablar, "con prudencia y caridad… el diálogo y colaboración con los adeptos de otras religiones" (Concilio Vaticano II, Declaración sobre la relación de la Iglesia con las religiones no cristianas [Nostra aetate], en www.vatican.va/archive/hist_councils/ii_vatican_council/documents/vat-ii_decl_19651028_nostra-aetate_sp.html, no. 2). Este es nuestro mandato como católicos, a saber, buscar y promover lazos de entendimiento, colaboración, solidaridad, de hecho, amistad, con los no cristianos... y de estos, los padres conciliares dejan en claro su "aprecio" por los musulmanes (NA, no. 3).

¿Y cuál es la base de este "aprecio"? Aquí, el tercer capítulo de NA es instructivo cuando dice:

La Iglesia mira también con aprecio a los musulmanes que adoran al único Dios, viviente y subsistente, misericordioso y todo poderoso, Creador del cielo y de la tierra, que habló a los hombres, a cuyos ocultos designios procuran someterse con toda el alma como se sometió a Dios Abraham, a quien la fe islámica mira con complacencia. Veneran a Jesús como profeta, aunque no lo reconocen como Dios; honran a María, su Madre virginal, y a veces también la invocan devotamente. Esperan, además, el día del juicio, cuando Dios remunerará a todos los hombres resucitados. Por tanto, aprecian la vida moral, y honran a Dios sobre todo con la oración, las limosnas y el ayuno. (NA, no. 3)

Y así, es útil, y de hecho se alienta, que en aras de promover mayor entendimiento y lazos de amistad, lo primero que se debe reconocer cuando se habla de la relación de la Iglesia con los musulmanes no son nuestras diferencias, por reales y teológicamente significativas que estas puedan ser, sino más bien aquellos aspectos o prácticas de nuestras tradiciones de fe que tenemos en común; en verdad, las prácticas que ocupan el centro de nuestras vidas vividas como católicos y musulmanes, tales como la devoción a Dios con el cultivo de una vida sólida de oración y ayuno, así como actos de misericordia y caridad. Estas no son virtudes insignificantes; son, de hecho, las claves para vivir en armonía y paz relativa. Y estas virtudes, a pesar de ser ignoradas por muchos en ambas tradiciones, de hecho surgen claramente en los textos sagrados del cristianismo y del islam.

En la medida, por lo tanto, que los católicos, con la cooperación de nuestros hermanos y hermanas musulmanes, nos esforcemos en poner de relieve estas similitudes fundamentales entre nuestras tradiciones, así como señalar juntos dónde están ausentes, haremos, de hecho, una enorme contribución al bienestar general del mundo.

Y así, para ello, debemos comprometernos, en primer lugar, al diálogo, es decir, a compartir y escuchar, a perdonar y cooperar, a, en una palabra, edificarnos unos a otros buscando el bien del otro en vez de derribar a fin de dominar y destruir. Como el papa Francisco declaró al comienzo de su papado: "No se pueden construir puentes entre los hombres olvidándose de Dios. Pero también es cierto lo contrario: no se pueden vivir auténticas relaciones con Dios ignorando a los demás. Por eso, es importante intensificar el diálogo entre las distintas religiones, creo que en primer lugar con el Islam" (Papa Francisco, Discurso al Cuerpo Diplomático acreditado ante la Santa Sede, 22 de marzo de 2013, w2.vatican.va/content/francesco/es/speeches/2013/march/documents/papa-francesco_20130322_corpo-diplomatico.html).

Realmente necesitamos preguntarnos: ¿cuál es la alternativa? Hemos visto en los últimos tiempos cómo la incapacidad endémica para cultivar las virtudes de escuchar, perdonar y edificar al otro —serios prerrequisitos para entablar un diálogo positivo—ha llevado a escenarios muy reales de ignorancia, odio y violencia. Creemos, por tanto, que la forma más eficaz de trabajar para poner fin o al menos restringir estas trágicas realidades es construir amplias redes de diálogo... pues estas redes son las únicas que ofrecen la mejor oportunidad de crear lazos de amistad y confianza.

En resumen, Nostra aetate ofreció al mundo un llamado profético cuando declaró lo siguiente: "Si en el transcurso de los siglos surgieron no pocas desavenencias y enemistades entre cristianos y musulmanes, el Sagrado Concilio exhorta a todos a que, olvidando lo pasado, procuren y promuevan unidos la justicia social, los bienes morales, la paz y la libertad para todos los hombres" (NA, no. 3). Este llamado hace evidente para todos que el propósito, significado y orientación de la relación de la Iglesia con los musulmanes —un camino que los musulmanes también deben seguir si han de honrar sus propios textos sagrados y tradiciones— está irrevocablemente ordenado al diálogo en aras de la paz y la armonía social.

Y así, en términos prácticos, ¿qué estamos haciendo aquí en los Estados Unidos para hacer avanzar este mandato?

Durante casi veinte años, el Comité de Asuntos Ecuménicos e Interreligiosos (CEIA) de la Conferencia de Obispos Católicos de los Estados Unidos ha participado en diálogos oficiales con varias organizaciones musulmanas nacionales. Estos diálogos ya han producido muchos frutos, no siendo los menos importantes documentos preparados conjuntamente en materia de educación, matrimonio, revelación y cooperación en la escena pública. Tal vez lo más importante es que nuestro trabajo conjunto ha forjado verdaderos lazos de amistad que se ven reforzados por la estima mutua y una confianza cada vez mayor que nos permite hablar con franqueza unos a otros en una atmósfera de respeto. A través del diálogo, hemos podido manejar y superar gran parte de nuestra ignorancia mutua, desconfianza habitual y miedo debilitante. De hecho, el papa Francisco resumió nuestra propia experiencia de diálogo con la comunidad musulmana cuando, en su discurso ante el Consejo Pontificio para el Diálogo Interreligioso el 28 de noviembre de 2013, afirmó:

Como afirmé en la exhortación Evangelii gaudium, "una actitud de apertura en la verdad y en el amor debe caracterizar el diálogo con los creyentes de las religiones no cristianas, a pesar de los varios obstáculos y dificultades, particularmente los fundamentalismos de ambas partes" (no. 250). En efecto, en el mundo no faltan contextos en los que la convivencia es difícil: a menudo motivos políticos o económicos se suman a las diferencias culturales y religiosas, recurriendo a incomprensiones y errores del pasado. Todo esto amenaza con crear desconfianza y miedo. Hay un solo camino para vencer este miedo, y es el diálogo, el encuentro caracterizado por la amistad y el respeto. Cuando se va por este camino, es un camino humano.

Dialogar no significa renunciar a la propia identidad cuando se sale al encuentro del otro, y tampoco ceder a componendas sobre la fe y sobre la moral cristiana. Al contrario, "la verdadera apertura implica mantenerse firme en las propias convicciones más hondas, con una identidad clara y gozosa" (ibíd., 251), y por esto está dispuesta a comprender las razones del otro, es capaz de relaciones humanas respetuosas, convencida de que el encuentro con quien es diferente de nosotros puede ser una ocasión de crecimiento en la fraternidad, de enriquecimiento y testimonio. Por este motivo, el diálogo interreligioso y la evangelización no se excluyen, sino que se alimentan recíprocamente. No imponemos nada, no usamos ninguna estrategia engañosa para atraer a los fieles, sino que testimoniamos con alegría, con sencillez, lo que creemos y lo que somos. En efecto, un encuentro en el que cada uno dejara a un lado aquello en lo que cree, en el que fingiera renunciar a lo que más quiere, ciertamente no sería una relación auténtica. En ese caso, se podría hablar de una fraternidad falsa. Como discípulos de Jesús, debemos esforzarnos por vencer el miedo, siempre dispuestos a dar el primer paso, sin desanimarnos frente a las dificultades e incomprensiones.

Haciéndose eco del papa, los obispos miembros del Comité de Asuntos Ecuménicos e Interreligiosos aseveraron que "por lo tanto, afirman con el papa que 'dialogar no significa renunciar a la propia identidad' ni aceptar compromisos 'sobre la fe y sobre la moral cristiana'. Al igual que el papa, estamos convencidos de que el encuentro y el diálogo con personas diferentes a nosotros ofrece la mejor oportunidad para el crecimiento fraternal, el enriquecimiento, el testimonio y, en última instancia, la paz". (CEIA, "Dialogue with Muslims", www.usccb.org/beliefs-and-teachings/ecumenical-and-interreligious/interreligious/islam/dialogue-with-muslims-committee-statement.cfm [cursivas añadidas; versión del traductor]).

Y continúan los obispos:

Por consiguiente, nuestro camino es proceder con confianza en nuestra fe cristiana con una actitud de apertura para recibir intimaciones a la verdad dondequiera que se encuentre en otras tradiciones, incluido el Islam. No estamos solos en nuestro compromiso con el diálogo. En el documento de 2007 Una palabra común entre nosotros y ustedes, 138 de los líderes más respetados del mundo islámico aseveraron lo siguiente:

A aquellos que no obstante disfrutan del conflicto y la destrucción por sí mismos o que calculan que en última instancia pueden sacar provecho a través de ellos, les decimos que nuestras almas eternas también están en juego si no hacemos sinceramente todo lo posible para hacer la paz y juntarnos en armonía… Así pues, no dejemos que nuestras diferencias causen odio y lucha entre nosotros. Rivalicemos sólo en la rectitud y las buenas obras. Respetémonos mutuamente, seamos equitativos, justos y amables unos con otros y vivamos en paz sincera, armonía y buena voluntad mutua.

Siguiendo el ejemplo del Concilio Vaticano II, el apoyo inequívoco y constante de los últimos papas, y la buena voluntad de muchos líderes célebres en el mundo islámico, los católicos debemos esforzarnos de todo corazón por reafirmar nuestro compromiso con el diálogo interreligioso y, dada la severa tensión entre cristianos y musulmanes, el diálogo con los musulmanes en particular. [Versión del traductor]

Conclusión

Las palabras de Nostra aetate nos invitan a todos, católicos y musulmanes, a comprometernos a seguir caminos de paz, misericordia y estima mutua. Aunque esta realidad puede parecer más un sueño que una posibilidad, debemos sin embargo esforzarnos por alcanzar estos objetivos, plenamente conscientes de las dificultades y peligros que presentan, pero también con la esperanza de los frutos potencialmente imprevistos, de hecho, la alegría, que tal compromiso puede engendrar. Teniendo en cuenta las dificultades, debemos aferrarnos a esta posibilidad y sumar nuestras palabras a las del papa Benedicto XVI, quien, en un discurso de 2012 a la juventud en el Líbano, declaró:

"Los musulmanes y los cristianos, el Islam y el Cristianismo, pueden vivir juntos sin odios, respetando las creencias de cada uno, para construir juntos una sociedad libre y humana" (15 de septiembre de 2012, https://w2.vatican.va/content/benedict-xvi/es/speeches/2012/september/documents/hf_ben-xvi_spe_20120915_giovani.html).


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