Recursos Para Parroquias - Hosffman Ospino

Catechetical Sunday 2016 Poster in Spanish

Recordar Agradecidos: Oremos de Corazón

por Hosffman Ospino, PhD
Profesor de Teología y Educación Religiosa
Boston College – Escuela de Teología y Ministerio


La oración, es decir "la elevación del alma aDios" (San Juan Damasceno, Expositio fidei, 68 [De fide orthodoxa 3, 24]), citado en el Catecismo de la Iglesia Católica [CIC], n. 2559, https://www.vatican.va/archive/catechism_sp/p4s1_sp.html), está relacionada íntimamente a las convicciones centrales de nuestra fe y cómo recordamos esas convicciones.

Los católicos somos herederos de un tesoro increíble de enseñanzas, fórmulas, prácticas y ritos cuya meta última es acercarnos más a Dios en la oración. Durante dos milenios la Iglesia ha ido discerniendo los contenidos de ese tesoro con la ayuda del Espíritu Santo, quien "guía a la Iglesia mediante su lectura de las Sagradas Escrituras, su celebración de la liturgia y la práctica de la fe, la esperanza y la caridad" (Catecismo Católico de los Estados Unidos para los Adultos [CCEUA] [Washington, DC: USCCB, 2007], 501). Oramos como Iglesia y con la Iglesia. La oración es una experiencia profundamente eclesial.

Aunque existe un mundo de recursos y expresiones para ayudar a los católicos en nuestra vida de oración, no es extraño que muchos entre nosotros todavía encontremos dificultades al orar. Algunos simplemente no hemos fomentado el hábito de la oración. Es decir, no hemos establecido la disciplina de entrar intencionalmente en momentos de oración como parte de nuestra rutina diaria. Tenemos toda clase de excusas para posponer nuestra vida de oración: el trabajo, los hijos, la vida social, la responsabilidad por otras personas, el tiempo que dedicamos al voluntariado, etc. Uno de los mantras más comunes de nuestra cultura es: "estoy muy ocupado(a)". ¡Lo irónico es que esas mismas actividades que nos tienen "muy ocupados(as)" son el punto de partida para nuestra oración! Llevamos a la oración lo que hacemos en nuestro trabajo para que el Reino de Dios se haga una realidad entre nosotros. El educar a nuestros hijos nos lleva a orar en acción de gracias por la oportunidad de ser testigos del milagro de ver crecer a una persona que se encamina hacia su realización plena. Ciertamente tenemos que orar pidiendo sabiduría para ser modelos verdaderos de vida cristiana para nuestros hijos. Porque nos descubrimos llamados a servir a los demás, oramos para que por medio de ese servicio quienes encontramos a diario experimenten de verdad el amor misericordioso de Dios.

Pero quizás el desafío más común que los católicos nombramos cuando hablamos sobre nuestra vida de oración es el no tener palabras suficientes para orar, lo cual es irónico pues tenemos muchas de éstas en nuestra tradición católica. Cuando repetimos palabras que aprendimos de niños, por alguna razón éstas nos dicen poco. Los ritos y prácticas religiosas con frecuencia parecen repetitivos y poco interesantes. Algunas veces no entendemos el sentido exacto de imágenes, símbolos, fórmulas e historias que vienen de las Sagradas Escrituras y la Tradición. Si tal es el caso, ¿cómo podemos orar entonces con ellos?

Un primer paso para encarar este experiencia típica es humildemente hacer nuestras las palabras de los Apóstoles a Jesús: "Señor, enséñanos a orar" (Lc 11:1). Jesús respondió a sus amigos: "Cuando oren, digan: Padre, santificado sea tu Nombre, que venga tu Reino, danos cada día nuestro pan cotidiano; perdona nuestros pecados, porque también nosotros perdonamos a aquellos que nos ofenden; y no nos dejes caer en la tentación" (Lc 11:2-4).

¡Hay mucho para aprender de este momento extraordinario! Seguramente hemos dicho el Padrenuestro una infinidad de veces. La gran mayoría de nosotros memorizamos la oración repitiéndola incansablemente. Tendemos a repetirá de manera casi mecánica durante la Misa o cuando rezamos el santo rosario. Porque es una oración que ya "memorizamos", con frecuencia no le ponemos mucha atención a las palabras que decimos. La repetimos mientras nuestras mentes deambulan quizás en algún lugar recóndito de nuestra imaginación. Pero en medio de la prisa y las distracciones es mucho lo que nos perdemos. Perdemos la oportunidad de orar de corazón.

Este pasaje del Evangelio de Lucas nos dice que la oración siempre comienza con una relación. La primera palabra que Jesús dice es: Padre. Sí, Dios es el centro de nuestra vida de oración: "En la larga tradición de la Iglesia, la oración se centra en Dios" (CCEUA, 511). En el Padrenuestro aprendemos sobre las profundidades del misterio de Dios y cómo nos relacionamos con ese misterio: "En el Padre Nuestro, las tres primeras peticiones tienen por objeto la Gloria del Padre… Las otras cuatro presentan al Padre nuestros deseos" (CIC, n. 2857). A medida que el corazón se adentra en las profundidades del misterio revelado, un sentido único de gratitud se apodera del creyente.

A través de la historia muchos cristianos han puesto su atención en el Padrenuestro como fuente de inspiración sobre la oración y la vida espiritual. La mitad de la cuarta parte del Catecismo de la Iglesia Católica se dedica al Padrenuestro. En cada época de la historia de la Iglesia varios de los escritos más memorables se han inspirado en esta oración maravillosa. San Agustín decía que toda la enseñanza sobre la oración según las Escrituras estaba contenida en el Padrenuestro: "Recorred todas las oraciones que hay en la Escrituras, y no creo que podáis encontrar algo que no esté incluido en la oración dominical [el Padrenuestro]" (San Agustín, Carta 130, 12, 22, citado en in CCEUA, 517). ¡San Agustín escribió  siete comentarios sobre el Padrenuestro!

La memorización que nace de la repetición es tan sólo el primer paso en la cultivación de una vida de oración. Un paso sencillo, por supuesto, pero importante. El uso de la memoria es "un elemento constitutivo de la pedagogía de la fe, desde los comienzos del cristianismo" (Congregación para el Clero, Directorio General para la Catequesis, no. 154, https://www.vatican.va/roman_curia/congregations/cclergy/documents/rc_con_ccatheduc_doc_17041998_directory-for-catechesis_sp.html). Sin memorizar las palabras de una oración o ciertos pasajes de las Sagradas Escrituras o el sentido de una convicción de fe, los católicos nos quedaríamos sin los puntos de referencia necesarios para luego adentrarnos en las profundidades de nuestra fe. Ésta es una manera en que los momentos catequéticos en nuestras comunidades, incluyendo el compartir de la fe en la familia, pueden estar al servicio de la oración. Es difícil imaginar que una vida dinámica de oración y de compromiso cristiano florezcan en "los espacios desérticos de una catequesis sin memoria" (Papa Juan Pablo II, Catechesi Tradendae, no. 55, https://w2.vatican.va/content/john-paul-ii/es/apost_exhortations/documents/hf_jp-ii_exh_16101979_catechesi-tradendae.html). Necesitamos ayudarnos unos a otros a memorizar "las principales fórmulas de la fe; las oraciones básicas; los temas, las personalidades y expresiones bíblicas claves; y la información fáctica sobre el culto y la vida cristiana" (Directorio Nacional para la Catequesis [DNC] [Washington, DC: Conferencia de Obispos Católicos de los Estados Unidos, 2005], no.19F).

Sin embargo, lo que se memoriza simplemente por medio de repetición no es suficiente para inspirar la oración y el compromiso. Lo que hemos memorizado tenemos que escribirlo en el corazón. En otras palabras, las oraciones, fórmulas, doctrinas y textos que hemos confiado a la memoria deben tocar todas las fibras de nuestro ser: "En la mente bíblica o semita, el corazón está más allá de lo que la razón puede comprender, y es más profundo que nuestros instintos psíquicos. Es el mero núcleo de nuestro ser, el misterioso lugar en el que tomamos nuestras decisiones más fundamentales. Es donde nos encontramos con Dios" (CCEUA, 526). El encuentro más transformador con el Dios de la Revelación por medio de la oración ocurre al nivel del corazón. De hecho, "Es el corazón el que ora. Si éste está alejado de Dios, la expresión de la oración es vana" (CIC, 2562). Esto es posible porque el Espíritu Santo, quien habita en nuestros corazones, nos permite llamar a Dios "Abba, Padre" (Rm 8:15) y a Jesucristo el Señor (1 Cor 12:3).

Creemos para orar y oramos para creer (cf. CCEUA, 535). La convicción de que lo que oramos y lo que creemos deben ser escritos en el corazón es profundamente bíblica. La proclamación de fe más diciente en el libro del Deuteronomio no sería posible si no viniera del corazón: "Escucha, Israel: el Señor, nuestro Dios, es el único Señor. Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas. Graba en tu corazón estas palabras que yo te dicto hoy" (Dt 6:4-6). Ecos de esa relación entre la humanidad y el Dios único aparece constantemente en las Escrituras. La alianza de Dios con el Pueblo de Israel no es superficial ni opcional. Es permanente porque está escrita en el corazón: "Esta es la Alianza que estableceré con la casa de Israel, después de aquellos días –oráculo del Señor–: pondré mi Ley dentro de ellos, y la escribiré en sus corazones; yo seré su Dios y ellos serán mi Pueblo" (Jr 31:33). La fidelidad a Dios sólo es posible cuando sus mandamientos han sido verdaderamente impresos en el corazón del pueblo: "Observa mis preceptos, y vivirás, guarda mi enseñanza como la pupila de tus ojos. Átalos a tus dedos, escríbelos sobre la tabla de tu corazón" (Pr 7:2-3).

Existe una relación única entre la verdad de lo que creemos y nuestra vida de oración. Así como en el ejemplo del Padrenuestro, aceptamos todo lo que sabemos de Dios como verdadero a la luz de la relación de confianza amorosa a la que hemos sido invitados, especialmente por medio de Jesucristo. Por consiguiente, oramos. Por medio de la oración y guiados por el Espíritu Santo entramos en las grandes profundidades del misterio divino. Por consiguiente, creemos.

Orar de corazón no minimiza el valor de la memoria —aun cuando ésta es fruto de la repetición. Todo lo contrario. La oración de corazón toma lo que en un principio hemos memorizado, desde los elementos más básicos de la fe hasta las reflexiones teológicas más sofisticadas, y lo convierte en lo que el Papa Francisco llama "una memoria agradecida" (Papa Francisco, Exhortación Apostólica Evangelii Gaudium [EG], no. 13, https://w2.vatican.va/content/francesco/es/apost_exhortations/documents/papa-francesco_esortazione-ap_20131124_evangelii-gaudium.html). El creyente es "memorioso" (EG, 13), alguien que recuerda con agradecimiento. El corazón se mueve dando gracias por la Revelación de Dios; por ser capaz de participar del don de la verdad en medio de nuestras limitaciones; por las personas que compartieron su fe con nosotros; por la Palabra de Dios, los sacramentos y la Iglesia; por todo el mundo como el contexto en el cual encontramos la gracia divina cada día. La alegría de evangelizar se fundamenta y se anima con una memoria agradecida (cf. EG, 13).

Si la oración está relacionada íntimamente a las convicciones centrales de nuestra fe y cómo recordamos esas convicciones, hoy se nos invita a orar de corazón y agradecidamente como discípulos de Jesucristo.



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