Statement

Declaración del día del trabajo 2002

Year Published
  • 2018
Language
  • English

Monseñor George G. Higgins: Sacerdote fiel y voz de los trabajadores


2 de septiembre de 2002

Al aproximarnos a la celebración del Día del Trabajo 2002, enfrentamos muchos retos como nación y como Iglesia.  Somos una nación en guerra con el terrorismo y todavía nos estamos recuperando de los ataques de hace un año.  Los casos ampliamente divulgados de deshonestidad y de mal comportamiento corporativo, han puesto en duda la confianza de los consumidores en el campo de los negocios y ponen en peligro la seguridad financiera de inversionistas y trabajadores.  Mientras tanto, los funcionarios del gobierno continúan operando bajo un contexto de conflictos partidistas, disputas ideológicas y demandas de los grupos de intereses particulares.  Nuestra Iglesia también afronta retos difíciles buscando aliviar el dolor, el daño y la pérdida de la confianza como resultado del escándalo de abusos por parte del clero.

En momentos difíciles como éstos, acudimos a personas que poseen valentía, sinceridad, fidelidad, y sabiduría.  El pasado mayo perdimos a una persona así, al Monseñor George G. Higgins.  Después de 62 años de servicio a la Iglesia y varios meses de enfermedad, el monseñor Higgins falleció en su casa, en Illinois, culminando así décadas de servicio con principios y un ministerio fiel a su Iglesia y al movimiento laboral.

Durante varias décadas, fue el autor de la "Declaración del Día del Trabajo" de nuestra Conferencia.  Para mí, es conmovedor y es un honor continuar esta tradición.  En una ceremonia en su homenaje auspiciada por nuestra Conferencia de Obispos y la AFL-CIO, lo llamé un "gigante", y cité al Obispo Joseph Fiorenza, ex-Presidente de la Conferencia de Obispos, quién se refirió a él como "el sacerdote más respetado de Estados Unidos".  Manteniéndose firmemente leal, desafió a las dos instituciones que más quería – a la Iglesia Católica y al Movimiento Laboral de Estados Unidos – a mantenerse fieles a sus ideales y valores.   Su labor continúa siendo una fuente de sabiduría y luz para todos nosotros, especialmente en estos momentos difíciles.

En su sacerdocio, Monseñor Higgins estableció puentes entre la Iglesia Católica y el movimiento laboral en los Estados Unidos.  Entabló y mantuvo líneas abiertas de comunicación entre católicos y judíos.  Ayudó a los trabajadores de la tierra y a los campesinos a unirse en su lucha por mejores condiciones laborales.  Compartió e interpretó las palabras y la visión del Concilio Vaticano II.  Habló con la verdad.  Fue un hombre de convicción, sentido de humor y humildad.  Su ejemplo nos servirá de guía ahora que se aproxima el Día del Trabajo este año.

El monseñor Higgins, recordado siempre por su ministerio con mujeres y hombres trabajadores, falleció apropiadamente en el día de San José Obrero.  Nuestra conmemoración anual de los trabajadores debe recordarnos de su insistencia que la mayoría de la gente debe cumplir con su vocación, con su llamado, mediante la labor que realiza día a día.

Tal y como lo dijo de manera sencilla: 

"…La abrumadora mayoría de los laicos…ejercerá su ministerio, su llamado o su vocación, no detrás de la baranda del altar o desde el santuario, sino dentro y a través de sus respectivas ocupaciones, ya sean trabajadores, empleadores, banqueros, profesionales o lo que sean.

Algunos pensarán que esto es una exageración (que se trata de mucho ruido y pocas nueces).  Yo no estoy de acuerdo.  En momentos cuando la Iglesia pone tanto énfasis en la labor del ministerio para la catequesis, la liturgia, y otros ministerios dentro de la iglesia – como debe ser – debemos también prestar atención a aquellos que trabajan como cristianos en tareas que a veces menospreciamos como tareas puramente ‘laicas'…"1

La vida y las palabras de Monseñor Higgins nos recuerdan la relación entre el trabajo y la santidad, entre lo que la mayoría de la gente hace en la vida, nuestro trabajo y, cumpliendo con el propósito de Dios para nosotros, nuestro llamado a la santidad. Todos debemos continuar resistiendo lo que los obispos del Concilio Vaticano II llamaron: "uno de los errores más graves de estos tiempos…la dicotomía entre la fe, la cual mucha gente profesa, y su conducta día tras día".2  En nuestra vida vivimos nuestra fe como trabajador, cónyuge, padre o madre, entrenador, sacerdote, voluntario de la iglesia, ama de casa, empresario, dirigente sindical, estudiante, profesor, corredor de bolsa, y en tantas otras maneras.  La Iglesia necesita ayudarnos a entender que lo que cada uno de nosotros hacemos en nuestra vida cotidiana tiene un propósito moral, que nuestra labor contribuye a la creación de Dios y al bien común.

No importa cuál sea nuestro trabajo o estatus, cada uno de nosotros está llamado por la fe a moldear al mundo en el que vivimos y trabajamos.  Cada cual debe vivir plenamente lo que nuestra fe nos enseña sobre la vida humana y la dignidad, sobre la justicia económica y social, sobre la reconciliación y la paz.  Somos llamados a aplicar nuestros valores y nuestros principios morales en nuestras vidas y en nuestro trabajo.

El trabajo tiene un lugar especial en nuestra tradición católica.  Es mucho más que un trabajo.  Aunque es la manera en que la mayoría cumplimos con nuestras necesidades materiales y proveemos para nuestras familias, es también una manera de contribuir a la comunidad.  Mientras participamos en nuestra pequeña manera en la creación continua de Dios, nuestro trabajo promueve el bien común y refleja nuestra dignidad humana.

Para muchísimos estadounidenses, especialmente para aquellos que están en lo más bajo de la escala económica, no hay un trabajo decente disponible o éste no satisface las necesidades básicas de su familia.  Un trabajador con dos hijos, devengando un salario mínimo de $5.15 la hora, tiene que trabajar más de 53 horas a la semana para vivir justo por encima de la línea de la pobreza.  Desafortunadamente, muchos trabajadores sólo encuentran trabajos a medio tiempo, por lo tanto, deben tomar dos empleos, a un costo alto para el bienestar de la familia y de si mismos.

Para otros estadounidenses, aquellos que están subiendo en la escala económica, el realizar sus aspiraciones económicas puede consumirles tanto tiempo y energía que desatienden otras partes esenciales de sus vidas.  Muchos trabajadores, a menudo impulsados por las expectativas de sus empleadores, dedican tanto tiempo y energía a su empleo, lejos de su familia, lejos de su hogar, que la educación de sus hijos y su contribución a la vida comunitaria son descuidadas o se convierten en intereses secundarios.

No debe ser así.  El trabajo debe fortalecer nuestra vida familiar, proporcionándonos recursos y respeto, beneficios y servicios para el cuidado de salud para las familias.  El trabajo debe mejorar nuestra vida familiar, comunitaria y espiritual.  El trabajo debe permitirle a la familia vivir con dignidad.

Al desempeñar nuestro trabajo, nuestra contribución para la continuación de la creación de Dios, necesitamos reconocer que aún la cosa más sencilla que hagamos puede contribuir al bien común.  Las decisiones que tomamos en el trabajo pueden en maneras pequeñas ayudar a moldear el tejido y la ética de nuestra sociedad.

Los trabajadores se necesitan unos a otros.  Tal y como nos enseña Monseñor Higgins, muchas veces los trabajadores deciden unirse para formar asociaciones – sindicatos – para que sus voces sean escuchadas y su trabajo respetado.  Monseñor Higgins creyó que los sindicatos ayudan a la gente, no sólo a conseguir más, sino a ser más – buscando mayor participación y una voz que se escuche tanto en el trabajo como en la sociedad en general.

La enseñanza social de la Iglesia siempre ha apoyado el derecho de asociación que tienen los trabajadores.  Y no ha habido voz en la Iglesia en Estados Unidos más fuerte y más consistente en este tema que la de Monseñor Higgins. 

"El salario y los beneficios no son las únicas razones por las que mucha gente siente la necesidad y el deseo de decirle ‘Sí a la Unión'.  Hace algunos años en Washington, DC, los trabajadores y la gerencia de hoteles coincidían en asuntos básicos y estaban por llegar a un acuerdo.   Pero había una dificultad.  Los trabajadores, cuyos nombres aparecían en los uniformes del hotel, querían ver su nombre  y apellido en los uniformes.  La gerencia se negó a esto, diciendo que ‘Maria' y ‘Clarence', o el nombre que fuese, era suficiente.  Pero para los trabajadores, éste era un asunto de dignidad.  ‘¿Qué somos?  ¿Los esclavos de la casa?', demandaba el personal que eran en su mayoría negros e hispanos.  Las negociaciones casi se llegan a romper.  Pero, a su debido tiempo, los miembros de la unión de trabajadores de hoteles y restaurantes consiguieron su deseo.  Celebraron la victoria en una iglesia afro-americana en el centro de la ciudad.  Sin una unión, es casi inconcebible que se les hubiese concedido esta demanda."3

La enseñanza social de la iglesia reconoce que los seres humanos son profundamente sociales y que, por naturaleza, se organizan en grupos.  Nos reunimos para poner el pan sobre la mesa, para defendernos, para desarrollar tecnología y para disfrutar de la compañía de unos y otros. Los empleadores pueden y deben actuar en beneficio de sus empleados y las personas que dan las leyes pueden y deben dar leyes que protejan a los trabajadores.  Pero fue la profunda convicción de Monseñor Higgins que en muchas situaciones "sólo las organizaciones fuertes e independientes pueden darle a los empleados una voz genuina en su vida económica, así como los trabadores de hoteles en Washington, DC, los trabajadores de otros rubros tampoco quieren que se les trate como esclavos de la casa; ellos quieren dignidad".4

Ahora que se aproxima el Día del Trabajo, debemos reflexionar sobre cómo llevamos santidad e integridad al trabajo que hacemos.  Recordemos las lecciones del Monseñor Higgins y la herencia tan rica que nos dejó.  Continuemos sus esfuerzos para conseguir un salario justo y más respeto por la dignidad y los derechos de los trabajadores.  Al decir la verdad, al construir puentes entre la gente, al caminar con los pobres y al estar en solidaridad con la enseñanza de la iglesia sobre la importancia del movimiento laboral, el Monseñor Higgins nos llama a reformar y a renovar, nos llama al liderazgo y al servicio.

Nadie puede ocupar el lugar del Monseñor Higgins, pero todos somos llamados a llevar hacia delante su legado, compartiendo y actuando según la enseñanza de la iglesia sobre la labor y los derechos de los trabajadores.  Este Día del Trabajo, recordemos el trabajo de este sacerdote extraordinario y comprometámonos, cada cual a su manera, a continuar su misión y a compartir su mensaje.

Cardenal Theodore McCarrick, Arzobispo de Washington
Presidente, Comité para la Política Doméstica
United States Conference of Catholic Bishops


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1 Mons. George G. Higgins con William Bole, Organized Labor and the Church:  Reflections of a "Labor Priest." (Mahwah, Nueva Jersey:  Paulist Press, 1993), pág. 210.B
2 Vaticano II, pastoral Constitución sobre la Iglesia en el mundo moderno (Gaudium et Spes), no. 43.
3 Higgins, 182.
4 Higgins, 185.

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