Notas del Leccionario Dominical

Semana de la libertad religiosa 2023: Abracemos el don divino de la libertad 

Duodécimo Domingo del Tiempo Ordinario – 25 de junio de 2023

Lecturas

Primera lectura—Jeremías 20,10-13 
Responsorial – Salmo 68,8-10.14 y 17.33-35 
Segunda Lectura – Romanos 5,12-15 
Evangelio – Mateo 10,26-33 

El costo de ser discípulos 

  • Estas lecturas están impregnadas del tema del sufrimiento como costo de obedecer al Señor. En un mundo devastado por el pecado, practicar la justicia, hablar de manera honrada, tratar a todas las personas con dignidad, abrazar el don divino de la libertad, casi indudablemente, en algún punto, pondrán a uno en conflicto con los demás. Esto puede suceder en parte porque la persona justa, el hombre o mujer genuinamente bueno y honrado, inspira a los demás al recordarles los deberes que han descuidado para con Dios y los demás. 
  • Jeremías nos recuerda el deber cristiano de hablar proféticamente, especialmente en situaciones donde se ridiculiza o rechaza el Evangelio. En todo tiempo, el profeta tiene la tarea nada envidiable de iluminar la oscuridad, de decir la verdad ante el error y de expresar amor ante el odio. La tarea es nada envidiable por la resistencia que a menudo generan las palabras del profeta. Los perseguidores de Jeremías conspiran en su contra en reacción a su prédica de justicia, que consideran aborrecible y una condena a su desobediencia a la ley. Al igual que los profetas del Antiguo Testamento, el mundo se opone al discípulo cristiano. 
  • Por consiguiente, el creyente debe prever oposición a su testimonio y su vida, que muchos de sus contemporáneos no comprenderán ni aceptarán.  “Ustedes serán odiados por todos por causa mía”, dice Jesús (Mateo 10,22). 
  • En los últimos años, esta resistencia se ha tornado particularmente visible en los ataques a las iglesias, incluidos los centros para embarazadas e iglesias católicas, en manos de vándalos e incendiarios. Durante la Semana de la Libertad Religiosa, rezamos para que se acaben estos ataques y se respeten todos los espacios religiosos de nuestro país
  • El salmista expresa con espectacular detalle la dificultad del profeta: el testigo fiel del Señor sufre “oprobios” y “vergüenza”. Se convierte en un “extraño” y en “un advenedizo, aun para aquellos de mi propia sangre”. Soporta las blasfemias que se vociferan contra Dios. 
  • Jesús enfatiza la cualidad pública de la vida cristiana. Por su naturaleza, los dones del bautismo, que nos configuran ante Cristo, no pueden guardarse debajo del proverbial “cajón” (Mateo 5,15). Los dones de fe, esperanza y caridad se orientan naturalmente a expresarse en público porque alcanzan la perfección cuando se comparten con los demás. La fe profesa la verdad a los demás; la esperanza ansía el bien compartido con otras personas, y la caridad busca la comunión con Dios y los demás. De ahí nace el mandamiento de Cristo de “repítanlo en pleno día” y “pregónenlo desde las azoteas”: la fe es una realidad pública. 

Ármense de valor 

  • A veces la resistencia al Evangelio le puede resultar desalentadora al discípulo. El don de la fe fortalece nuestra comunión con el Señor, y la esperanza nos puede alentar en que la justicia de Dios finalmente prevalecerá.
  • Las palabras del salmista ayudan a los cristianos a manifestar esta experiencia incluso hoy. Como blanco del odio del pecador hacia Dios, el creyente busca refugio en la gran “bondad” y “compasión” del Señor. Para quienes se encuentran en “la esclavitud”—que no disfrutan la “gloriosa libertad de los hijos de Dios” (Romanos 8,21) en un sentido social o político—el Señor les dará “alegría” para que “viva” su corazón.
  • La resistencia del mundo no dispensa al cristiano de vivir la fe en público. Aunque no debe vivir negligentemente ni provocar la ira del mundo, el cristiano no debe achicarse ante la hostilidad del mundo “No tengan miedo a los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma”, dice Jesús. Nuestro confort físico, e incluso nuestra vida física, pueden estar en riesgo cuando permanecemos fieles a Dios “A quien me reconozca delante de los hombres, yo también lo reconoceré ante mi Padre que está en los Cielos”. De por sí pensamos en el ejemplo de santo Tomás Moro.
  • También podemos inspirarnos en testigos contemporáneos, en particular los cristianos que enfrentan persecución en Nicaragua y Nigeria, o los profesionales médicos que carecen de protección de conciencia
  • Si el testimonio del Evangelio del cristiano no obtiene la aceptación del mundo, aun así debe mantener su libertad para vivir “en la gracia”, libre de la coacción del poder mundano de traicionar la verdad, la bondad y el amor de Dios. Solamente ante los ojos de un régimen injusto la verdadera fidelidad a Dios nos convierte en un ciudadano infiel.
  • En el ámbito público, el cristiano no exige aceptación sino simplemente libertad: la libertad de hablar y actuar conforme al Evangelio. Esta libertad es justa; debida al ser humano, que “quedan obligados en conciencia, pero no coaccionados” y sirven a Dios en el espíritu y la verdad (Dignitatis humanae, 11). Cuando cuenta con la protección de la ley, la libertad religiosa beneficia al cristiano y también a la sociedad, que solo puede fortalecerse con el testimonio libre del cristiano a la verdad de Jesucristo. 

Ofrecimiento 

  • San Pablo presenta una enseñanza importante acerca de la redención que aparece por toda la Sagrada Escritura. Al donarse una persona, la gracia de Dios se distribuye a muchas. Aquí el apóstol contrasta a Jesús con Adán. Mientras el pecado llegó a muchos por la transgresión de un hombre, con Cristo, este acto de caridad les concede la gracia a muchos. El principio de una persona que representa a muchos constituye una parte importante de las Escrituras. 
  • Mediante el Bautismo, nos hacemos miembros del cuerpo de Cristo, y mediante la Eucaristía, nos unimos con Cristo a su acto de entrega total. Cuando vamos a misa, nosotros, los miembros del cuerpo de Cristo, nos ofrecemos con Cristo, nuestra cabeza, para la salvación del mundo. Por medio de los sacramentos, participamos en la obra de Cristo. 
  • Al hacer frente a la resistencia en el mundo por nuestro testimonio cristiano, podemos llevar ese sufrimiento a la misa. En la misa, le pedimos al Señor que sea nuestro refugio y fortaleza, imploramos a Dios que traiga justicia, y también ofrecemos nuestras propias experiencias de sufrimiento, pidiendo al Señor que permita que su misericordia llegue a todos los lugares devastados por el pecado, con la esperanza de que la gracia de Dios lleve a toda la gente a abrazar el don divino de la libertad. 

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