Por el Padre John W. Crossin, OSFS
(Adaptado de un discurso en la Universidad de Notre Dame, junio de 2013)

En inglés

Introducción

La sección titulada "Hablar con respeto y reverencia por los demás" (pp. 41-42) en Predicando el Misterio de la Fe, resume brevemente cincuenta años de pensamiento católico sobre nuestra relación con los demás. En esta presentación elaboraré un poco sobre este pensamiento.

Hoy día cerca de 25% de católicos se encuentran en matrimonios interreligiosos. Algunos normalmente, o de vez en cuando traen a su cónyuge, niños, u otros miembros de la familia a la Eucaristía dominical. Otros católicos podrían invitar a un amigo a venir con ellos a Misa. Mi impresión es que la mayoría de los predicadores no toman en cuenta de verdad la presencia de invitados ecuménicos o interreligiosos.

A lo largo de los años ha habido un gran cambio en la relación entre las iglesias. Cuando yo era niño en Filadelfia ni católicos ni protestantes querían que sus miembros entrasen en una iglesia de otra denominación. Nos conocíamos del barrio y jugábamos juntos, pero nunca nos veíamos en la iglesia.

Como sabemos, todo eso cambió con el Concilio Vaticano II. El Decreto sobre Ecumenismo, la Declaración Nostra Aetate sobre nuestra relación con religiones no cristianas, y la Declaración sobre la Libertad Religiosa cambiaron esta situación de raíz. Documentos siguientes, entre los que se enumeran algunos en el apéndice, elaboran sobre esos documentos. Yo recomendaría la Encíclica del Papa Juan Pablo II Ut Unum Sint de manera especial por su amplitud y profundidad sobre nuestras relaciones con nuestros hermanos cristianos.

Los cambios después del Concilio fueron significativos y han sido duraderos. Ahora entramos en los templos y lugares de culto de nuestros amigos de vez en cuando. Nos esforzamos por tratarnos con respeto y amor mutuos. Tratamos de construir mejores comunidades juntos. Servimos al bien común combinando nuestros recursos para asistir a los necesitados, como por ejemplo los sin techo.

Entre los cristianos ya no comparamos nuestro mejor a su peor. Juntos buscamos la verdad. Por ejemplo el Directorio ecuménico de 1993 indica que "los libros de texto y otras ayudas deben ser escogidos cuidadosamente; deberían explicar fielmente la enseñanza de otros cristianos sobre la historia, teología y espiritualidad para permitir comparaciones honestas y objetivas y estimular una mayor profundización de la doctrina católica" (n. 80).

Nosotros los católicos ya no sostenemos una "teología de retorno". Más bien creemos que, al buscar todos nosotros una conversión más profunda a Cristo estamos acercándonos o nos acercaremos unos a otros más. Creemos que ya estamos unidos profundamente por el Bautismo.

Las implicaciones de estos cambios están bastante claras y directas:

  • Hablamos positivamente unos de otros. Citamos los buenos ejemplos que muestran los demás. Así, por ejemplo indicamos la devoción de muchos musulmanes a sus oraciones diarias y buscamos ser más fieles a las nuestras propias.
  • Citamos ejemplos de cooperación interreligiosa a nuestro alrededor.
  • Notamos el buen ejemplo de nuestros hermanos cristianos en su práctica de hospitalidad a sus iglesias y en su servicio a los necesitados.
  • Indicamos, como hace san Juan Pablo II en Ut Unum Sint, el ejemplo de los muchos mártires cristianos recientes de las iglesias protestantes, anglicanas y ortodoxas. Su ejemplo de dar su sangre por la fe cristiana transciende nuestras diferencias.
  • Nos damos cuenta de los valores cristianos de nuestros colegas.
  • Cuando decidimos hablar sobre otra iglesia cristiana u otra fe, hacemos nuestra tarea. Por ejemplo, miramos a las páginas web de otras iglesias para mirar cómo hablan sobre sí mismas. Citamos sus autoridades legítimas—como esperamos que hagan ellos cuando hablen de nosotros.
  • Evitamos apoyarnos en los medios de comunicación que se rigen más bien por un énfasis en el conflicto que en la construcción de la paz.

Llevamos una sensibilidad especial a nuestras relaciones con el pueblo judío. Ésta ha sido una relación problemática históricamente. Ahora estamos en una nueva era. Debo indicar que algunos judíos y cristianos más jóvenes están empezando a tomar esta relación como caso hecho. Pero hay necesidad de trabajar más.

El Vaticano II ha cambiado lo que decimos sobre los judíos y el judaísmo

Aquellos que predican en un contexto católico deben leer y entender los cuatro importantes puntos del documento del Vaticano II, Nostra Aetate, n. 4:

  1. Los judíos no son colectivamente responsables de la muerte de Jesús.
  2. La alianza de Dios con el Pueblo judío sigue siendo válida.
  3. No se debe hablar de los judíos como olvidados o abandonados por Dios.
  4. El cristianismo no tiene lugar para el anti-semitismo o el anti-judaísmo.

Tanto la Santa Sede como la USCCB han publicado orientaciones sobre predicación sobre los judíos y judaísmos. Tres documentos tratan directamente de la predicación católica sobre los judíos y el judaísmo—Notas sobre la forma correcta de presentar a los judíos y el judaísmo en la Iglesia Católica Romana (Comisión para las Relaciones Religiosas con los Judíos, 1982); La Misericordia de Dios es eterna (USCCB, 1986); y El Pueblo Judío y su Sagrada Escritura en la Biblia Cristiana (Comisión Pontificia sobre la Biblia, 2002).

Al predicar, evitar utilizar términos anticuados, prejuiciosos o casuales para describir a los judíos, ya que tales términos ofenden como palabras con un pasado histórico problemático cuyos significados a menudo están conectados con la denigración de los judíos.

En cada homilía, trata de recuperar algo del contexto judío en las lecturas del Nuevo Testamento para que la audiencia comprenda cómo Cristo cumple –no destruye– el judaísmo en su papel como Mesías.

Siempre que se predique sobre el judaísmo, es necesario presentarlo como una religión vibrante, expresiva y diversa que contiene un gran significado hoy para sus casi 15 millones de seguidores de todo el mundo.

Evitar presentar una visión del judaísmo supercesionista, es decir, indicando que el cristianismo es ahora la religión favorita de Dios y ha dejado al judaísmo sin valor alguno.

Promover el aprecio por lo que el judaísmo y el cristianismo tienen en común: el Antiguo Testamento, una herencia espiritual como hijos de Abraham y el compromiso de vivir los dos grandes mandamientos de amor a Dios y al prójimo.

Ser consciente y evitar cualquier expresión de anti-semitismo, que es la creencia racista de que los judíos son étnicamente inferiores a los demás—o anti-judaismo, que es la noción de que el judaísmo es una religión sin valor alguno en comparación con el cristianismo.

Predicar sobre el judaísmo y sus miembros conscientes del hecho de que Jesús nació, creció y murió como judío, que llevaba en sí mismo todas las promesas de Dios desde Abraham.

Las homilías deberían evitar igualar la política israelí con la religión judía; son dos cosas muy distintas—la primera de un gobierno mayormente secular, la segunda de una comunidad religiosa muy diversificada.

Algunas virtudes del predicador

En nuestra predicación, Dios nos llama a practicar las virtudes cristianas básicas. Debemos ser humildes como Jesús que se vació a sí mismo por nuestra salvación. En la humildad nos damos cuenta de que tenemos mucho que aprender de nuestros hermanos cristianos y sobre nuestra humanidad común de miembros de otras religiones.

En nuestra predicación necesitamos sabiduría. Necesitamos sabiduría para conocer bien nuestra fe. Y necesitamos sabiduría para aprender sobre la fe de los demás. Podríamos tener que asistir a conferencias, hacer algunas lecturas o incluso tomar un curso sobre otra tradición de fe. Quizá una parroquia pudiera tener charlas de vez en cuando ofrecidas por ministros cercanos, rabinos, o imams, cada uno sobre su propia fe. ("Cuando se habla de otras iglesias y comunidades, es importante presentar su enseñanza correcta y honestamente. Entre estos elementos sobre los que la Iglesia misma se asienta y cobra vida –incluso muchos muy valiosos– se pueden encontrar fuera de los límites visibles de la Iglesia Católica" [Directorio ecuménico, n. 60].)

No seremos capaces de predicar con sensibilidad sobre las comunidades cristianas o sobre otras religiones sin alguna experiencia personal. Tenemos que conocer a personas. Esto requiere la paciencia de gastar algún tiempo en llegar a conocerlas. Llegamos a conocer a los demás saliendo a su encuentro, escuchándolas, y así construyendo una relación con ellas. Cuando conocemos a las personas podemos entender su fe más profundamente.

El conocimiento es necesario y viene del estudio. La sabiduría implica tener alguna experiencia personal con los demás.

La caridad es la virtud central. Expresamos la caridad hacia otros en nuestra predicación. Las personas buscan testimonios de caridad. El ejemplo del Papa Francisco está afectando a miles, si no cientos de miles de personas. El predicador cuya vida encarna el amor del prójimo es eficaz.

Conclusión

El profesor o instructor de homilética debe, por supuesto, vivir estas virtudes. El buen ejemplo es el primer requisito. Debemos buscar, en cuanto nos sea posible, vivir las virtudes que les recomendamos a los estudiantes de homilética. La vida de amor por Dios y por los demás es siempre central.