Recurso Para el Parroquia - Presmanes

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La Confesión del Pecado Venial como Medio de Conversión

por Padre Jorge Presmanes, O.P., DMin.
Barry University

Es común que se les pregunte a los niños sobre lo que quieren ser cuando sean grandes. Las respuestas que brotan de sus fértiles imaginaciones cubren toda una gama de profesiones que van desde ser superhéroe hasta astronauta. Pero a medida que los niños crecen y se acercan a la graduación de la secundaria, ellos mismos se hacen la pregunta. La mayoría de los jóvenes dedican bastante tiempo a esta pregunta, pero dedican mucho menos tiempo a una pregunta de mucho más valor: ¿Qué tipo de persona quiero ser?

La identificación del tipo de persona que queremos ser y cómo ordenamos nuestra vida, de tal manera que nos ayude a lograr este objetivo, es el punto de partida del crecimiento en la vida moral. De la misma manera que un estudiante opta por hacerse abogado y luego toma las medidas concretas y necesarias para lograr el objetivo, la vida moral exige actos intencionales que nos ayuden a ser una persona virtuosa. Pero a diferencia del proceso de hacerse abogado, que se logra después de la graduación, el proceso de llegar a ser el tipo de persona que queremos ser es un esfuerzo de toda una vida. No hay fecha de graduación para convertirse en un amigo generoso y fiel, ni tampoco hay un examen final para llegar ser una persona justa y honesta.

En esta reflexión sobre la vida moral se explora la importancia de la confesión de pecados veniales como instrumento que ayuda a la conversión del cristiano. El pecado es el "faltar al amor verdadero para con Dios y para con el prójimo". En la tradición católica categorizamos el pecado como venial o mortal. Un pecado mortal es una falta grave de amor que se ha cometido libre e intencionalmente. Un pecado venial es un pecado en que la materia es menos grave o "cuando se desobedece a la ley moral en materia grave, pero sin pleno conocimiento o consentimiento". La meta de confesar cualquier pecado, venial o mortal, es arrojar luz sobre aquello que impide nuestro fiel seguimiento de Cristo, aceptar la responsabilidad por dicha acción, reconciliarse con Dios y la comunidad, y recibir la gracia que nos ayuda a poder seguir creciendo en el proceso de conversión. Aunque el cristiano no está obligado a confesar los pecados veniales, ni estos son impedimento para comulgar, el acto de arrojar luz sobre ellos en el Sacramento es muy valioso para el crecimiento en la vida moral.

En la vida moral, la conciencia es la voz de Dios que está siempre llamándonos a una relación de amor con él y con su creación. Es la conciencia la que dirige al creyente a una vida de virtud y a la conversión. La experiencia humana nos dice que hay dos conversiones: la conversión inicial y la conversión continua. La conversión inicial es la decisión de pasar de acciones irresponsables (pecado) al comportamiento responsable (virtud), y la continua es el proceso perenne de confrontar y cambiar los hábitos irresponsables que se formaron antes de la conversión inicial. Por ejemplo, un estudiante que deja todo para la última hora, va a sentirse estresado cuando se encuentre atrasado en sus tareas. Su conversión inicial en este caso sería su decisión de cambiar y ser puntual en sus trabajos desde ese momento en adelante. Pero aunque su intención de cambiar fuese sincera, más tarde o más temprano comenzará de nuevo a demorarse en sus tareas. Esto es probable que suceda no por falta de compromiso con la conversión sino porque los "malos" hábitos que había desarrollado mucho antes de su conversión inicial son difíciles de cambiar de un momento a otro. Por lo tanto, la conversión continua es el proceso de cambiar poco a poco los malos hábitos que impiden nuestro crecimiento en la vida moral. Para el católico, el Sacramento de la Reconciliación, o "sacramento de la conversión", es vital para el crecimiento moral porque "realiza sacramentalmente la llamada de Jesús a la conversión, la vuelta al Padre del que el hombre se había alejado por el pecado".

Hoy día, cuando se habla de ética moral, los temas de los grandes debates son la pena de muerte, la eutanasia, la clonación y otras cosas semejantes. Sin duda estas cuestiones son de gran importancia ética, pero no son la principal preocupación para aquel que está tratando de vivir cristianamente cada día. El desarrollo moral tiene sus raíces en las decisiones pequeñas y ordinarias que dan forma a la vida humana, pero eso no significa que el proceso sea fácil. La experiencia nos enseña que la vida es complicada, y en ocasiones problemática, conforme tratamos de concertar el trabajo, las relaciones y los compromisos dentro de los límites del tiempo y de los contextos en que nos encontramos. Para manejar esta compleja realidad desarrollamos ciertas prácticas o patrones de comportamiento. Y, para bien o para mal, estas prácticas forman hábitos, y los hábitos definen quiénes somos.

Santo Tomás de Aquino (c. 1225-1274) ofrece tres puntos de vista particulares que han demostrado ser de gran valor para el crecimiento en la vida moral. Su primera idea es que todo acto humano intencional y libremente hecho es un acto moral. Su visión es similar a la ley del movimiento en la física: toda acción tiene una reacción igual y opuesta. Igual es en la vida moral: toda acción tiene una reacción. La reacción a nuestra acción moral siempre nos afecta a nosotros y a los demás para bien o para mal. Por ejemplo, la decisión de poner una lata vacía en la papelera de reciclaje (bien) en vez de echarla a la basura (mal) es un acto moral como lo es la decisión de llegar a tiempo a una cita (bien) para no robarle el tiempo a la persona con la cual uno se va a reunir (mal). Santo Tomás afirma lo que se ha señalado anteriormente: que, si bien el objetivo principal de la cultura contemporánea en la ética tiene que ver con lo extraordinario, para el cristiano que trata de vivir una vida moralmente recta la preocupación principal son las pequeñas decisiones cotidianas que tomamos y el impacto que estas tienen en nosotros y en los demás.

Su segunda idea es que nosotros seremos lo que hacemos. Por ejemplo, un jugador de baloncesto se convierte en un gran jugador de baloncesto jugando baloncesto, al igual que una persona se hace habitualmente generosa actuando con generosidad en forma repetitiva. La teoría de santo Tomás afirma la observación de Aristóteles de que "los seres humanos son criaturas de hábito". Sabemos por experiencia que cuando nuestras acciones se repiten continuamente, estas se convierten en hábitos. Los "malos" hábitos que impiden nuestro movimiento hacia adelante en la vida moral se llaman vicios, mientras que los "buenos" hábitos que nos ayudan a avanzar en la vida moral son virtudes. La práctica habitual de las virtudes (prudencia, justicia, templanza, fortaleza, fe, esperanza, y caridad) es el medio por el cual avanzamos en la peregrinación hacia Dios. Este concepto de actividad moral del ser humano es crucial para entender la importancia de la confesión de los pecados veniales como medio de conversión, porque los pecados veniales, cuando se repiten, muy bien se pueden convertir en mortales. Por ejemplo, la práctica repetitiva de contar mentiras veniales puede convertirse en el hábito de mentir sobre cosas mucho más graves. De la misma manera, la práctica repetida de parte de un joven de hacer trampas en los exámenes, si no se le hace frente en el proceso de conversión, es probable que le conduzca a llegar hacer trampas en una declaración de impuestos o incluso a su cónyuge.

El tercer punto de santo Tomás es que la vida ordinaria ofrece al individuo la oportunidad para el desarrollo moral. Algo tan común como el viaje por la mañana al trabajo o al centro comercial nos proporciona una oportunidad para el crecimiento en la vida moral. Conducir puede proporcionar la oportunidad de crecer en paciencia, practicando la paciencia con otros conductores o ejerciendo la virtud de la prudencia tomando decisiones racionales y seguras en nuestra forma de conducir. Por lo tanto, según santo Tomás, si queremos crecer en la vida ética debemos ser conscientes de que cada acto es un acto moral, y que cada acto es un peldaño más en el camino de la conversión. Como resultado, cada momento da al cristiano la oportunidad de avanzar o retroceder en el camino de la vida moral.

Cuando vemos a un amigo indebidamente inquieto por las pequeñas preocupaciones de la vida, a menudo le aconsejamos que no se tome tan en serio las pequeñas e insignificantes vicisitudes. Pero, como hemos señalado anteriormente, en la vida moral del cristiano las cosas pequeñas son de suma importancia. Estas son decisiones que con frecuencia tomamos diariamente y que tienen la capacidad de llevarnos a progresar o retroceder en la vida moral. Cuando el retroceso es fruto del pecado venial, el Sacramento de la Reconciliación es una fuente de gracia que impulsa al creyente hacia adelante en la continua conversión de vida.


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