Nostra Aetate - Rev. McManus

catechetical-sunday-2015-poster-english-spanish-animatedLa Iglesia en relación con los judíos

por Rev. Dennis McManus, Ph.D.
Georgetown University

¿Podrían los últimos ochenta años haber sido los más importantes de todos los tiempos entre judíos y cristianos? Una palabra resume por qué podría ser: el Holocausto. Este terrible genocidio representa no simplemente un acontecimiento singular o aparte que ocurrió una sola vez y nunca más se repetirá. Por el contrario, el Holocausto es realmente la culminación de una historia de lucha de dos mil años entre los judíos y todo tipo de comunidades cristianas. Durante estos muchos siglos, ha habido demasiados pocos lugares libres de antijudaísmo (menospreciar el valor del judaísmo como religión) y antisemitismo (clasificar a los judíos como raza, y raza inferior, además). La cuestión que hoy enfrentan tanto judíos como cristianos es la siguiente: ¿Se han resuelto realmente los factores que crearon el Holocausto, o están todavía en acción, fluyendo y refluyendo de las culturas occidentales y de Oriente Medio? ¿Podría repetirse el Holocausto? ¿O pueden judíos, cristianos y musulmanes trabajar en una nueva relación que impida que vuelva a producirse?

En este contexto, la Iglesia Católica ha tomado una posición, admitiendo la culpabilidad de sus hijos e hijas que se involucraron en actos antisemitas de todo tipo, que culparon a todos los judíos de la muerte de Jesús y luego los castigaron por ello. El documento de 1965 del Concilio Vaticano II sobre la relación de la Iglesia con otras religiones, conocido por su título latino de Nostra aetate, ha aclarado la enseñanza católica sobre este tema y sirve ahora como guía para el modo en que los católicos han de amar, respetar y amistar con nuestros hermanos y hermanas judíos. La desautorización del antisemitismo en Nostra aetate no pretende ser "políticamente correcta", ni su mensaje es de alguna manera "opcional" para los católicos. Es moralmente urgente, y como lo expresó con energía el papa Juan Pablo II, el antisemitismo es un pecado.

Por todas partes en la vida católica vemos prueba del cambio de actitud de la Iglesia en este asunto. Por ejemplo, el lenguaje negativo hacia los judíos, como lo describió el papa Benedicto XVI, que se encontraba ocasionalmente en la liturgia anterior a Vaticano II, ha cedido lugar a una nueva y apreciativa manera de orar. Para los católicos, el judaísmo es valioso no sólo porque a través de él vienen los pactos, la ley de Moisés, los profetas, la liturgia y la ciudad de Jerusalén, sino porque Jesús nace y es criado, y muere, como judío. Su pueblo sigue siendo amado de Dios en un pacto nunca revocado. Y aunque los católicos creen que Jesús, como Mesías, realiza todo lo que Dios ha prometido, no hay una creencia correlativa en la desaparición de los judíos o de su religión, como si estuviesen malditos o abandonados por Dios.

La educación religiosa también refleja este cambio. Los libros de texto basados en el Catecismo de la Iglesia Católica tienen cuidado de no repetir la antigua difamación contra los judíos que los señalaba como "asesinos de Cristo". Por el contrario, el judaísmo se describe allí como la religión fundacional, por así decirlo, del cristianismo. Como ha declarado el papa Francisco, el judaísmo como la religión de Jesús está en el corazón de cada cristiano. Vale la pena señalar que lo contrario no es cierto: el judaísmo no sostiene de manera similar ser dependiente del cristianismo. Pero entre judíos y cristianos puede y debe haber un solo corazón lleno de amor a Dios y al prójimo, compartido en un patrimonio espiritual común desde Abraham hasta nuestros días. Tanto más importante, entonces, es la forma en que los católicos se educan sobre los judíos y, en particular, sobre el contexto judío de los Evangelios que cuentan la historia de la vida y las enseñanzas de Jesús. Sin una educación religiosa que apoye y profundice la enseñanza conciliar sobre los judíos y el judaísmo, los católicos podrían encontrarse fácilmente una vez más perdiendo poco a poco el contacto con la raíz principal de su propia religión en el judaísmo de Jesús.

¿Quién puede poner en duda la sinceridad de los cuatro papas posteriores a Nostra aetate que han visitado Jerusalén y las principales sinagogas de Europa como un signo de la nueva relación de la Iglesia con los judíos? Los grandes viajes apostólicos de Pablo VI, Juan Pablo II, Benedicto XVI y, ahora, el papa Francisco, han dado repetidamente a los judíos el mismo mensaje: ¡Venimos en paz! Tales visitas a lugares de culto ayudan a confirmar una nueva amistad religiosa que tanto judíos como cristianos pueden compartir: la bendición de la casa de Dios como un hogar común para todos sus hijos.

La vergüenza de la generalizada complicidad cristiana en el Holocausto —y en el antijudaísmo que durante tantos siglos sentó las bases para el proyecto nazi de exterminio— ha suscitado un cambio real y sincero en la Iglesia. Nunca más participará o tolerará la Iglesia la persecución de los judíos por ningún motivo, real o imaginario. Este es un punto especialmente importante ahora que el antisemitismo y el antijudaísmo se manifiestan a menudo en un lenguaje codificado que degrada a los judíos o la tierra de Israel. El compromiso del cristiano de hoy es con la dignidad fundamental de la persona humana, independientemente de su religión u origen. Nuestra fe católica afirma que todos somos creados a imagen y semejanza de Dios; es desde esta condición de creatura que la dignidad humana fluye y se comparte por igual entre creyentes y no creyentes, judíos y cristianos por igual. En consecuencia, cada ataque a la dignidad de la creatura es también un ataque contra Dios el Creador.

De hecho, los católicos deben sumarse al clamor de Juan Pablo II en Yad Vashem, el gran memorial en Jerusalén a las víctimas del Holocausto, donde oró fervientemente contra el genocidio de los judíos: "¡Nunca más!" Pero para participar de su oración, todos los católicos deben también trabajar para evitar cualquier acción —ya sea social, económica, racial, cultural, política o religiosa— que elimine la presencia de los judíos o el libre ejercicio de sus derechos en el mundo. El "¡Nunca más!" nos recuerda que el Holocausto se erigió sobre millones de otros actos que lo hicieron posible, muchos de los cuales fueron llevados a cabo por gente común. Es al fracaso de este tipo de "resistencia cotidiana" al prejuicio al que Juan Pablo II se refería en sus observaciones de 1997 sobre las raíces del antijudaísmo, cuando señaló sin rodeos que los sentimientos de hostilidad de los católicos hacia los judíos "han contribuido a adormecer muchas conciencias, de modo que, cuando estalló en Europa la ola de persecuciones inspiradas por un antisemitismo pagano que, en su esencia, era también un anticristianismo, junto a esos cristianos que hicieron todo lo posible por salvar a los perseguidos, incluso poniendo en peligro su vida, la resistencia espiritual de muchos no fue la que la humanidad tenía derecho a esperar de los discípulos de Cristo" (Juan Pablo II, Discurso, 31 de octubre de 1997, w2.vatican.va/content/john-paul-ii/es/speeches/1997/october/documents/hf_jp-ii_spe_19971031_com-teologica.html). Para evitar otro Holocausto, entonces, nuestra conciencia debe estar bien alerta.

Sin embargo, el papa Francisco puede ser el que más aprecian los judíos al tratarlos como iguales, como hermanos y hermanas, e incluso como amigos. El notable sentido intuitivo del Santo Padre le permite sentir personalmente lo que los judíos han sufrido y, con los ojos de la fe, buscar la curación y el consuelo con ellos dentro de los lazos de la amistad. El año pasado, en una reflexión espontánea sobre el sufrimiento de los judíos, el papa comentó a un periodista: "También yo, en la amistad que he cultivado durante todos estos años con los hermanos hebreos, en Argentina, muchas veces en la oración he interrogado a Dios, especialmente cuando  me venía en mente el recuerdo de la terrible experiencia de la Shoah. Lo que puedo decirle, con el apóstol Pablo, es que jamás se ha quebrantado la fidelidad de Dios a la alianza estrecha con Israel y que, a través de las terribles pruebas de estos siglos, los hebreos han conservado su fe en Dios. Y por esta razón, jamás les estaremos suficientemente agradecidos, como Iglesia, pero también como humanidad. El pueblo hebreo además, con su perseverancia en la fe en el Dios de la alianza, nos recuerda a todos, incluso a nosotros los cristianos, que estamos siempre a la espera, como peregrinos, del retorno del Señor y que por lo tanto debemos permanecer siempre abiertos a Él sin jamás atrincherarnos en lo que ya hemos alcanzado" (www.repubblica.it/cultura/2013/09/11/news/papa_francisco_escribe_a_repubblica_dilogo_abierto_con_los_no_creyentes-66346803/).

La relación de la Iglesia Católica con los judíos ha cambiado dramáticamente en los últimos ochenta años. En un mundo post-Holocausto, cuatro papas —Pablo VI, Juan Pablo II, Benedicto XVI y Francisco— nos han llevado a ver a los judíos como nuestros "hermanos mayores" en la fe y no como enemigos o fracasos. Para los cristianos, redescubrir el judaísmo de Jesús es redescubrir a los judíos; pero aún más, es descubrir ese mismo judaísmo como la raíz principal de su propia fe cristiana. Como el papa Francisco ha declarado: "Usted no puede vivir su cristianismo, usted no puede ser un verdadero cristiano, si no reconoce su raíz judía" (www.lavanguardia.com/internacional/20140612/54408951579/entrevista-papa-francisco.html#ixzz34VC9wXkh).


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