Cuidado de la Creación

Nosotros mostramos nuestro respeto por el Creador cuidando la creación. El cuidado por la tierra no es sólo un eslogan para el Día de la Tierra; es un requisito de nuestra fe. Estamos llamados a proteger a las personas y al planeta viviendo nuestra fe en relación con toda la creación de Dios. Este desafío ambiental tiene dimensiones morales y éticas fundamentales que no pueden ser ignoradas. 

La Escritura 

 

  • Génesis 2, 15   
             A los humanos se les ordena cuidar la creación de Dios. 

 

 

 

  • Salmo 24, 1-2 
            Toda la tierra es del Señor. 

 

 

 

  • Romanos 1, 20   
             La creación revela la naturaleza de Dios. 

 

  • 1 Corintios 10, 26   
             La creación y todas las cosas creadas son inherentemente buenas porque son del Señor. 

 

 

Tradición   

“Cuando se propone una visión de la naturaleza únicamente como objeto de provecho y de interés, esto también tiene serias consecuencias en la sociedad. La visión que consolida la arbitrariedad del más fuerte ha propiciado inmensas desigualdades, injusticias y violencia para la mayoría de la humanidad, porque los recursos pasan a ser del primero que llega o del que tiene más poder: el ganador se lleva todo. El ideal de armonía, de justicia, de fraternidad y de paz que propone Jesús está en las antípodas de semejante modelo”. (Papa Francisco, Sobre el cuidado de la casa común [Laudato Si’], n. 82)  

 

“Un verdadero planteo ecológico se convierte siempre en un planteo social, que debe integrar la justicia en las discusiones sobre el ambiente, para escuchar tanto el clamor de la tierra como el clamor de los pobres...  Todo está conectado. Por eso se requiere una preocupación por el ambiente unida al amor sincero hacia los seres humanos y a un constante compromiso ante los problemas de la sociedad”. (Papa Francisco, Sobre el cuidado de la casa común [Laudato Si’], n.  49, 91)  
 
“La noción de bien común incorpora también a las generaciones futuras. Las crisis económicas internacionales han mostrado con crudeza los efectos dañinos que trae aparejado el desconocimiento de un destino común, del cual no pueden ser excluidos quienes vienen detrás de nosotros. Ya no puede hablarse de desarrollo sostenible sin una solidaridad intergeneracional. Cuando pensamos en la situación en que se deja el planeta a las generaciones futuras, entramos en otra lógica, la del don gratuito que recibimos y comunicamos. Si la tierra nos es donada, ya no podemos pensar sólo desde un criterio utilitarista de eficiencia y productividad para el beneficio individual. No estamos hablando de una actitud opcional, sino de una cuestión básica de justicia, ya que la tierra que recibimos pertenece también a los que vendrán”. (Papa Francisco, Sobre el cuidado de la casa común [Laudato Si’], n. 159) 

 

“Los seres humanos no somos meros beneficiarios, sino custodios de las demás criaturas. Por nuestra realidad corpórea, Dios nos ha unido tan estrechamente al mundo que nos rodea, que la desertificación del suelo es como una enfermedad para cada uno, y podemos lamentar la extinción de una especie como si fuera una mutilación. No dejemos que a nuestro paso queden signos de destrucción y de muerte que afecten nuestra vida y la de las futuras generaciones”. (Papa Francisco, La alegría del Evangelio [Evangelii Gaudium], n. 215) 

 

“[El ambiente natural] es un don de Dios para todos, y su uso representa para nosotros una responsabilidad para con los pobres, las generaciones futuras y toda la humanidad... Los deberes que tenemos con el ambiente están relacionados con los que tenemos para con la persona considerada en sí misma y en su relación con los otros. No se pueden exigir unos y conculcar otros”. (Papa Benedicto XVI, La caridad en la verdad [Caritas in Veritate], n. 48, 51) 

 

“Los cambios en los estilos de vida basados sobre virtudes morales tradicionales pueden facilitar el camino hacia una economía mundial sustentable y equitativa en la que el sacrificio ya no será un concepto impopular. Para muchos de nosotros, una vida menos centrada en las ganancias materiales puede hacernos recordar que somos más de lo que poseemos. El rechazar las falsas promesas del consumo excesivo o llamativo puede hasta permitirnos más tiempo para la familia, amigos y responsabilidades cívicas. Un sentido renovado del sacrificio y la moderación podría constituir una contribución esencial para tratar el problema del cambio climático global”. (Conferencia de Obispos Católicos de los Estados Unidos, Cambio climático global: Llamado al diálogo, la prudencia y el bien común)  
 
“Es asimismo preocupante, junto con el problema del consumismo y estrictamente vinculado con él, la cuestión ecológica. El hombre, impulsado por el deseo de tener y gozar, más que de ser y de crecer, consume de manera excesiva y desordenada los recursos de la tierra y su misma vida...    El hombre, que descubre su capacidad de transformar y, en cierto sentido, de ‘crear’ el mundo con el propio trabajo, olvida que éste se desarrolla siempre sobre la base de la primera y originaria donación de las cosas por parte de Dios. Cree que puede disponer arbitrariamente de la tierra, sometiéndola sin reservas a su voluntad como si ella no tuviese una fisonomía propia y un destino anterior dados por Dios, y que el hombre puede desarrollar ciertamente, pero que no debe traicionar.  En vez de desempeñar su papel de colaborador de Dios en la obra de la creación, el hombre suplanta a Dios y con ello provoca la rebelión de la naturaleza, más bien tiranizada que gobernada por él”. (San Juan Pablo II, En el centenario [Centesimus annus], n. 37) 

 

“El dominio confiado al hombre por el Creador no es un poder absoluto, ni se puede hablar de libertad de ‘usar y abusar’, o de disponer de las cosas como mejor parezca. La limitación impuesta por el mismo Creador desde el principio, y expresada simbólicamente con la prohibición de ‘comer del fruto del árbol’ (cf. Gén 2, 16 s.), muestra claramente que, ante la naturaleza visible, estamos sometidos a leyes no sólo biológicas sino también morales, cuya transgresión no queda impune. Una justa concepción del desarrollo no puede prescindir de estas consideraciones —relativas al uso de los elementos de la naturaleza, a la renovabilidad de los recursos y a las consecuencias de una industrialización desordenada—, las cuales ponen ante nuestra conciencia la dimensión moral, que debe distinguir el desarrollo”. (San Juan Pablo II, Sobre la preocupación social [Sollicitudo rei Socialis], n. 34)