Statement

Declaración del día del trabajo 2010

Year Published
  • 2012
Language
  • English

Un nuevo “Contrato Social” para las “cosas nuevas” de hoy
Reverendísimo William F. Murphy
Obispo de Rockville Centre
Presidente del Comité de Justicia Nacional y Desarrollo Humano
Conferencia de Obispos Católicos de los Estados Unidos
6 de septiembre de 2010

Este año ha sido difícil para muchos trabajadores. Lo más estremecedor, por supuesto, ha sido la pérdida de vidas. La nación aún llora a los 29 mineros de West Virginia, que fallecieron cuando la tierra en torno a ellos se desmoronó. Aún sentimos el dolor por la pérdida de los 11 operarios que fallecieron en el Golfo de México, cuando su torre de perforación petrolífera explotó. También nos entristece la destrucción o el daño a la vida laboral en toda la costa del golfo, causados por el derrame de petróleo de Deepwater Horizon. Éstos son sólo los ejemplos más visibles de trabajadores que han perdido su vida. Pero hay otros que también sufren. Muchos millones están sin trabajo o tienen un familiar o amigo que se encuentra entre los 15 millones de desempleados o entre los 11 millones de trabajadores que sólo pueden encontrar trabajo a tiempo parcial. Un número excesivo de trabajadores no ha trabajado en meses; otros, incluso en años. Esta situación es una falla dominante de nuestra actual situación económica.

A pesar de numerosos esfuerzos, nuestro país y nuestra economía no se han recuperado de la crisis económica y financiera que nos desbordó hace tres años. El desempleo continúa a una tasa del 9,5 por ciento. No parece haber una solución fácil ni un remedio duradero. Los informes indican un “déficit” de ocho millones de puestos de trabajo —puestos que existían cuando se inició la recesión, pero que han desaparecido. Y como los empleadores están agregando sólo unos 100.000 empleos al mes, podríamos tardar casi siete años en volver a donde estábamos. En otras palabras, para reducir la tasa de desempleo, la economía debería crear otros 100.000 puestos de trabajo por mes. Sin embargo, en julio se perdieron 131.000 plazas más.

No podemos crear nuevos puestos de trabajo sin nuevas inversiones, iniciativas y creatividad en la economía. En décadas pasadas vimos un crecimiento económico que produjo un 20 por ciento de aumento en los puestos de trabajo. Eso no está ocurriendo hoy. Mientras nuestro país se ha transformado crecientemente en una economía basada en servicios, no hemos logrado reemplazar áreas enteras de productividad creativa, que confirieron a la economía estadounidense la solidez y estabilidad que tuvo en el pasado.

Hoy, a medida que las viejas suposiciones se derrumban, muchos están pidiendo un nuevo “contrato social”. Sugieren que éste es un momento crucial en la historia estadounidense, en el que Estados Unidos está sufriendo una rara transformación económica, deshaciéndose de puestos de trabajo y poniendo a prueba las redes de seguridad social, a medida que la nación busca nuevas maneras de regular e incrementar nuestra economía. Los trabajadores necesitan un nuevo ‘contrato social’”. En este momento, la compensación y la “seguridad” que los empleadores y la sociedad ofrecen a los trabajadores a cambio de un honesto día de trabajo no reflejan la economía global del siglo XXI, en la que los trabajadores estadounidenses están tratando ahora de competir.

Enseñanza social católica
La Iglesia enfrenta la desafiante tarea de llevar la luz del Evangelio a estas realidades cambiantes. En 1891, el papa León XIII emitió lo que se ha convertido en la Carta Magna de la enseñanza social católica, Rerum Novarum, donde trató los importantes cambios en la producción y el nuevo incremento en la productividad ocasionados por la Revolución Industrial, que aparentemente habían conducido al mundo a una nueva era.

El papa León abordó lo que llamó res novae o “cosas nuevas” de esa época. La sociedad europea estaba dividida, de muchas maneras, en dos bandos ideológicos: uno socialista, que exigía una organización colectivista con gran control gubernamental y el otro llamado “liberal”, que sostenía que los empresarios y los que poseían los medios de producción debían ser libres para crear mercados y que los más hábiles, o implacables, alcanzarían prominencia y riqueza mediante cualquier medio que les fuera necesario. El Papa consideró que ninguna de las dos opciones era moralmente correcta.

El Santo Padre insistió en el valor y la dignidad del trabajador como ser humano dotado de derechos y responsabilidades. Elogió las asociaciones libres o sindicatos como legítimos e insistió en un salario familiar, que correspondiera a las necesidades del trabajador y su familia. Abrió el camino para humanizar la revolución industrial y para llevar los principios católicos sobre la persona en la sociedad a las fábricas y a la agricultura, los mercados y las economías de un mundo cambiante.

Esa encíclica proporcionó una guía moral, e incluso espiritual, para muchas de las grandes reformas sociales del siglo pasado, entre ellas, los avances en la salud pública, el sistema bancario, la educación pública, los salarios mínimos, los sindicatos, y la seguridad en los ingresos mediante la creación del Seguro Social, el seguro de desempleo y programas similares. Entonces, como hoy, a la Iglesia le preocupaba el equilibrio entre el capital y la mano de obra, entre los propietarios y los trabajadores, cuando las nuevas tecnologías —ya fuera la máquina a vapor, la electricidad, las computadoras o las comunicaciones modernas, lo que fuere— perturban ese equilibrio y sugieren una renegociación de la justicia económica y el contrato social.

El papa Benedicto XVI enfrenta este mismo reto, directa y claramente, en su encíclica más reciente, Caritas in Veritate. Más de 100 años de “encíclicas sociales” papales han proporcionado a la Iglesia un número de principios basados en los Evangelios y en la experiencia vivida por la Iglesia. Estos principios y experiencia, ahora parte integral de la enseñanza de la Iglesia, se han edificado sobre la encíclica del Papa León con continuidad y nuevas percepciones. A todos ellos el Papa Benedicto ha agregado una nueva visión teológica, expresada por el mismo título de su carta: Caritas in Veritate, o Caridad en la Verdad.

Una de las principales “cosas nuevas” que trata el papa Benedicto es la globalización. Como el papa Pablo VI antes que él, el papa Benedicto utiliza la centralidad del desarrollo humano integral como uno de los criterios básicos para encarar los retos de un mundo interdependiente. Aquí las realidades económicas de una nación o de una sociedad se ven constantemente influidas por algunas o todas las economías y culturas del resto del mundo.

Por ser una Iglesia con una larga tradición de llevar la luz del Evangelio a las cuestiones sociales, económicas, políticas y culturales concretas de la actualidad, el papa Benedicto nos recuerda en este Día del Trabajo que nosotros, como nación y pueblo, no vivimos aislados, sino que influimos a nuestros hermanos y hermanas de todas las naciones, economías y culturas que componen este mundo globalizado y somos influidos por ellos. Más que nunca la dignidad del trabajador es un cimiento a partir del cual debemos medir lo que es bueno, y no tan bueno, en los sectores financiero, industrial y de servicios de nuestra economía y de nuestro mundo.

El trabajo, los trabajadores y la economía
El trabajo es un bien para cada individuo. El trabajo productivo constituye un valor intrínseco del trabajador que da de sí en el lugar de trabajo. La gente sin trabajo conserva su dignidad innata como persona humana; carece, sin embargo, de una de las principales formas de autoexpresión y autorrealización. El trabajo es ese aspecto de la vida que nos permite cuidar de nosotros mismos y de los que amamos, y contribuir a la sociedad más amplia. Por lo tanto, mediante nuestro trabajo y nuestra productividad, nos mantenemos y mantenemos a nuestros seres queridos, y contribuimos al bien de nuestra sociedad y al bien común de nuestra nación y del mundo.

Aunque no es el papel de la Iglesia proponer un plan económico concreto para el futuro, las palabras del papa Benedicto deben recordarnos que una clave, quizás la clave, para superar la situación económica actual es desencadenar las fuerzas creativas de hombres y mujeres. Las personas, no las cosas, deben ser el centro—y la medida final—de las nuevas iniciativas para la economía de nuestras naciones, así como para las economías con las que tenemos relaciones competitivas y cooperativas en el mundo entero.

“El paro provoca hoy nuevas formas de irrelevancia económica, y la actual crisis sólo puede empeorar dicha situación”, escribe el Papa. “El estar sin trabajo durante mucho tiempo, o la dependencia prolongada de la asistencia pública o privada, mina la libertad y la creatividad de la persona y sus relaciones familiares y sociales, con graves daños en el plano psicológico y espiritual. Quisiera recordar a todos, en especial a los gobernantes que se ocupan en dar un aspecto renovado al orden económico y social del mundo, que el primer capital que se ha de salvaguardar y valorar es el hombre, la persona en su integridad.” (CV #25, énfasis en el original) Colocar a la persona humana en el centro de la vida económica promueve la causa de la justicia.

Para el trabajador desempleado, el trabajo es la cuestión principal. Pero los puestos de trabajo no son “cosas” individuales, cuyo valor puede medirse en números. Los puestos de trabajo son el resultado de iniciativas que crean mercados, que ofrecen nuevas oportunidades como respuesta a nuevos retos. Éstos no se limitan a nuestra economía, aislada de las otras. Nuestra economía debe estimular una mayor productividad, nuevos puestos de trabajo y nueva riqueza. Nuestra economía, conjuntamente con las otras, debe proporcionar a los trabajadores, empleo, salarios y beneficios para que puedan mantenerse y mantener a sus familias mediante una productividad mayor, políticas sensatas y mercados más sanos.

El mercado, el estado y la sociedad civil
El papa Benedicto vincula tres elementos interrelacionados de la sociedad, ofreciendo un indicio sobre una nueva manera o una manera renovada de pensar en un futuro mejor. Éstos son: el mercado, el estado y la sociedad civil. Benedicto expresa: “En la época de la globalización, la economía refleja modelos competitivos vinculados a culturas muy diversas entre sí. El comportamiento económico y empresarial que se desprende tiene en común principalmente el respeto de la justicia conmutativa. Indudablemente, la vida económica tiene necesidad del contrato para regular las relaciones de intercambio entre valores equivalentes. Pero necesita igualmente leyes justas y formas de redistribución guiadas por la política, además de obras caracterizadas por el espíritu del don” (CV 37).

Este último punto, caracterizadas por el espíritu del don o “don incondicional”, responde al concepto cristiano de que el mundo y toda la creación es un don de Dios. El papa Benedicto introduce este concepto teológico como un reto, para que nosotros ampliemos nuestros horizontes. Nos reta al introducir esta noción teológica de la vida como don de Dios y nos pregunta si no debe ocupar un lugar en nuestras deliberaciones sobre la vida en el mercado. Si no hay “nada humano ajeno al Evangelio”, como expresara a menudo el papa Pablo VI, entonces los retos humanos reales de un mercado productivo con buenos empleos para todos podrían estar moldeados, en cierta manera, por esta noción exigente y ampliada del don.

Sus palabras también sugieren algo más. La interacción del mercado, el estado y la sociedad civil puede muy bien necesitar un nuevo examen y revaluación, a fin de renovar la manera en que las diversas partes de nuestra sociedad, economía y productividad se conectan. La enseñanza social católica en lo referido a la economía, la comunidad política y la sociedad está detallada en el Compendio de la doctrina social de la Iglesia. El papel del mercado es, sin duda, la fuerza mayor para el desarrollo de una economía sana. El estado ha desempeñado y continúa desempeñando un importante, quizás cada vez más importante, papel en la economía y en la regulación de los mercados. Hay veces que el mercado y el estado parecen ser los únicos dos factores; algunas veces en colaboración, otras en mutua tensión.

Quizás el sector más subestimado y menos considerado en este marco sea el de la sociedad civil. ¿Podría un despertar y un desarrollo nuevo de los papeles de las instituciones intermediarias, entre ellas las asociaciones voluntarias y los sindicatos, ser una fuerza para exigir del mercado una mayor comprensión de la centralidad del trabajador? ¿Podrían constituir un medio para frenar, mediar o pedir cuentas tanto al estado como al mercado? ¿Podrían sus voces ayudar a crear una mayor justicia económica y social, una posición más mutuamente respetuosa y colaboradora por parte de todos los actores hacia la economía, el trabajo y la creación de riqueza en el mundo? El papa Benedicto lo cree y sugiere que los diversos componentes de la sociedad civil pueden trabajar, junto con los del mercado y el estado, para introducir elementos que favorezcan una economía de don y gratuidad. Sin excluir los papeles esenciales del mercado y el estado, la “sociedad civil” bien podría constituir una voz diferente, pero también esencial para promover el bien de todos. El papa Benedicto está convencido de que “la vida económica debe ser comprendida como una realidad de múltiples dimensiones”. Cree que la introducción de un sentido de fraternidad y don puede convertirse en una fuerza humanizadora y civilizadora, para el bien común y para una mayor justicia y paz.

Salarios justos y un nuevo contrato social
En demasiados lugares, en todo Estados Unidos, los trabajadores no reciben una remuneración plena por su trabajo. Informes nacionales nos hablan de trabajadores cuyo tiempo comienza cuando se echa a andar la cinta transportadora, no cuando ellos llegan; de empleados de ventas al por menor que marcan su salida en el “reloj” y después deben ocuparse de reaprovisionamientos o del inventario; y de camareros, a quienes los empleadores no les entregan sus propinas. Algunos empleadores inescrupulosos ignoran las leyes débiles e inadecuadas que prohíben prácticas tan injustas, a fin de incrementar el balance final. Las familias que luchan por cubrir sus necesidades no pueden aceptar que a quienes proporcionan el sustento en su hogar no se les pague las horas extra o no sean recompensados por todas las horas de trabajo. La dignidad de la persona se menoscaba cuando se niega a personas de bajos recursos o de clase media su salario total o una compensación justa por su arduo trabajo. Un buen puesto de trabajo con un buen salario para todo el que esté dispuesto y pueda trabajar debe ser nuestro objetivo nacional y nuestra prioridad moral.

A la luz de este asunto y de otros parecidos, quizás el llamado a un nuevo “contrato social” deba colocarse en el contexto de una economía globalizada y deba procurar un desarrollo renovado de las relaciones entre los tres sectores: el mercado, el estado y la sociedad civil. Este nuevo contrato social podría poner de relieve los papeles y las responsabilidades de la sociedad civil, en la que figurarían, entre otros, los sindicatos (que la Iglesia ha apoyado desde Rerum Novarum), y también las asociaciones empresariales; las universidades, los centros de estudio, y otros grupos sociales, económicos y culturales, y todos aquellos que procuren agregar visión y esperanza a un diálogo económico nacional y global.

De los principios a la acción
Pasar de los principios generales de la Enseñanza Social Católica a su aplicación en la vida diaria nunca es fácil. Debemos evaluar no solo las acciones individuales, sino también las tendencias más generales en las estructuras sociales y económicas. El Comité de Justicia Nacional y Desarrollo Humano de la Conferencia de Obispos Católicos de Estados Unidos ofrece los siguientes seis criterios para evaluar políticas e instituciones. En este Día del Trabajo, estos criterios también ofrecen un camino hacia adelante en un momento de angustia e incertidumbre económicas:

Respeto por la vida y dignidad humanas
Subsidiaridad y solidaridad
Respeto por el matrimonio y la vida familiar
Prioridad a los pobres y vulnerables
Reconocimiento de la diversidad cultural
Derecho a la iniciativa económica y al trabajo productivo

Conclusión
Nos hallamos en un momento álgido en la vida económica. Millones de personas no tienen trabajo y hay tanto trabajo por hacer. Como católicos nos dirigimos a Jesucristo, quien nos enseña: “Sin mí no podéis hacer nada,” (Jn 15,5) pero después nos tranquiliza con: “Yo estoy con vosotros todos los días” (Mt 28,20) El papa Benedicto nos recuerda: “Ante el ingente trabajo que queda por hacer, la fe en la presencia de Dios nos sostiene, junto con los que se unen en su nombre y trabajan por la justicia.” (#78)

En este Día del Trabajo debemos procurar proteger la vida y la dignidad de todo trabajador en una economía renovada y robusta. Los trabajadores deben tener una voz real y protecciones eficaces en la vida económica. El mercado, el estado y la sociedad civil, los sindicatos y los empleadores tienen funciones que desempeñar, las cuales deben ser ejercidas en interrelaciones creativas y fructíferas. Se necesita de la acción privada y de políticas gubernamentales que fortalezcan a las familias y reduzcan la pobreza. Deben crearse nuevos puestos de trabajo con salarios y beneficios justos, para que todos los trabajadores puedan expresar su dignidad mediante la dignidad del trabajo y puedan cumplir el llamado de Dios a que todos nosotros seamos co-creadores. Debe forjarse un nuevo contrato social, que comience por honrar el trabajo y a los trabajadores, y que, en última instancia, se concentre en el bien común de toda la familia humana.

labor_day_2010_spanish.pdf
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