Statement

Statement in Spanish on Iraq, February 26, 2003

Topic
Year Published
  • 2013
Language
  • English
Monseñor Wilton D. Gregory
Presidente
Conferencia de Obispos Católicos de los Estados Unidos

26 de febrero del 2003

Nuestra nación y mundo enfrentan opciones graves sobre guerra, paz, seguridad y justicia.  Este debe ser un tiempo de oración revivificada, reflexión moral continua y participación cívica activa y firme.  Este es el momento para reafirmar y plantear de nuevo las serias preguntas y preocupaciones éticas que nuestra conferencia expresó en una carta dirigida al Presidente Bush en septiembre pasado y en una declaración más extensa por parte de todo grupo de obispos el pasado mes de noviembre.

No tenemos ninguna ilusión sobre el comportamiento e intenciones del gobierno iraquí o los peligros que éste representa.  Una vez más, reiteramos nuestro llamado para que el liderazgo iraquí abandone sus esfuerzos por desarrollar armas de destrucción masiva y para que cumpla con sus obligaciones de destruir tales armas.  Nos unimos con el Papa Juan Pablo II para insistir en que Irak se comprometa concretamente a cumplir las demandas legítimas de la comunidad internacional y a evitar la guerra.  El régimen iraquí tiene que reconocer que hasta ahora no ha respondido adecuadamente a estas demandas y que debe actuar inmediata y efectivamente para cumplirlas, tanto para evitar un conflicto armado como para demostrar que tiene intenciones de cambiar sus formas de actuar. 

Nos unimos con el Papa Juan Pablo en la convicción que la guerra no es inevitable y que la guerra es siempre una derrota para la humanidad.  Esto no es una cuestión de fines, sino de medios.  Nuestra conferencia de obispos continúa cuestionando la legitimidad moral de cualquier uso unilateral de fuerza militar preventiva para derrocar el gobierno de Irak.  El permitir el uso preventivo de la fuerza militar para derrocar regímenes hostiles o amenazantes podría crear precedentes legales y morales profundamente inquietantes.  Con base en los hechos que conocemos, es difícil justificar el recurrir a la guerra contra Irak, sin contar con evidencia clara y adecuada sobre un ataque inminente de índole grave o de la participación de Irak en los ataques terroristas del 11 de septiembre.  Junto con la Santa Sede y muchos líderes religiosos en todo el mundo, creemos que el recurso de la guerra no cumpliría las condiciones estrictas de la enseñanza católica para el uso de la fuerza militar. 

En nuestro criterio, el recurso de la guerra en este caso debería contar con un amplio apoyo internacional.  Al acercarse las decisiones cruciales, nos unimos una vez más a la Santa Sede para exhortar a todos los líderes a que retrocedan del margen de la guerra y continúen trabajando mediante las Naciones Unidas para contener, disuadir y desarmar a Irak.  Esperamos y oramos para que los líderes en Irak, las Naciones Unidas y en nuestra propia nación escuchen las plegarias persistentes del Papa Juan Pablo II para tomar pasos concretos para evitar la guerra y construir una paz basada en el respeto por las leyes internacionales y por la vida humana. 

Si se toma la decisión de utilizar la fuerza militar, las coacciones morales y legales de la guerra deben ser acatadas.  Esto se espera de toda nación civilizada, y seguramente se espera de la nuestra.  Estamos amenazados por regímenes y terroristas que ignoran las normas tradicionales que regulan el uso de la fuerza; con mayor razón, nosotros debemos mantenerlas  y  reforzarlas mediante nuestras propias acciones.  Cualquier amenaza que denote o exprese el defendernos en contra de las armas de destrucción masiva de Irak utilizando nuestras propias armas de destrucción masiva sería claramente injustificada.  Se debe evitar el uso de minas terrestres antipersonales, bombas de dispersión y otras armas que no distinguen entre soldados y civiles, o entre tiempos de guerra y tiempos de paz.  En todas nuestras acciones en la guerra, incluyendo evaluaciones sobre si un daño colateral es proporcionado, debemos valorar las vidas y subsistencia de los civiles iraquíes de la misma forma en que valoraríamos las vidas y subsistencia de nuestras propias familias y nuestros propios ciudadanos. 

Si se suscita un conflicto armado, debemos estar preparados para enfrentar todas sus implicaciones y sus consecuencias.  El pueblo iraquí, que ya ha sufrido por mucho tiempo, podría enfrentar nuevos y terribles agobios, y una región llena ya de conflicto y refugiados podría experimentar más conflicto y recibir más refugiados, con minorías étnicas y religiosas particularmente vulnerables.  Un Irak posguerra requeriría un compromiso a largo plazo para la reconstrucción, asistencia humanitaria y asistencia a los refugiados, y el establecimiento de un gobierno estable y democrático, mientras que el presupuesto federal de los Estados Unidos es agobiado por el incremento en los gastos de defensa y los costos de la guerra. 

Como pastores y maestros, entendemos que no existen respuestas fáciles.  Las personas de buena voluntad pueden diferir sobre como se aplican las normas tradicionales en esta situación.  La gravedad de la amenaza y si la fuerza sería preventiva son temas de debate, como lo son las consecuencias potenciales de utilizar o no la fuerza militar.  Exhortamos a los católicos, especialmente a las mujeres y hombres laicos quienes son llamados a ser levadura de la sociedad, a pensar detenidamente sobre las opciones que enfrentamos, a reexaminar cuidadosamente la enseñanza de nuestra Iglesia y a expresarse enfáticamente de acuerdo a lo que les dicte su conciencia.  Nuestros corazones y nuestras oraciones están con aquellos quienes tal vez carguen con el peso de estas opciones terribles – los hombres y mujeres en nuestras fuerzas armadas y sus familias, el pueblo de Irak y los líderes de nuestra nación y del mundo quienes enfrentan decisiones trascendentales de vida o muerte, de guerra y paz. 

En tiempos como estos, acudimos al Señor pidiéndole sabiduría y entereza.  Nosotros, los cristianos, nos recuerda el Santo Padre, somos llamados a ser centinelas de la paz.  Nos unimos a él para exhortar a los católicos a que ofrezcan su ayuno del Miércoles de Ceniza por la conversión de corazones y la extensa visión de decisiones justas para resolver las disputas utilizando medios adecuados y pacíficos.  En los días venideros, nuestra comunidad de fe es llamada a la reflexión y el discernimiento, al diálogo y la acción y especialmente a la oración y al culto.  Al acercarnos al tiempo de Cuaresma, oremos y ayunemos para que nuestra nación y el mundo encuentren formas efectivas y pacíficas de garantizar la justicia, incrementar la seguridad y promover una paz genuina para todo el pueblo de Dios


Nota: Esta declaración coincide con la publicación de recursos litúrgicos y otros recursos pastorales y educacionales para que las diócesis y las parroquias los utilicen mientras nuestra nación se prepara para una posible guerra.  Consulte www.usccb.org.
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