Entrenamiento para el Catequista - Brian Garcia-Luense

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La Iglesia: Sacramento de salvación

por Brian Garcia-Luense, MDiv
Director asociado, Oficina de Evangelización y Catequesis
Arquidiócesis de Galveston-Houston

En este Año de la Fe, que se inició en el quincuagésimo aniversario del inicio del Concilio Vaticano II, muchas personas están leyendo y estudiando los documentos de ese Concilio, algunas por primera vez. Los que se sienten a leer la Constitución dogmática sobre la Iglesia (Lumen Gentium [LG]) inmediatamente se encontrarán con una declaración muy sorprendente ya en la segunda frase del primer párrafo. "Porque la Iglesia es en Cristo como un sacramento, o sea signo e instrumento de la unión íntima con Dios y de la unidad de todo el género humano, ella se propone presentar a sus fieles y a todo el mundo con mayor precisión su naturaleza y su misión universal, abundando en la doctrina de los concilios precedentes" (LG, no. 1, https://www.vatican.va/archive/hist_councils/ii_vatican_council/documents/vat-ii_const_19641121_lumen-gentium_sp.html). Todos los católicos son muy conscientes de que la Iglesia tiene y celebra sacramentos, pero ¿qué significa decir que la Iglesia es como un sacramento? Aún más sorprendente, o que tal vez suena grandilocuente, es la recomendación de la Congregación para la Doctrina de la Fe de que uno de los temas que vale la pena explorar durante este año es "la Iglesia sacramento de salvación" (véase Congregación para la Doctrina de la Fe, Nota con indicaciones pastorales para el Año de la Fe, III.6, https://www.vatican.va/roman_curia/congregations/cfaith/documents/rc_con_cfaith_doc_20120106_nota-anno-fede_sp.html). Para comprender tanto el significado de esta declaración como sus implicaciones para la vida contemporánea de la Iglesia en los Estados Unidos, primero revisaremos brevemente algo de teología sacramental general, explicaremos cómo se sigue por tanto que la Iglesia es sacramento de salvación, y luego exploraremos dos preocupaciones contemporáneas en lo que toca a esta afirmación.

¿Qué es un sacramento?

El glosario del Catecismo de la Iglesia Católica (CIC), preparado por el entonces arzobispo (ahora cardenal) William Levada, define un sacramento como "un signo eficaz de la gracia, instituido por Cristo y confiado a la Iglesia por el cual nos es dispensada la vida divina a través de la obra del Espíritu Santo" (CIC, segunda edición [Washington, DC: Libreria Editrice Vaticana–United States Conference of Catholic Bishops, 2001], Glosario, p. 798). Desglosemos esta definición, frase por frase.

La primera afirmación es que los sacramentos no son sólo signos, sino signos eficaces. Es decir, no sólo apuntan a una realidad más allá de sí mismos, sino que también participan en esa realidad y sirven para llevarla a cabo. Dos ejemplos concretos pueden servir para aclarar este punto. En el sacramento del Bautismo, sea por inmersión o por aspersión, ritualizamos un lavado con agua. Este signo de lavado físico se utiliza para apuntar a la realidad de que, a través del misterio pascual de Jesucristo, las almas de los fieles son lavadas y limpiadas de todo pecado, tanto del Pecado Original como del pecado personal. Pero este lavado físico no sólo apunta a esta realidad espiritual, sino que también participa en ella en la medida en que creemos que es precisamente a través de la celebración ritual del Bautismo que Jesucristo, por obra del Espíritu Santo, da de hecho el don de la gracia santificante. Del mismo modo, en el sacramento de la Penitencia y la Reconciliación, el pronunciamiento de las palabras de absolución por el sacerdote significa el perdón que Dios concede al penitente. Pero estas palabras expresan no sólo la realidad ontológica de que los pecados son perdonados, sino también que es Jesucristo, a través del sacerdote que actúa in persona Christi (en la persona de Cristo), quien perdona los pecados del penitente a través de estas palabras habladas. Como estos dos ejemplos ilustran, el carácter eficaz de los sacramentos deriva del hecho de que "en ellos actúa Cristo mismo" (CIC, no. 1127). Además, dado que la obra salvadora de Cristo se llevó a cabo de una vez por todas, se sigue que "la eficacia del bautismo no depende de la justicia del hombre que le administra ni de la justicia del hombre que le recibe, sino del poder de Dios" (Santo Tomás de Aquino, Summa Theologica, 68, 8). Remontándose a la época de san Agustín, la Iglesia ha descrito este carácter eficaz al afirmar que los sacramentos actúan ex opere operato, es decir, "por el hecho mismo de que la acción es realizada" (CIC, no. 1128).

La segunda característica importante de los sacramentos es que fueron creados por Cristo mismo y no por la Iglesia o cualquier otra institución. Es decir, no debemos caer en la trampa de pensar que Jesús nos dejó libros rituales en los que el texto hablado está impreso en negro y las rúbricas en rojo, o incluso que él mismo durante su vida terrena articuló una lista de siete sacramentos. De hecho, todo examen histórico de los sacramentos muestra el significativo desarrollo histórico en la práctica y la teología de cada uno. El listado de estos siete —ni más ni menos— aparece por primera vez en la Edad Media, y recién en el Concilio de Trento fue declarado como un dogma de la fe. Sin embargo, es posible ver que cada uno de los siete tiene, por lo menos, una forma incipiente en el Nuevo Testamento, y cada uno de ellos tiene su origen en la vida, ministerio y misterio pascual de Jesucristo. Según el Catecismo de la Iglesia Católica, "Las palabras y las acciones de Jesús durante su vida oculta y su ministerio público eran ya salvíficas. Anticipaban la fuerza de su misterio pascual. Anunciaban y preparaban aquello que Él daría a la Iglesia cuando todo tuviese su cumplimiento. Los misterios de la vida de Cristo son los fundamentos de lo que en adelante, por los ministros de su Iglesia, Cristo dispensa en los sacramentos, porque 'lo [...] que era visible en nuestro Salvador ha pasado a sus misterios' (San León Magno, Sermo 74, 2)" (CIC, no. 1115).

El siguiente punto de la definición es que Jesucristo ha confiado los sacramentos a la Iglesia y, por lo tanto, son esencialmente de carácter eclesial. Como se ha dicho antes, es realmente la acción de Jesucristo mismo lo que tiene lugar en la celebración de los sacramentos. Sin embargo, la Iglesia es el Cuerpo Místico de Cristo, y de ello se sigue que es Cristo entero, tanto la cabeza como sus miembros, el que lleva a cabo la obra de los sacramentos. "El sacerdocio común de los fieles y el sacerdocio ministerial o jerárquico, aunque diferentes esencialmente y no sólo en grado, se ordenan, sin embargo, el uno al otro, pues ambos participan a su manera del único sacerdocio de Cristo" (LG, no. 10). Por lo tanto, es un único pueblo sacerdotal el que forma parte del único Cuerpo místico que lleva a cabo estos sacramentos (véase LG, no. 11, y CIC, nos. 1119-1121).

Hacemos la afirmación de que los sacramentos se realizan a través de la obra del Espíritu Santo. Puesto que Dios es uno, sería erróneo sugerir que cualquier Persona de la Trinidad actúa de alguna manera separada de todas las demás Personas. Sin embargo, cada Persona "realiza la obra común según su propiedad personal" (CIC, no. 258). Dentro de los sacramentos, y de hecho dentro de la liturgia en general, es la misión del Espíritu Santo "preparar la asamblea para el encuentro con Cristo; recordar y manifestar a Cristo a la fe de la asamblea de creyentes; hacer presente y actualizar la obra salvífica de Cristo por su poder transformador y hacer fructificar el don de la comunión en la Iglesia" (CIC, no. 1112.).

Por último, el efecto de los sacramentos es la gracia. La gracia, sin embargo, se concibe más adecuadamente como quién y no como qué. "La gracia es una participación en la vida de Dios. Nos introduce en la intimidad de la vida trinitaria" (CIC, no. 1997). Este don gratuito e inmerecido del propio ser de Dios, que nos cura del pecado y nos lleva a la misma vida íntima de Dios, es lo que se conoce como gracia santificante o divinizadora (véase CIC, no. 1999). La recepción regular de los sacramentos nos puede dar la disposición permanente a vivir y actuar de acuerdo con el llamado de Dios. Esto se llama gracia habitual (véase CIC, no. 2000). Además de estas consideraciones generales, dones particulares llamados gracias sacramentales (véase CIC, no. 2003) son propios de cada uno de los sacramentos. Por último, los sacramentos también pueden otorgar gracia actual, intervenciones específicas y dirigidas de Dios en la vida de un individuo, o gracia especial, dones dados a un individuo para el bien de la comunidad llamada (véase CIC, nos. 2000, 2003).

¿Cómo es la Iglesia un sacramento de salvación?

Para justificar nuestra afirmación de que la Iglesia es un sacramento de salvación, tenemos que ver cómo la Iglesia cumple con los elementos de la definición de un sacramento que acabamos de explorar y cómo la gracia particular de la Iglesia es la salvación.

La Iglesia es un signo eficaz de comunión con Dios a través de Cristo en el poder del Espíritu Santo. La comunión manifiesta por los hijos e hijas de la Iglesia, a través del compartir una fe común, un Bautismo común y la celebración común de la Eucaristía, es un signo externo de la comunión interior de la mente y el corazón que existe, aunque de manera imperfecta, entre los fieles y en última instancia la comunión con Dios. Este signo es eficaz en la medida en que la pertenencia misma y el compartir la vida común de la Iglesia, y en particular la vida litúrgica y sacramental, conducen a una profundización de la comunión. En cierto sentido, el carácter eficaz de la Iglesia existe precisamente por el carácter eficaz de sus sacramentos, y esos sacramentos son eficaces precisamente porque en la Iglesia lo es la acción del Cuerpo Místico de Cristo.

Que Cristo instituyó la Iglesia es una afirmación que se justifica fácilmente. Las mismas Escrituras dan testimonio de Cristo que dice a Simón, "Tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia. Los poderes del infierno no prevalecerán sobre ella" (Mt 16:18). El comienzo de la Iglesia se ve en el anuncio de Jesús de la irrupción del Reino de Dios (véase LG, no. 5, y CIC, no. 763). La Iglesia no es nada menos que el "reino de Cristo, presente actualmente en misterio" (LG, no. 3). El Catecismo lo dice claramente: "El mismo Cristo es la fuente del ministerio en la Iglesia. Él lo ha instituido, le ha dado autoridad y misión, orientación y finalidad" (CIC, no. 874).

Todo lo que queda, entonces, es ver cómo el Espíritu Santo actúa en la Iglesia para llevar a cabo en sus miembros la gracia de la salvación. El Catecismo enseña que el Espíritu Santo "prepara a los hombres, los previene por su gracia, para atraerlos hacia Cristo. Les manifiesta al Señor resucitado, les recuerda su palabra y abre su mente para entender su Muerte y su Resurrección. Les hace presente el misterio de Cristo, sobre todo en la Eucaristía para reconciliarlos, para conducirlos a la comunión con Dios, para que den 'mucho fruto' (Jn 15, 5. 8. 16)" (CIC, no. 737).

Debe ser evidente que la acción del Espíritu de esta manera viene en y a través de la Iglesia. Ciertamente, el recuerdo y la explicación del misterio pascual encuentran su hogar más natural en el ministerio de la Palabra de la Iglesia. La declaración reconoce expresamente el lugar privilegiado de los sacramentos, que ya hemos visto son esencialmente eclesiales. El objetivo final de la actividad del Espíritu es la comunión, de la cual la Iglesia es el signo eficaz. Por lo tanto, sólo tenemos que mostrar que esto es lo que constituye el don de la salvación. El Catecismo equipara salvación con reconciliación con Dios y con el retorno de la naturaleza humana a su orden correcto (véase CIC, no. 457). La reconciliación con Dios es realmente otra forma de hablar de entrar en comunión con Dios. Si los seres humanos son creados a imagen y semejanza de Dios, entonces retornar a una manera de ser ordenada correctamente sería simplemente volverse más como Dios y, en particular, más como Cristo. Pero esta es precisamente la misión de la Iglesia (véase CIC, no. 738).

Un baluarte contra dos tendencias preocupantes

Dos tendencias en la cultura estadounidense contemporánea, aunque no necesariamente nuevas, han llegado a ejercer un impacto significativo sobre las maneras en que muchas personas ven la religión y las creencias. A cada una de ellas se le puede, argumento, contraponer una apreciación y aplicación adecuada de esta afirmación teológica de que la Iglesia es el sacramento universal de la salvación. Estas dos tendencias son la privatización de las creencias religiosas y la mercantilización de la experiencia religiosa.

La privatización de las creencias religiosas no es una tendencia nueva. Tiene sus orígenes en el liberalismo europeo clásico del siglo XVIII. En un lugar que había sufrido durante mucho tiempo de guerras religiosas sectarias, la idea era eliminar la religión de la esfera pública y relegarla a la privada, eliminando así las tensiones que llevaban al conflicto armado. Este concepto encontró expresión en una sociedad donde la libertad de culto era un derecho garantizado dentro del Estado secular. Sin embargo, el concepto también dio lugar a la sensación de que las creencias religiosas de un individuo eran un asunto privado que se expresaba mejor en su hogar y en su lugar de culto, y que no tenía un impacto significativo en la forma en que uno actuaba en los ámbitos público, económico y político. Los Estados Unidos han sido históricamente reacios a adoptar esta tendencia en su totalidad, aunque muchos argumentarían que las amenazas actuales a la libertad religiosa son un movimiento en esa dirección hoy en día. La privatización de las creencias religiosas es también un requisito previo necesario para una forma robusta de relativismo religioso en el que todas las formas de creencias religiosas son vistas como igualmente valiosas y la elección entre ellas es exclusivamente producto de la preferencia individual.

La mercantilización de la experiencia religiosa es una tendencia distinta aunque complementaria. Una mercancía es, por definición, algo de valor que está suficientemente indiferenciado de manera que su origen es irrelevante. Productos agrícolas como el maíz, el trigo y la soja son mercancías precisamente porque a quienes los procesan no les importa en qué granja fueron producidos. El costo y la eficacia son los únicos factores determinantes. La mercantilización de la experiencia religiosa, entonces, es la tendencia de los individuos a centrarse exclusivamente en la eficacia y el costo de la experiencia religiosa como las bases para juzgar su valía. ¿Esta experiencia religiosa se siente bien/me ayuda en mi crecimiento espiritual/me eleva/hace que mi vida parezca mejor? ¿Saco algo de ella? ¿Qué me cuesta —en dinero, tiempo o la libertad— ser parte de esto? Lamentablemente, estas pueden llegar a ser las únicas preguntas pertinentes para el "consumidor" de la mercancía de la experiencia religiosa. Escoger, como en una tienda, entre una u otra iglesia, o ninguna iglesia en absoluto para los que son "espirituales pero no religiosos", parece no sólo aceptable sino normativo. Obsérvese que esto no es una devaluación de la experiencia religiosa per se. Más bien parece ser la aplicación particular de una mentalidad consumista general en la que se busca obtener lo máximo por lo mínimo.

Entonces, ¿cómo nuestra comprensión de la Iglesia como el sacramento de salvación afecta a las tendencias de privatización de las creencias religiosas? En primer lugar, si la Iglesia es el sacramento de salvación, eso significa que Dios actúa en y a través de una comunidad de creyentes y, por lo tanto, hay dimensiones comunales y sociales en las creencias religiosas. El contenido de mis creencias personales me importa no sólo a mí sino también a la comunidad de la cual derivo esas creencias y con la cual hago mi profesión de fe. Además, por necesidad, la Iglesia como institución existe y participa en la sociedad y, por lo tanto, las creencias religiosas no pueden ser exclusivamente privadas. Por otra parte, como hemos visto, la Iglesia afirma su fundación y autoridad en Cristo y así se afirma en una verdad trascendente que se contrapone al relativismo contemporáneo.

¿Qué dice esta verdad sobre la Iglesia con respecto a la mercantilización de la experiencia religiosa? Si la Iglesia es el sacramento de salvación, eso significa que la fuente de la experiencia religiosa sí importa. Uno no puede simplemente prescindir de la pertenencia a una parroquia y del cumplimiento de las demandas y expectativas que son necesariamente parte de dicha pertenencia si desea estar en contacto con el vehículo ordinario que Dios ha elegido para transmitir su gracia. Nunca haríamos la afirmación de que es imposible que las personas participen en una auténtica experiencia religiosa fuera de los confines visibles de la Iglesia Católica. El Concilio Vaticano II enseña explícitamente: "La Iglesia Católica no rechaza nada de lo que en estas religiones hay de santo y verdadero" (Declaración sobre la relación de la Iglesia con las religiones no cristianas [Nostra Aetate], no. 2, https://www.vatican.va/archive/hist_councils/ii_vatican_council/documents/vat-ii_decl_19651028_nostra-aetate_sp.html), reconociendo así la existencia dentro de ellas de auténtica santidad y verdad, aunque sea parcial. Sin embargo, debido a que Cristo es el único mediador entre Dios y la humanidad, y debido a que la Iglesia es su Cuerpo Místico, seguimos por lo tanto afirmando que "esta Iglesia peregrinante es necesaria para la salvación" (LG, no. 14; véase también CIC, no. 846). Por lo tanto, la auténtica experiencia religiosa no puede nunca abstraerse totalmente de su fuente en Dios y por lo tanto no puede ser mercantilizada. La pertenencia eclesial importa de manera fundamental.


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Las citas de los documentos del Concilio Vaticano II han sido extraídas de la página Web oficial del Vaticano. Todos los derechos reservados.

Las citas de Congregación para la Doctrina de la Fe, Nota con indicaciones pastorales para el Año de la Fe, han sido extraídas de la página Web oficial del Vaticano. Todos los derechos reservados.

Las citas del Catecismo de la Iglesia Católica, segunda edición, © 2001, Libreria Editrice Vaticana–United States Conference of Catholic Bishops, Washington, D.C. Utilizados con permiso. Todos los derechos reservados.