Sigan el Camino del AmorSigan el Camino del Amor

Order Copies of This Statement

English (Inglés) Version

Un Mensaje Pastoral de los Obispos
Católicos de los E.U. a la Familia
Para Conmemorar el Año Internacional
de la Familia de 1994 Declarado
por las Naciones Unidas


Prefacio

La familia es el corazón de todas las sociedades. Es la primera comunidad y la más básica a que cada persona pertenece. No hay nada más fundamental a nuestra vitalidad como sociedad y como Iglesia. En las palabras del Papa Juan Pablo II, "El futuro de la humanidad se fragua en la familia" (Sobre la Familia, no. 86).

Por lo tanto, es muy apropiado que las Naciones Unidas llamara la atención a la condición de la vida familiar en todo el mundo. Al designar 1994 como el Año Internacional de la Familia, la ONU ha invitado a todos, especialmente a las familias, a profundizar sobre el significado de la vida de la familia, a identificar los asuntos importante para el bienestar de la familia, y a tomar medidas que fortalezcan a la familia.

Este mensaje de los obispos de los Estados Unidos a las familias tiene su punto de partida en el Año Internacional y en su tema, La Familia: Los Recursos y las Responsabilidades en un Mundo en Cambio. Invita a las familias a examinar la calidad de su vida. Les pide que reflexionen en sus puntos fuertes y débiles y en sus recursos y necesidades.

El mensaje comparte con la familia una visión de su gran vocación basada en las enseñanzas de Cristo y que se desarrolla en la vida de la comunidad de fe. Pide a las familias que busquen la sanación, la fuerza, y el sentido que Cristo ofrece mediante su Iglesia. Promete el apoyo de la Iglesia para que la familia pueda reconocer sus recursos y cumplir con sus responsabilidades en este mundo en proceso de cambio.

Este mensaje sigue la tradición de la enseñanza sobre el matrimonio y la familia transmitida por el Santo Padre, el Concilio Vaticano II y la Conferencia Nacional de Obispos Católicos. Necesariamente trata sólo algunos de los asuntos que tienen relevancia a la vida familiar de hoy. Presenta un tratado pastoral limitado consistente con la vocación de todo cristiano a "Seguir el camino del amor, a ejemplo de Cristo que nos amó" (Efe 5:2).

El mensaje va dirigido principalmente a las familias cristianas pero también a todos aquellos que puedan usarlo para fortalecer a su familia.

Se han incluido preguntas en diferentes partes del mensaje para animar a los lectores a hacer aplicaciones personales y también para que usen el texto como base del diálogo en sus hogares y con otras familias.

Al final del mensaje hay una lista con notas sobre la enseñanza de la Iglesia sobre el matrimonio y la familia.

Rogamos a los párrocos y ministros pastorales que ayuden a las familias a recibir el mensaje y a usarlo.




La Familia Es una Señal de la Presencia de Dios

Maneras de Amar
Cuando se habla de la vida en familia, se habla del amor con su paz duradera, su dolor purificante, sus momentos de alegría y desengaño, sus luchas heroicas y sus rutinas cotidianas.

"La familia es donde hay alguien que te ama a pesar de todo," declara un joven.

"La familia no quiere decir sólo mamá, papá y los hijos, sino también abuelos, tías, tíos, y otros," dice una hispana.

"En una familia no hay que mirar muy lejos para encontrar nuestra cruz," nota un padre.

"Mi hijo me hace unas preguntas tan místicas," dice una joven madre. "Aprendo tanto."

"Mis hijos adolescentes fueron tan comprensivos durante mi divorcio. Dios estaba allí para mi," recuerda una madre soltera.

La historia de la vida en familia es una historia de amor—compartido, alimentado y algunas veces rechazado o perdido. En cada familia Dios se revela de manera única y personal, porque Dios es amor y los que viven en amor, viven en Dios y Dios vive en ellos (cf 1 Jn 4:16).

Por tanto nuestro mensaje es uno que brota de amor y les ofrece una reflexión sobre el amor: cómo se vive en la familia, cómo es atacado hoy, cómo crece y se enriquece y cómo necesita el apoyo de toda la Iglesia.

Les escribimos como sus pastores y maestros en la Iglesia, pero también venimos a ustedes como miembros de familias. Somos hijos, hermanos y tíos. Sabemos lo que es compromiso y lo que son los sacrificios de una madre y de un padre, el calor de la solicitud de una familia, la alegría y el dolor que forman parte del amor.

Algunos de nosotros vivimos en familias con un solo cónyuge; otros fuimos niños adoptados. Algunos crecimos en hogares, con alcoholismo. Algunos provenimos de hogares pudientes y otros de familias donde el dinero era escaso.

Algunos de nosotros hemos sentido las heridas de la discriminación racial o los prejuicios culturales. Algunos hemos vivido en este país durante varias generaciones y otros somos inmigrantes recientes.

Con nuestra familia, celebramos el nacimiento de un bebé o el triunfo de un ser querido. Nos regocijamos en las bodas y aniversarios de miembros de nuestra familia y también nos acongojamos, con la muerte inesperada o la ruptura de una pareja casada.

Conociendo las alegrías y las luchas de ustedes, valoramos su testimonio de fidelidad conyugal y en la vida familiar. Nos regocijamos con ustedes en su felicidad. Caminamos con ustedes en su tristeza.

El Camino del Amor
Nuestro ministerio como pastores y maestros se enriquece con nuestra experiencia en familia. Además, nuestra vocación de líderes nos liga a todas las familias. Nos da la responsabilidad de manifestar la verdad de Dios sobre la existencia humana y de compartir con ustedes los recursos salvíficos que el Señor ha confiado a su Iglesia.

Con nuestro Santo Padre, consideramos que es un privilegio "anunciar con alegría y convicción la "buena nueva" sobre la familia" (Sobre la Familia, no. 86).

Sí, hay buenas noticias que contar. Es posible que las hayan visto en los noticieros y en conversación con vecinos y compañeros de trabajo. Pero la historia completa se encuentra en la Palabra de Dios. La Primera Carta de Juan lo resume así:

Así se manifestó el amor de Dios entre nosotros. Envió Dios a su Hijo único a este mundo para darnos la Vida por medio de él. No somos nosotros los que hemos amado a Dios, sino que él nos amó. . . . Queridos, si tal fue el amor de Dios, también nosotros debemos amarnos mutuamente (1 Jn 4:9-11).
Por eso, la vocación básica de cada persona, casada o célibe, es la misma: "Sigan el camino del amor, a ejemplo de Cristo que nos amó" (Efe 5:2). El Señor emite este llamado a su familia sin importarle su condición o circunstancia.

El amor fue el instrumento que creó su familia. El amor los sostiene en los momentos buenos o malos. Cuando nuestra Iglesia nos enseña que la familia es una "comunidad íntima de vida y amor," identifica algo que tal vez ya saben y les presenta una visión hacia la cual deben avanzar.

Lo que ustedes hacen en su familia para crear una comunidad de amor, para ayudarse mutuamente a crecer y a servir a los necesitados, es crucial, no sólo para la santificación personal de ustedes sino también para fortalecer a la sociedad y a nuestra Iglesia. Es participar en la tarea del Señor, es compartir la misión de la Iglesia. Es algo santo.

Preguntas para Reflexionar
  • ¿Qué imagen, sentimiento o recuerdo le vienen a la mente cuando piensan en su familia?
  • ¿Qué les dicen esos recuerdos sobre la vida familiar?
Ustedes Son la Iglesia del Hogar
El bautizo conduce a todos los cristianos a la unión con Dios. La vida en familia es sagrada porque las relaciones familiares confirman y profundizan esta unión y permiten que el Señor los use a ustedes en su labor. Los momentos profundos y ordinarios de la vida diaria—las comidas, el trabajo, las vacaciones, las expresiones de amor e intimidad, las labores caseras, el cuidado de un niño enfermo o anciano y aun los conflictos sobre cómo celebrar las fiestas, disciplinar a los niños o gastar el dinero—todos son hilos que tejen el manto de la santidad.

Jesús prometió que estaría donde dos o tres se reunían en su nombre (cf Mt 18:20). Damos el nombre de iglesia a las personas que el Señor reúne y tratan de seguir su camino de amor y mediante las cuales él puede dar a conocer su presencia salvífica.

La familia es nuestra primera comunidad y la manera más básica que el Señor usa para reunirnos, formarnos y actuar en el mundo. La Iglesia primitiva expresaba esta verdad llamando la familia cristiana la Iglesia doméstica o la Iglesia del hogar.

Esta maravillosa enseñanza se descuidó por muchos siglos pero fue reintroducida por el Concilio Vaticano II. Hoy aún estamos descubriendo su inmenso tesoro.

El objetivo de la enseñanza es simple pero profundo. Al ser familias cristianas ustedes no sólo pertenecen a la Iglesia, sino que su vida cotidiana es una verdadera expresión de la Iglesia.

La Iglesia doméstica de ustedes no es completa por sí sola. Debe estar unida y apoyada por las parroquias y otras comunidades de la Iglesia más amplia. Cristo te ha llamado y te ha unido consigo mismo en y mediante los sacramentos. Por tanto, ustedes comparten en la única y la misma misión que él ha encomendado a su Iglesia.

Ustedes realizan comúnmente la misión de la Iglesia del hogar cuando:

  • Ustedes creen en Dios y creen que Dios los cuida. Es a Dios a quien ustedes acuden en momentos de dificultad. Es a Dios a quien ustedes dan gracias cuando todo marcha bien.
  • Ustedes aman y no cesan de creer en el valor de otra persona. Para que los más jóvenes puedan oir la Palabra de Dios proclamada desde el púlpito, ellos se han formado una imagen de Dios derivada de sus experiencias de ser amados por sus padres, abuelos, padrinos y otros miembros de la. familia.
  • Ustedes cultivan la intimidad, empezando con la unión espiritual y física de los esposos y extendiéndose de manera apropiada a toda la familia. Ser capaces de compartir—las buenas y las malas cualidades—dentro de una familia y de ser aceptado allí es indispensable a la formación de una relación intima con Dios.
  • Ustedes evangelizan al profesar su fe en Dios, actuando según los valores del Evangelio y dando ejemplo de vida cristiana a sus hijos y a los demás. Y sus hijos, con su espiritualidad espontánea y genuina, frecuente y sorpresivamente los llevarán a sentir la presencia de Dios.
  • Ustedes educan. Al ser los primeros maestros de su hijos, ustedes imparten el conocimiento de la fe y los ayudan a adquirir valores necesarios para la vida cristiana. Su ejemplo es el modo más efectivo de enseñar. Algunas veces ellos escuchan y aprenden; otra veces les enseñan a ustedes nuevas maneras de creer y de comprender. La sabiduría de ustedes y la de ellos provienen del mismo Espíritu.
  • Ustedes oran juntos, dando gracias a Dios por sus bendiciones, buscando fuerza, pidiendo consejos en momentos de crisis y duda. Ustedes saben que al reunirse—infantes inquietos, adolescentes que buscan, adultos apresurados—Dios responde a todas las oraciones pero a veces de manera inesperada.
  • Ustedes se sirven mutuamente, al sacrificar sus propios deseos por el bien del otro. Ustedes luchan por cargar con su cruz y llevarla con amor. Sus "muertes" y "resurrecciones" se convierten en señales conmovedoras de la vida, la muerte y la resurrección de Jesús.
  • Ustedes perdonan y buscan la reconciliación. Una y otra vez, ustedes abandonan sus viejas heridas y resentimientos para hacer la paz con otros. Y los miembros de la familia llegan a creer que a pesar de todo, ustedes y Dios, los quieren.
  • Ustedes celebran la vida—cumpleaños y bodas, nacimientos y muertes, el primer día de escuela y una graduación, ritos del paso a la vida adulta, a nuevos trabajos, viejas amistades, reuniones familiares, visitas sorpresivas, onomásticos y fiestas. Se reúnen cuando la tragedia llega y para celebrar gozosamente los sacramentos. Al reunirse para una comida, parten el pan y comparten historias, se convierten más plenamente en la comunidad de amor que Jesús quiere que seamos.
  • Ustedes dan la bienvenida en su casa al extraño, al solitario y al que sufre. Le dan de beber al sediento y comida al hambriento. El Evangelio nos asegura que cuando hacemos esto, ellos no son extraños sino Cristo mismo.
  • Ustedes obran justamente en su comunidad cuando tratan a otros con respeto, se oponen a la discriminación y al racismo y luchan por remediar el hambre, la pobreza la carencia de vivienda y el analfabetismo.
  • Ustedes afirman la vida como un don precioso de Dios. Ustedes se oponen a todo lo que destruya la vida, como por ejemplo el aborto, la eutanasia, la guerra injusta, la pena capital, la violencia doméstica y en los barrios, la pobreza y el racismo. Cuando dentro de la familia ustedes evitan las palabras y las acciones violentas y buscan modos pacíficos para resolver los conflictos, se convierten en una voz pro-vida que crea personas pacíficas para la próxima generación.
  • Ustedes cultivan vocaciones al sacerdocio y a la vida religiosa al animar a sus hijos a escuchar la voz de Dios y a responder a su gracia. Esto se cultiva especialmente mediante la oración en familia, la participación en la vida parroquial y en la manera en que hablamos de los sacerdotes, hermanos, hermanas y diáconos permanentes.
Ninguna Iglesia doméstica hace todo eso perfectamente. Pero tampoco lo hace ninguna parroquia o iglesia diocesana. Todos los miembros de la Iglesia luchan diariamente para hacerse discípulos fieles de Cristo.

Necesitamos ayudar a las familias a reconocer que son la Iglesia doméstica. Tal vez hay familias que no comprenden ni creen que son una Iglesia doméstica. Tal vez se sienten abrumadas por haber sido llamadas o son incapaces de asumir esa responsabilidad. Tal vez consideran que su familia está muy "fracturada" para que el Señor la use en la realización de sus planes. Pero recuerden, una familia es santa no porque es perfecta sino porque la gracia de Dios está trabajando en ella, ayudándola a reanudar su marcha diaria en el camino del amor.

Al igual que toda la Iglesia, cada familia cristiana descansa en una firme fundación, es decir, en la promesa que hizo Cristo de ser fiel a los que él ha escogido. Cuando un hombre y una mujer se entregan mutuamente en el sacramento del matrimonio, se unen a la promesa de Cristo y se convierten en una señal viva de su unión con la Iglesia (cf Efe 5:32).

Por lo tanto, una relación comprometida, permanente y fiel de esposo y esposa es la raíz de la familia. Fortalece a todos los miembros, es la mejor proveedora de los niños y hace que la Iglesia del hogar sea una señal efectiva de Cristo en el mundo.

Dondequiera que haya una familia y dónde el amor avive a sus miembros, la gracia está presente. Nada—ni el divorcio ni la muerte—pueden poner límites al amor gratuito de Dios.

Y por tanto, reconocemos la valentía y la determinación de las familias con un sólo cónyuge criando a sus hijos. Ustedes logran realizar su llamado a crear un buen hogar, cuidar sus hijos, trabajar, y asumir responsabilidades en el barrio y la iglesia. Ustedes reflejan el poder de la fe, la fuerza del amor y la certeza que Dios no nos abandona cuando las circunstancias los dejan solo asumiendo los deberes de un padre o madre.

Los que tratan de combinar dos grupos de hijos en una familia se enfrentan al reto especial de aceptar las diferencias y amar sin condiciones. Esas familias nos ofrecen un ejemplo práctico de hacer la paz.

La familias que nacen de un matrimonio con dos religiones dan testimonio de la universalidad del amor de Dios que triunfa sobre las divisiones. Cuando miembros de la familia respetan mutuamente sus creencias y prácticas religiosas divergentes ellos muestran la unidad más profunda de una familia humana llamada a vivir en paz unos con otros.

Compartimos el dolor de las parejas que luchan sin conseguir concebir un hijo. Admiramos y animamos a esas familias a que adopten un hijo, se conviertan en padres adoptivos, o cuiden de una persona anciana o incapacitada en sus hogares.

Ofrecemos nuestro pésame y apoyo sincero a los padres que lloran porque su hijo nació muerto, o por la muerte de un hijo por enfermedad o violencia, un hecho tan común en nuestra sociedad de hoy.

Honramos a todas las familias que, en medio de obstáculos, permanecen fieles al camino de amor de Cristo. La Iglesia del hogar puede vivir y crecer en cada familia.

En nuestro ministerio pastoral hemos escuchado, a muchas familias: a esposos y a esposas, a cónyuges separados, a cónyuges abusados y abandonados, a cónyuges solos y a niños.


Sabemos que todas las familias aspiran lograr la paz, la aceptación, la meta y la reconciliación que el término Iglesia del hogar sugiere. Creemos que con la oración, el trabajo, el entendimiento, el compromiso, el apoyo de otras familias, los sacerdotes, los diáconos y sus esposas, y los agentes pastorales laicos y religiosos, y especialmente con la gracia de Dios, la Iglesia del hogar se edifica en hogares comunes, como los de sus familias.

Preguntas para Reflexionar
  • ¿Reflexionen por un momento sobre su vida en familia. ¿Recuerdan un tiempo cuando sintieron la presencia de Dios entre ustedes?
  • ¿Por qué creen que fue así?
  • ¿Qué estaba pasando?
  • Recuerdan una o más ocasiones cuando sintieron ser Iglesia ya fuese en el hogar o fuera de él. ¿Que sucedió?



El Cambio y las Complicaciones Amenazan a la Familia

Viviendo en la Sociedad de Hoy
Sabemos que ustedes enfrentan obstáculos al tratar de mantener fuertes lazos familiares y seguir su llamado a ser una iglesia en el hogar. El proceso acelerado de cambio; la diversidad religiosa, étnica y cultural de nuestra sociedad; la revolución de valores dentro de nuestra cultura; la penetración de los medios de comunicación; el impacto de las condiciones políticas y económicas: todos estos factores imponen tensiones considerables a la familia.

Algunas presiones familiares se deben a amplias fuerzas sociales que están fuera del control de la familia. Pero otras presiones son causadas por decisiones personales que algunas veces incluyen debilidades humanas y acciones pecaminosas.

El divorcio, un serio problema contemporáneo, impone una carga muy pesada a la vida familiar. Cónyuges e hijos son los más afectados pero también afecta a los abuelos, a otros parientes y a las amistades que constituyen la familia extendida. El divorcio puede crear temor y duda en la juventud ante los compromisos para toda la vida. Puede traer pobreza a la familia y contribuye también a otros malestares sociales.

La familia carga también con las exigencias económicas de proporcionar vivienda, cuidados para la salud, cuidados infantiles necesarios, educación y el debido cuidado de los miembros enfermos y ancianos. El desempleo o el temor a perder el trabajo persigue a muchas familias.

Hijos y cónyuges abusados afecta la vida de muchas familias como también, la tragedia del SIDA. Hay familias que luchan contra el alcoholismo, la violencia criminal y de pandillas en sus vecindarios, el abuso de substancias químicas y el suicidio entre la juventud. En un río sin fin, los medios de comunicación traen a la casa imágenes y mensajes que contradicen los valores de ustedes e imponen una influencia negativa en sus hijos.

Algunas familias se enfrentan a las cargas múltiples de la pobreza, el racismo, la discriminación religiosa y cultural. Familias de inmigrantes recientes no se sienten bienvenidos en nuestras comunidades y están atrapados en conflictos intra-culturales.

No todas las familias sienten estas presiones en el mismo grado. Algunas son afectadas por fuerzas fuera de su control. Muchas más, sin embargo, continúan con determinación fervorosa y confianza en Dios. Todas merecen nuestra compasión y apoyo—aquellas que perseveran merecen nuestra gratitud porque nos muestran la fidelidad misma de Dios.

La familia siente presiones no sólo de fuerzas externas sino también de las tensiones comunes e inevitables que surgen desde dentro. Diariamente ustedes descubren cómo los diferentes temperamentos y los puntos de vista opuestos pueden crear contrariedades y resentimientos duraderos. La flaqueza humana y el pecado frecuentemente dificultan la aceptación de las diferencias.

Recuerden el hijo pródigo que se tragó su orgullo y regresó al hogar donde encontró a un padre misericordioso que lo esperaba y a una familia que celebraba su llegada (cf Lc 15:11-31). De la misma manera, todos los que sufrimos a causa de relaciones quebrantadas somos llamados a hacer las paces, a restablecer la confianza y a volver a jurar amor.

Esto puede ser una tarea especialmente dolorosa para los padres. ¿Qué sucede si un hijo se convierte en un adicto a las drogas, causa daño a otros al manejar embriagado o escoge amistades que ustedes consideran ejercen mala influencia? ¿Qué sucede cuando su hijo adulto se aleja de la Iglesia o actúa de manera que los hiere? ¿Es posible mantener una relación de amor sin dar aprobación al comportamiento del hijo? ¿Cuánto se puede aceptar sin poner en peligro la integridad propia?

No es posible en este mensaje dar respuesta completa a estas preguntas y a las muchas otras que ustedes confrontan. Pero lo que podemos hacer, en nuestro papel de pastores y maestros, es llevar la luz de la Sagrada Escritura y nuestra tradición católica a algunos asuntos claves que se les presentan.

En las próximas páginas nos gustaría presentarles a ustedes cuatro metas de la vida en familia. Ellas son: vivir fielmente, dar vida, crecer en comunidad, y compartir el tiempo.

Estas metas hacen reclamos a sus recursos y responsabilidades como Iglesia del hogar. Ellas nos señalan maneras en que ustedes pueden "Seguir el camino del amor, a ejemplo de Cristo que nos amó" (Efe 5:2).

Preguntas para Reflexionar

  • ¿Pueden recordar una presión que ha traído problemas a su familia?
  • ¿Cómo se enfrentaron a ella?
  • ¿Los acercó más o los hizo alejarse de la familia?
Viviendo Fielmente
El pasaje de la Sagrada Escritura que muchas parejas escogen para su boda es un plan maravilloso de amor.

El amor es paciente, servicial y sin envidia. No quiere aparentar ni se hace el importante. No actúa con bajeza, ni busca su propio interés. El amor no se deja llevar por la ira, sino que olvida las ofensas y perdona. Nunca se alegra de algo injusto y siempre le agrada la verdad. El amor disculpa todo, todo lo cree, todo lo espera y todo lo soporta. El amor nunca pasará (1 Cor 13:4-8).
Estas palabras de San Pablo merecen meditarse diariamente no sólo por lo que nos revelan sobre el verdadero amor sino porque fortalecen nuestra voluntad para seguir el camino del amor. El amor que él describe florece en las relaciones fieles y estables. Esto se aplica primero y sobre todo al matrimonio. También es cierto para toda la familia.

Cuando una mujer y un hombre hacen votos de mantenerse fieles en los tiempos buenos y en los malos, ellos confirman su decisión de amarse mutuamente. Pero, esta decisión, como los matrimonios nos muestran, es una decisión que hay que hacer una y otra vez, cuando es placentera y cuando no lo es. Es una decisión que hay que buscar, vivir, y pedir en oración para el bien de las personas a quien decimos que amamos. Es una promesa de fidelidad.

Nuestro mundo hoy necesita testigos de fidelidad. Estas son las señales más convincentes del amor de Cristo para cada ser humano. Las parejas que viven vidas de fidelidad a su amor y apoyo mutuo—aunque tengan dificultades—reciben la gratitud de toda la Iglesia.

Ustedes conocen el valor de un matrimonio amoroso y vivificador. Ciertamente, su matrimonio es un don a todos nosotros. Una manera. maravillosa de compartir este don, y también de revitalizar su propio compromiso, sería prestando ayuda a parejas comprometidas que se preparan para el Sacramento del Matrimonio. Los invitamos a hacerse parte de este importante ministerio mediante un programa parroquial y diocesano.

Las parejas que tienen dificultad en mantener su matrimonio merecen nuestras oraciones y ayuda. La Iglesia puede ofrecerles el consejo de otras familias casadas y la seguridad de que, con la gracia de Dios, es posible vivir su vocación.

Ustedes, parejas recién casadas, cuando se encuentren en una crisis, no concluyan que el divorcio es inevitable. Todos nosotros—miembros de familia, amistades, comunidades de fe—debemos sentirnos responsables de ayudarlos a reconocer que el divorcio no es inevitable y que ciertamente no es la única opción.

Para que un matrimonio dure tiene que haber más que tolerancia. Es un proceso de crecimiento hacia una amistad íntima y una paz creciente. Por eso rogamos a todas las parejas: renueven su compromiso con regularidad, busquen enriquecerse frecuentemente y pidan ayuda pastoral y profesional cuando la necesiten.

Para vivir fielmente en el matrimonio se requiere humildad, confianza, compromiso, comunicación y sentido del humor. Es una experiencia de dar y recibir, que incluye heridas y perdón, fracasos y sacrificios. Se puede decir lo mismo de la verdadera fidelidad en otras relaciones familiares.

Hijos que cuidan de padres abrumados por la enfermedad de Alzheimer, padres que apoyan a sus hijos adultos aun cuando ellos parecen rechazar los valores de la familia, un abuelo que ayuda a educar a los hijos cuando sus padres no pueden, un cónyuge solo que hace un gran sacrificio para criar y alimentar a los hijos sin el beneficio del otro cónyuge: todos ellos viven vidas de fidelidad. Ellos encarnan las palabras de Rut quien rehusó abandonar a su suegra, la viuda Neomi y prometió, "adonde tú vayas yo iré" (Ru 1:16).

El amor fiel en el matrimonio y la familia se prueba con el cambio. También se puede fortalecer y madurar mediante el cambio. El reto es permanecer abierto a la gratuita presencia sanadora del Señor y ver el cambio como una oportunidad para crecer.

Algunos cambios en la familia vienen inesperadamente, tales como una enfermedad seria, un cambio de trabajo, la pérdida del empleo. Otros encajan más naturalmente en el flujo de la vida, tales como el nacimiento de un niño, la llegada de la adolescencia o la marcha de los hijos adultos del hogar. No importa cual sea el cambio, siempre trae algo de tensión e incertidumbre. Para muchos, es como una noche oscura del alma.

En esos momentos, osen esperar que se elevarán a nuevas experiencias de amor, para. penetrar el misterio de la muerte y resurrección de Cristo mismo.

Tal vez su familia trata de superar una pérdida dura o un cambio difícil. Tal vez están desgarrados por un conflicto o atrapados en unas relaciones malsanas. Si este es el caso, no tarden en buscar la ayuda de Dios y el apoyo de la Iglesia.

Los tesoros de oración y el culto de la Iglesia, las enseñanzas, el servicio, la contemplación y la guía espiritual están siempre a su alcance. La gracia del sacramento del matrimonio y el poder del compromiso que se han hecho mutuamente son fuentes continuas de fortaleza.

Un matrimonio entre un cristiano y un creyente de otra religión, aunque no sea un sacramento, es un estado de santidad instituido por Dios. Esa unión también es un don divino que da poder espiritual para sostenerlos.

También, no tarden en buscar ayuda profesional. Una sesión de consejería puede ayudarles a identificar los recursos personales que ya tienen y a usarlos más efectivamente.

Preguntas para Reflexionar
  • ¿Qué significa el amor para ustedes?
  • ¿Cuándo han tenido que renovar una decisión de amar a su cónyuge, hijo o hija u otro miembro de la familia?
  • ¿Qué la dificultó o facilitó?
Dando Vida
Santo Tomás de Aquino nos enseñó que el amor se difunde de por sí, es decir crece y se derrama en todos los aspectos de nuestra vida.

Cuando un hombre y una mujer contraen matrimonio, se prometen un amor que es, en las palabras del Papa Pablo VI, "Creador de vida" (Sobre la Vida Humana, no. 9). De ese modo "los cónyuges, a la vez que se dan entre sí, dan más allá de sí mismos la realidad del hijo, reflejo viviente de su amor. . ." (Sobre la Familia, no. 14).

El recibir un hijo, ya sea natural o adoptado, es un acto de fe como también de amor. Estar abiertos a la vida señala que hay confianza en Dios quien es e1 creador y el sostén de la vida.

También marca el inicio de un compromiso de por vida: alimentar, enseñar, disciplinar y finalmente, dejar ir a un hijo—cuando él o ella sigan un nuevo camino de amor por trazar. La paternidad es una vocación y una responsabilidad cristiana. Es la experiencia de actuar como instrumentos de Dios al dar vida a sus hijos en diversos modos; al mismo tiempo es una experiencia de sentirse formado por Dios mediante sus hijos.

La vida que ustedes dan como padres no está limitada a su prole únicamente. Los hijos de otras familias necesitan su guía y también otros padres pueden beneficiarse con su experiencia ganada en la batalla. Tampoco ustedes no pueden criar a sus hijos solos. Todas las familias—aun esas con dos cónyuges - necesitan un círculo mayor de tías y tíos, abuelos y padrinos y de otras familias de fe.

Hay tantas maneras en que la familia puede dar vida, especialmente en una sociedad que desvalora la vida por medio de tales acciones como el aborto y la eutanasia. Por ejemplo, su familia puede preguntar: ¿cómo hemos sido bendecidos como familia? ¿Qué valores y creencias tenemos para transmitir a las generaciones futuras? ¿Qué capacidad y recursos poseemos que podemos compartir con otros? ¿Qué tradiciones y ritos han enriquecido nuestra vida? ¿Podrían beneficiar a otros familias?

Cada generación de una familia tiene la obligación de dejar el mundo más bello y provechoso que como lo encontró. Ustedes pueden hacer esto, por ejemplo, cuando deliberadamente transmiten su sabiduría y la fe de la Iglesia, proporcionando mensajes opuestos a la cultura sobre la pobreza, el consumismo, la sexualidad y la justicia racial, entre otros.

Ustedes, como familia, también dan vida al hacer cosas simples tales como sacar a un abuelo de un hospicio para darle un paseo, llevar una comida a un vecino enfermo, ayudar a construir casas para los pobres, trabajar en un comedor público, reciclar sus bienes, trabajar para mejorar las escuelas o al unirse a acciones políticas a favor de los que reciben tratos injustos.

Tal actividad fortalece los lazos familiares. Enriquece al que da tanto como al que recibe. Desenfrena "las energías formidables" que tienen las familias para construir una sociedad mejor (Sobre la Familia, no. 43). El valor del testimonio que ofrecen las familias cristianas no puede sobrestimarse. Cuando una familia se convierte en una comunidad de fe y amor se hace al mismo tiempo un centro de evangelización.

Preguntas para Reflexionar
  • ¿Qué es lo que más me importa en la vida?
  • ¿Cómo, con quien—y cuando—tendré mi tesoro?
  • ¿Comparte nuestra familia sus tesoros con otras familias?
Creciendo en Reciprocidad
La base de todas las relaciones en una familia es nuestra igualdad fundamental como personas creadas a imagen de Dios. La historia de la creación en el Libro de Génesis enseña esta verdad fundamental: "ambos son seres humanos en el mismo grado, tanto el hombre como la mujer; ambos fueron creados a imagen de Dios" (Sobre la Dignidad y la Vocación de la Mujer, no. 6).

Y San Pablo describe la "nueva creación" hecha posible en Cristo:

Todos ustedes, al ser bautizados en Cristo, se re vistieron de Cristo. Ya no hay diferencia entre quien es judío y quien griego, entre quien es esclavo y quien hombre libre; no se hace diferencia entre hombre y mujer. Pues todos ustedes son uno solo en Cristo Jesús (Gal 3:27-28).
El matrimonio es la sociedad de un hombre y una mujer con igual dignidad y valor. Esto no quiere decir que son iguales en sus funciones y expectativas. Hay importantes características físicas y psicológicas que causan diferentes habilidades y perspectivas. La igualdad de personas tampoco significa que dos cónyuges tendrán idénticos dones, caracteres o funciones.

Más bien, una pareja que acepta su igualdad como hijo e hija en el Señor se honrarán y se apreciarán mutuamente. Respetarán y valorarán sus dones e individualidad. Se "someterán unos a otros por consideración a Cristo" (Ef 5:21).

Nuestra cultura competitiva tiende a promover la agresividad y la lucha por el poder y las ha vuelto parte común de la vida, especialmente en el trabajo. Es muy fácil para parejas traer a su relación un espíritu malsano de competencia. El Evangelio exige que todos examinemos esas actitudes. El matrimonio nunca deberá ser una lucha para ganar control.

Porque el matrimonio, diferente a todas las otras relaciones, es un contrato con votos de dimensiones únicas. En esta asociación, la submisión total—no el dominio por uno de los cónyuges—es la clave de la verdadera felicidad. Nuestra actitud deberá ser igual a la de Jesús que "siendo de condición divina, no reivindicó en los hechos, la igualdad con Dios, sino que se despojó. . ." (Fil 2:6-7).

La verdadera igualdad, comprendida como reciprocidad, no es medir tareas (quién prepara las comidas, quién supervisa las tareas escolares, y demás) o el mantenimiento de un horario ordenado. Se desarrolla a un nivel mucho más profundo donde reside el poder del Espíritu.

Aquí, la gracia de los votos sacramentales hace posible que al despojarse de su voluntad propia uno viva con alegre entrega.

La reciprocidad es realmente compartir poder y ejercer responsabilidad para un propósito mayor que nosotros. La manera de compartir las tareas domésticas deberá basarse en comprender lo que es necesario hacer para una vida juntos, como también en las habilidades propias y los intereses que cada uno lleva a la vida común.

Nuestra experiencia como pastores nos muestra que la verdadera intimidad conyugal y la verdadera amistad son imposibles sin reciprocidad. Un cónyuge solo no puede mantener la llama del amor. Los dos son cocreadores de sus relaciones. Esto se muestra muy claramente en la decisión de procrear. La Iglesia promueve el sistema natural de planificación por muchas razones, entre ellas porque favorece la atención que hay que dar a la compañera, ayuda a ambos a erradicar el egoísmo, el enemigo del verdadero amor, y profundiza su sentido de responsabilidad (Sobre la Vida Humana, no. 21).

Ponerse de acuerdo en la igualdad de ambos será más fácil que cambiar el comportamiento o que juntos aceptar responsabilizarse por la relación. Es necesario un gran esfuerzo para entender realmente los sentimientos de la otra persona o para tomar decisiones juntos en asuntos importantes.

Compartir sentimientos y el deseo de estar a la disposición del otro puede ser difícil, especialmente para aquellos que nos criamos en la tradición de ser "fuertes y silenciosos."

Los hombres de todas las clases sociales parecen haber sido influenciados por esta norma ampliamente aceptada.

Además, algunas mujeres han aprendido a temer los conflictos y actúan de manera pasiva frente a ellos. Las mujeres que aceptan su propio valor tienen más capacidad para expresar sus creencias, ideas y sentimientos, aun los más dolorosos, tales como la ira.

Flexibilidad de funciones dentro del matrimonio será más difícil si la familia original de uno no ofreció ese ejemplo. Cada familia, (pareja) tiene que decidir respetuosamente y con reciprocidad que es lo mejor para ella. Especialmente cuando los dos cónyuges están empleados, las labores domésticas tienen que compartirse.

Urgimos a todos a que usen los programas patrocinados por la parroquia, la diócesis u otras organizaciones en su comunidad que enseñan comunicación y resolución de conflictos a las parejas y a los padres. También hay programas valiosos que llevan a las mujeres y a los hombres a un entendimiento espiritual de su comportamiento, a apreciar como se influencian mutuamente y a ir más allá de los estereotipos del género.

Les urgimos a que se unan a otras familias y parejas que se empeñan concientemente en seguir el camino de amor de Cristo. Pueden encontrar esa ayuda en el Movimiento Familiar Cristiano (MFC), el Encuentro Matrimonial, los Equipos de Nuestra Señora, el Movimiento de Familias Nuevas, y en su Oficina Diocesana para la Familia—entre otros.

Cuando nacen los hijos, la madre y el padre son importantes en su sustento y formación. Más y más, los padres han ido descubriendo como su participación en la crianza enriquece no sólo a los hijos sino también a ellos. Este es un desa-rrollo esperanzador.

Urgimos a los hombres a que interpreten su papel tradicional como "proveedores" para la familia en un sentido más amplio. El cuidado físico de los hijos, la disciplina, la preparación en los valores y las prácticas religiosas, la ayuda con el trabajo escolar y otras actividades: todos esos cuidados y muchos más pueden ser proporcionados por los padres como también por las madres.

Se puede aprender algo de la manera en que muchas culturas ponen a los hijos en el centro de la vida familiar. Los hijos en la familia comparten la misma dignidad como personas que los adultos. Ellos también son parte del contrato de reciprocidad. Los padres pueden demostrar eso en la manera en que tratan a los hijos con respeto, dándoles responsabilidad, escuchando seriamente sus pensamientos y sentimientos.

Invitar a los hijos a conversar sobre decisiones a tomarse, especialmente cuando las decisiones podrían alterar la vida en familia, tiene precedentes en nuestra tradición. Vemos en la Regla de San Benito que el abad debe consultar con todos los miembros del monasterio, hasta con los más jóvenes (que a veces eran niños), cuando sus vidas se verían afectadas.

Esta acción no disminuye la autoridad sino que la fortalece con amor.

La vida de los mayores enriquece la vida de su familia. Ellos también deberán ser apreciados, no sólo tolerados, porque son "testigo del pasado e inspirador de sabiduría para los jóvenes y para el futuro" (Sobre la Familia, no. 27). Abuelos, los animamos a que continúen en su tarea de cuidar, especialmente a la generación más joven y a encontrar nuevas maneras de demostrar el amor por sus hijos y nietos.

La actitud de reciprocidad en el hogar está muy ligada a la virtud de la humildad. Y la humildad se forja en la oración: esposos y esposas orando con y por el otro, los padres orando con y por sus hijos. Esto es el corazón del ministerio dentro de la Iglesia del hogar.

Preguntas para Reflexionar
  • Relean esta sección juntos como pareja y consideren: ¿cómo influye nuestra infancia en la idea que tenemos de las funciones de los hombres y las mujeres?
  • ¿Dónde tenemos que crecer en reciprocidad?
  • Como familia, ¿nos mostramos mutuo respeto?
  • ¿Cómo podemos fortalecer esta virtud?
Compartiendo el Tiempo
Nos sorprende como las increíbles ocupaciones de la vida familiar pueden afectar negativamente las relaciones de amor. Diariamente vemos familias abrumadas por las exigencias del trabajo, viajes de negocios, quehaceres domésticos, yendo a la escuela y viniendo, siguiendo las citas con los médicos, responsabilidades cívicas y trabajos voluntarios.

Hombres y mujeres pueden quedar atrapados en largas sesiones de trabajo, aun en los fines de semanas, en sus ocupaciones. Equilibrar las responsabilidades del hogar y del trabajo es una obligación compartida para los cónyuges. Este es un asunto crítico que la familia de hoy confronta. Cuando hay opciones, las horas de trabajo deben ser sobrepasadas con miras a su impacto en la vida familiar.

Para florecer, el amor requiere atención, comunicación y tiempo—para compartir un cuento o revelar una necesidad, jugar, contar un chiste, observar y animar—tiempo para hacerse presente en un momento de fracaso o triunfo, confusión, desespero o decisión.

El pasar tiempo juntos fomenta intimidad, aumenta comprensión y crea memorias entre el esposo y la esposa, padres e hijos, hermanos y hermanas, abuelos y los miembros más jóvenes de la familia. Es difícil imaginarse cómo una familia puede vivir fielmente, dar vida, y crecer en reciprocidad sin no opta por compartir su tiempo.

Es importante para las parejas pasar tiempo juntos. Pasar tiempo lejos de los niños y otros adultos proporciona oportunidades de crecer en comprensión y reavivar la llama del amor que se descuida cuando los hijos, el trabajo y los demás compromisos exigen tiempo y energía.

Cada uno de nosotros necesita preguntarse: ¿a qué dedico mi tiempo?  Cuáles son mis prioridades? ¿Acaso la televisión, los deportes, el hacer dinero, las compras, el avanzar en el trabajo, el ayudar voluntariamente en la iglesia o en la comunidad consumen el tiempo que sería mejor usado si lo pasáramos con los que amamos?

Les rogamos que examinen las prioridades que tienen para su familia. Compárenlas con el uso actual de su tiempo. Vean las búsquedas individuales que pueden abandonar o remplazar con actividades familiares. Les urgimos que hagan tiempo para estar juntos.

  • den prioridad a comer juntos (aunque sea reuniéndose en un restaurante "rápido"),
  • oren y vayan a la iglesia juntos, especialmente a la Eucaristía dominical y en oraciones en familia, tales como el rosario,
  • creen tradiciones y rituales familiares,
  • asistan a retiros para familias y a programas de educación familiar.
Ver programas de televisión juntos y dialogar sobre los valores que se promueven en los programas puede ser tiempo beneficioso para la familia.

Tiempo para la soledad es tiempo bien usado. Cuando entramos en una verdadera experiencia sabática, solos con Dios, podemos entender más plenamente quienes somos—en contraste con lo que hacemos—y podemos recibir lo que Jesús ofrece cuándo nos dice "vengan a mí. . . y les refrescaré" (Mt 11:28).

Preguntas para Reflexionar
  • ¿Cómo equilibramos nuestro compromiso con el trabajo, la comunidad, los demás y los hijos?
  • ¿Hemos dejado que nuestra vida se fragmente demasiado?
    ¿Qué decisiones positivas hemos hecho esta semana para mejorar el uso de nuestro tiempo?



La Iglesia Apoya a la Familia

Una Invitación
Anteriormente en este mensaje afirmamos la verdad antigua de que la familia cristiana es la Iglesia del hogar. Esta verdad nos ha guiado y ha dado forma a todo lo que hemos escrito.

Sabemos que en los momentos cotidianos de su vida en familia, ustedes proclaman la Palabra de Dios, se comunican con Dios en la oración y sirven las necesidades de los demás. Las experiencias llenas de gracia que tienen como familias cristianas en su Iglesia doméstica deben ser compartidas más ampliamente con todos nosotros.

Los animamos a que ayuden a la Iglesia, y sobre todo a otras familias, hablándonos sobre como ustedes tratan de seguir el camino del amor. Cuéntennos lo que han hecho para permanecer casados, cómo han vencido obstáculos, cómo han sacado tiempo para estar juntos, las oportunidades que han aprovechado para enriquecerse o para obtener ayuda profesional para sus problemas. Compartan con nosotros cómo entienden su vocación de esposos o padres. Cuéntennos del sufrimiento causado por promesas y relaciones rotas. Den testimonio de su creencia en la misericordia de Dios al buscar reconciliación con su familia y con la Iglesia. Ayúdennos a apreciar los símbolos y las tradiciones con las que celebran y rinden culto. Permítannos ver como están tratando de vivir un estilo más simple de vida, de servir a los necesitados, traer justicia y paz a su comunidad. Dígannos que clase de apoyo esperan de la Iglesia.

En 1994 (El Año Internacional de la Familia) el Servido de Noticias Católico (CNS) dará la oportunidad en su columna "La Fe Vive" para que las familias cuenten sus historias.

Sus palabras y acciones darán fuerza a nuestras exhortaciones.

Nuestra Promesa
Otras veces hemos rogado a todas las instituciones de la sociedad que creen asociaciones con la familia. Ahora prometemos que haremos nuestra parte en desarrollar esa asociación dentro de la Iglesia misma. Específicamente, como Conferencia Nacional de Obispos Católicos nos comprometemos a:

  • estar abiertos al diálogo entre nuestra Conferencia y la familia pidiendo al Comité para el Matrimonio y la Familia que busque la manera de escuchar la reflexión de las familias sobre este mensaje;
  • continuar nuestro apoyo por familias que se organizan para ayudarse unas a otras, p.ej., en las responsabilidades de la paternidad, en el proceso de aflicción y sanación después de una gran pérdida, al actuar para servir a los pobres y remediar la injusticia, al formar comunidades de familias que siguen el camino del amor juntas;
  • pedir a los teólogos y líderes pastorales, especialmente a nivel nacional, que creen recursos que fortalezcan la unión conyugal y ayuden a entender más profundamente el valor y la función de la familia cristiana como una Iglesia doméstica;
  • estudiar más profundamente cómo mejorar nuestros empeños en la preparación matrimonial y como fortalecer y enriquecer a los matrimonios usando los recursos espirituales y pastorales de la Iglesia y enfatizar particularmente esas etapas del matrimonio que tienen la mayor posibilidad de causar el divorcio;
  • incluir más deliberadamente dentro del contexto de nuestro cuidado pastoral atención a las familias con un solo cónyuge, familias en un segundo matrimonio, abuelos criando a niños, familias de diferentes razas o religiones, y personas que han enviudado o se han divorciado;
  • extender nuestros esfuerzos en dar bienvenida a las familias de diferentes razas y etnias;
  • abogar con organizaciones nacionales, editores, educadores y otros expertos para que creen recursos que ayuden a los padres en su papel de formar la moral y la fe de sus hijos;
  • continuar nuestra defensa nacional en favor de una política pública y del paso de legislación que promuevan la estabilidad familiar y el bienestar de los niños y los más indefensos—los no-nacidos, los incapacitados, los débiles y los ancianos enfermos.
En general, deseamos iniciar o mejorar esas cosas que caben dentro de nuestra capacidad como organización nacional para que nuestra creencia sobre ustedes, como Iglesia del hogar dé fruto. Nosotros los obispos necesitamos que ustedes inyecten su vitalidad, su comprensión, su intimidad amorosa, su hospitalidad a toda la Iglesia. Necesitamos que ustedes, cuya fe y apostolado se alimentan dentro de la Iglesia del hogar, se unan más a nosotros en proclamar a Cristo en el mundo.

  • urgir a nuestras agencias diocesanas y a las parroquias para que busquen la manera de que las familias se comuniquen con el liderazgo eclesial sobre sus necesidades y posibilidades;
  • asegurarnos que las parroquias, escuelas e instituciones y agencias diocesanas examinen hasta que punto sus normas y programas ayudan o impiden el crecimiento de la familia y facilitan que la familia cumpla su cometido;
  • considerar seriamente cambiar aquellas normas y programas que ya no responden a las necesidades contemporáneas de la familia o le impiden asumir su lugar debido como Iglesia del hogar.
Algunos Retos
Reconocemos que las estructuras oficiales algunas veces dificultan el diálogo con la familia y la asociación con ustedes. Por tanto, como obispos en nuestras diócesis particulares reconocemos estos retos:

  • urgir a nuestras agencias diocesanas y a las parroquias para que busquen la manera de que las familias se comuniquen con el liderazgo eclesial sobre sus necesidades y posibilidades;
  • asegurarnos que las parroquias, escuelas e instituciones y agencias diocesanas examinen hasta que punto sus normas y programas ayudan o impiden el crecimiento de la familia y facilitan que la familia cumpla su cometido;
  • considerar seriamente cambiar aquellas normas y programas que ya no responden a las necesidades contemporáneas de la familia o le impiden asumir su lugar debido como Iglesia del hogar.
Conclusiones
Hemos expresado de varias maneras a lo largo de nuestro mensaje lo mucho que deseamos fortalecer la vida familiar para el bienestar del mundo y de la Iglesia, y para beneficio de todo horbre, mujer y niño. Ahora ofrecemos estas reflexiones de lo que queremos enfatizar:

  • Parejas casadas: la. gracia del Sacramento del Matrimonio y el poder espiritual de sus votos están a su alcance diariamente. Hagan uso de esa realidad para fortalecer su vocación.
  • Padres y madres: sus hijos no sólo necesitan disciplina y amor, necesitan el ejemplo de adultos que con su comportamiento les demuestra que son importantes. Pongan a sus hijos primero al tomar decisiones para la vida familiar.
  • Niños y jóvenes: tienen derecho a esperar amor, guía, disciplina y respeto de sus padres y mayores. Y ustedes deberán obedecerlos, respetarlos y compartir su amor con ellos, sus experiencias de Dios, sus temores y esperanzas. Deberán ayudar a sus padres y mayores en sus necesidades y acompañarlos en el camino de la santidad. Oren por ellos al igual que ellos oran por ustedes.
  • Cónyuges separados: el camino a la sanación, la reconciliación y la recreación de su relación puede ser lento y doloroso. Si están dispuestos a emprender ese camino, la Iglesia tiene muchos recursos como consejería pastoral, "Retrouvaille," y el programa "La Tercera Opción," que puede servirles de ayuda.
  • Personas divorciadas y viudas: las relaciones y las circunstancias dentro de sus familias habrán cambiado, pero el amor de Dios por ustedes está siempre presente y no termina. Tomen la mano de los que se las extienden a ustedes con cariño. Extiendan su mano a otras que encuentran en la ruta de la sanación y la reconciliación. Hay un hogar para ustedes dentro de nuestras parroquias y comunidades de fe.
  • Padres y madres solos: enfrentarse a todas las responsabilidades de la paternidad solos es un desafío que afecta hasta lo más profundo de su vida. Nosotros, los obispos, les expresamos nuestra solidaridad. Urgimos a todas las parroquias y comunidades cristianas que les den la bienvenida, para que les ayuden a buscar lo que necesitan para una vida familiar feliz, y para ofrecerles la amistad cariñosa que es la señal de nuestra tradición cristiana.
  • Familias: únanse a otras familias en comunidades de apoyo mutuo. Crecimiento espiritual, luz para sus problemas, ayuda en tiempos difíciles, y amistades duraderas nacen de esas experiencias.
  • No hay que avergonzarse si tienen que buscar ayuda para problemas familiares, ya sea en forma de consejería, programas educacionales o grupos de apoyo.
  • La vida cristiana incluye obligaciones que van mis allá del círculo familiar. Para que los niños aprendan el verdadero significado de una vida abundante en Cristo (cf. Jn 10:10), necesitan conocer la alegría de contribuir al bien común en el hogar, en el vecindario, en la Iglesia y en la sociedad. El deber es un ancla en lo que parece un océano de caos.
Para que todos los miembros de la Iglesia sigan el camino de amor de Cristo es esencial que continuemos hablando, escuchando y aprendiendo unos de otros. Somos el único Cuerpo de Cristo: la Iglesia. en el hogar, en la comunidad pequeña, en la parroquia, en la diócesis, en una comunión universal. Compartimos un solo Señor, una fe, un bautismo. Somos una familia en Cristo.

Nosotros, los obispos, devotamente encomendamos
todas las familias a María, madre de Jesús
y madre de la Iglesia. Pedimos a San José que los guíe
en todos los caminos de la fidelidad.



Apéndice: Documentos Pastorales sobre el Matrimonio y la Vida Familiar

Tenga la bondad de consultar la biblioteca diocesana o de la parroquia para ver si estos documentos están disponibles. Los documentos seguidos de un número se pueden obtener en inglés y/o español de la USCC Office for Publishing and Promotion Services, 3211 Fourth Street N.E., Washington, D.C. 20017, o llamando gratis al 1-800-235-8722.

Concilio Vaticano II. Constitución de la Iglesia en el Mundo Actual/Gaudium et Spes. 7 de diciernbre de 1965.

Enseñanza sobre la dignidad del matrimonio, el papel de la familia y el deber de la sociedad y la Iglesia de apoyar a la familia.
Papa Pablo VI. Sobre la Vida Humana/Humanae Vitae. 25 de julio de 1968.

Carta encíclica sobre la naturaleza y propósitos del amor conyugal, el don de la fertilidad y el llamado a la paternidad responsable.
Papa Juan Pablo II. Sobre la Familia/Familiaris Consortio. 15 de diciembre de 1981.

Exhortación apostólica sobre la naturaleza y las tareas de la familia cristiana y la gama de cuidados pastorales que necesitan las familias.
Papa Juan Pablo II.  Sobre la Dignidad y la Vocación de la Mujer/Mulieris Dignitatem. 15 de agosto de 1988.

La reciprocidad del hombre y de la mujer en el matrimonio, la importancia del amor y la dimensión esencial de la Iglesia se presentan en esta Carta Apostólica que brota de la meditación del Santo Padre sobre la Sagrada Escritura.
National Conference of Catholic Bishops. Human Life in Our Day. [La Vida Humana en Nuestros Días]. 15 de noviembre de 1968.

Carta pastoral que acentúa el desarrollo de la vida en la familia y en un mundo en paz.
National Conference of Catholic Bishops. Vivir en Cristo Jesús: Reflexión Pastoral sobre la Vida Moral. 11 de noviembre de 1976. USCC, no. 116-4/español solamente.

Carta pastoral que responde a algunas preguntas morales que surgen de la vida en la comunidad de la familia, la nación y el mundo.
La Santa Sede. Carta de los Derechos de la Familia. 22 de octubre de 1983.

Un documento dirigido a los gobiernos con los principios que se deberán usar en la creación de legislación, normas y programas para la familia.
Consejo Pontificio para la Promoción de la Unidad Cristiana. Directorio para la Aplicación de Principios y Normas sobre el Ecumenismo. 25 de marzo de 1993.

Un documento que contiene importantes normas sobre matrimonios entre personas de diferentes religiones.
National Conference of Catholic Bishops. Family Ministry: A Pastoral Plan and a Reaffirmation [Ministerio Familiar: Un Plan Pastoral y una Reafirmación]. 13 de noviembre de 1990. USCC, publicación no. 426-0/inglés solamente.

Declaración que proporciona guía y directivos para el ministerio pastoral familiar.
United States Catholic Conference. Human Sexuality: A Catholic Perspective for Education and Lifelong Learning [La Sexualidad Humana: Una Perspectiva Católica para la Educación y el Aprendizaje Continuo]. 21 de noviembre de 1990. USCC, publicación no. 405-8/inglés solamente.

Documento que presenta los valores humanos, las raíces bíblicas, los principios morales y las consideraciones teológicas que se deben tomar en cuenta en la creación de programas educacionales.
United States Catholic Conference. Putting Children and Families First: A Challenge for Our Church, Nation, and World. [Poniendo a los Niños y a las Familias Primero: Un Desafío para la Iglesia, la Nación y el Mundo] Noviembre de 1991. USCC publicación no. 469-4/inglés solamente.

Declaración pastoral que examina las condiciones sociales de los niños y las dimensiones morales y religiosas de cuidarlos, especialmente al dar prioridades diferentes a las normas y legislaciones públicas.
Comité para el Matrimonio y la Familia, NCCB. A Family Perspective in Church and Society: A Manual for All Pastoral Leaders. [Perspectiva Familiar en la Iglesia y la Sociedad: Manual para todos los Líderes Pastorales].1988. USCC publicación no. 191-1/inglés solamente.

Material para que los líderes aumenten su conocimiento de las familias contemporáneas y poder evaluar cómo las normas y los programas pueden fortalecer la vida familiar.
Comité para la Investigación Pastoral y las Prácticas, NCCB. Faithful to Each Other Forever: A Catholic Handbook of Pastoral Help for Marriage Preparation. [Fidelidad Mutua para Siempre: Un Manual Católico con Ayuda Pastoral para la Preparación Matrimonial]. 1989. USCC publicación no. 252-7/inglés solamente.

Manual para ministros diocesanos y parroquiales responsables de la catequesis para el Sacramento del Matrimonio, de la preparación de parejas para el matrimonio y para su cuidado pastoral después de la boda.
Comité para el Matrimonio y la Familia y el Comité sobre la Mujer en la Sociedad y en la Iglesia, NCCB. Cuando Pido Ayuda: Una Respuesta Pastoral a la Violencia Doméstica contra la Mujer. 1992. USCC publicación no. 548-8.

Una declaración dirigida a las víctimas abusadas, a las personas a quién las víctimas acuden y a las personas que abusan; presenta una guía moral y práctica para responder a la violencia doméstica y para tratar a los que abusan de las mujeres.
Comité para las Actividades ProVida, NCCB. Human Sexuality from God's Perspective: Humanae Vitae 25 Years Later. [La Sexualidad Humana desde la Perspectiva de Dios: Humanae Vitae 25 Años Después]. 25 de julio de 1993. (Se obtiene de Diocesan Development Program for Natural Family Planning, 3211 Fourth Street N.E., Washington, D.C. 20017.202-541-3070.)

Una reafirmación de la enseñanza de Humanae Vitae que llama a una nueva generación a reconocer y aceptar la visión profética de la Iglesia sobre el matrimonio, la sexualidad y la vida familiar.

Sigan el Camino del Amor: Un Mensaje Pastoral de los Obispos Católicos de los Estados Unidos a la Familia fue creado por el comité para el Matrimonio y la Familia.  Fue aprobado por el Comité Administrativo en septiembre de 1993 y por los Obispos Católicos de los Estados Unidos en su reunión general de noviembre 17 de 1993.  La publicación de Sigan el Camino del Amor ha sido autorizada por el que firma.

Monseñor Robert N. Lynch, General Secretario, NCCB/USCC


Las citas bíblicas son de la Biblia Pastoral Latinoamericana y se usan con permiso. Se reservan todos los derechos.

Copyright © 1994, United States Catholic Conference, Inc., Washington, D.C. Se reservan todos los derechos. Ninguna porción de este trabajo puede reproducirse o ser transmitida en forma o medio alguno, ya sea electrónico o mecánico, incluyendo fotocopias, grabaciones, o por cualquier sistema de recuperación y almacenaje de información, sin el permiso por escrito del propietario de los derechos.

Para pedir Sigan el Camino del Amor: Un Mensaje Pastoral de los Obispos Católicos de los Estados Unidos a la Familia en el formato oficial de su publicación, contacte la USCC Office for Publishing and Promotion Services, llamando la línea gratis 800-235-8722 (en el área metropolitana de Washington o desde fuera de Estados Unidos llame al 202-722-8716). En español: No. 676-X; en inglés: No. 677-8. 32   págs. $1.95 c/copia; se ofrecen descuentos por mayores cantidades. Añada un 10% a cada pedido para cubrir el embalaje y envío ($3.00 mínimo).


Sigan el Camino del AmorSigan el Camino del AmorSigan el Camino del Amor