Sr. Theresa Marie Nguyen, O.P.

 

Es un rey que conquista por medio del amor, no por la fuerza; un rey que reina desde la cruz y lleva una corona de burla y espinas, no de gemas ni de joyas.

Una de las escenas más desconcertantes y paradójicas en todos los relatos del Evangelio es en la que se nos invita a reflexionar en la fiesta de la Solemnidad de Cristo Rey: Jesús juzgado por Poncio Pilato. El Rey del cielo y la tierra, el Juez de toda la humanidad, se somete a ser juzgado por un hombre. La ironía de la interrogación se acrecienta con la pregunta de Pilato: “¿Eres tú el Rey de los judíos?”. Durante todo su ministerio público que inauguraba el Reino de Dios, Jesús se opuso a toda apariencia de ambición real. Pero en este punto culminante en el tiempo cuando lo entregan a las fuerzas del mundo, él coincide: “Tú lo has dicho: yo soy Rey. Yo doy testimonio de la verdad, y para esto he nacido y he venido al mundo”. (Jn 18,37)

La pregunta siguiente de Poncio Pilato interrumpe la escena del juicio con una abominable ironía: “¿Y qué es la verdad?”. La verdad misma está ante él, pero Pilato no puede verla, o más precisamente, no puede verlo a Él. Entonces lo que sigue es la burla blasfema al Rey. Lo azotan y le ponen una capa de color rojo púrpura. Los soldados lo golpean una y otra vez, y lo llaman rey (Jn 19,3). El letrero de su crucifixión lo identificaba como “Rey de los Judíos” pero su Reino no es de este mundo.

No resulta sorprendente que el mundo no reconociera el reinado de Jesús. Es un rey que conquista por medio del amor, no por la fuerza; un rey que reina desde la cruz y lleva una corona de burla y espinas, no de gemas ni de joyas. No hay nada más alejado de las expectativas que este rey manso y humilde.


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En nuestra actual crisis de autoridad, tanto dentro como fuera de la Iglesia, se nos recuerda la verdadera esencia del poder al mirar a Cristo como nuestro Rey. Cuando el Papa Pío XI instituyó la fiesta del Reinado de Cristo en 1925, tenía en mente una era marcada por la guerra, ideologías extremas y el nacimiento de los regímenes totalitarios. Su encíclica, Quas primas, explicaba que la nueva fiesta estaba destinada a ser un antídoto para el ateísmo y secularismo que plagaban la sociedad. El Papa Pío manifestó que quería que este antídoto se administrara a toda la Iglesia en su esencia interior. Precisamente por su inclusión en la liturgia, los fieles celebrarían, y por consiguiente vivirían, la profunda realidad presente en el sacrificio de Jesús.

Lex orandi, lex credendi, lex vivendi: el modo en que rezamos refleja lo que creemos y determina cómo vivimos. Cuando la Iglesia se reúne y exalta a Cristo como Rey lleva el ritmo de la existencia cristiana a la culminación en Cristo como Señor y Salvador, Rey y Redentor del mundo. Significa suscribirse a la certeza de que el único poder efectivo del mundo, mayor que todo el dinero y misiles a los que se podría recurrir para estar seguros, es el poder del amor persistente semejante a Cristo. Que nuestro contacto frecuente con Jesús en la Eucaristía una cada fragmento de nuestra vida para honra de Cristo nuestro Rey: “Cristo es todo en todos” (Col 3,11). Porque el pan que nos ofrece es su propia carne entregada “para la vida del mundo” (Jn 6,51) 

 


Sr. Theresa Marie Chau Nguyen, O.P., Ph.D. es profesora asistente de teología en la Universidad de St. Thomas en Houston y hermana dominica de la Provincia de María Inmaculada.

 

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