Vida y dignidad de la persona humana

 

La Iglesia Católica proclama que la vida humana es sagrada y que la dignidad de la persona es la base de una visión moral para la sociedad. Esta creencia es el fundamento de todos los principios de nuestra enseñanza social. En nuestra sociedad, la vida humana está bajo el ataque directo del aborto y la eutanasia. La vida humana está amenazada por la clonación, las investigaciones sobre las células madre embrionarias y por la aplicación de la pena de muerte. El poner intencionalmente la mira en la población civil durante una guerra o un ataque terrorista siempre está mal. La enseñanza católica nos llama siempre a hacer todo lo posible para evitar una guerra. Las naciones deben proteger el derecho a la vida encontrando maneras eficaces para evitar los conflictos y para resolverlos por medios pacíficos. Creemos que toda persona tiene un valor inestimable, que las personas son más importantes que las cosas y que la medida de cada institución se basa a en si amenaza o acrecienta la vida y la dignidad de la persona humana. 

 

La Escritura: 

 

  • Génesis 1, 26-31 
             Dios creó al hombre y a la mujer a su imagen.    

    

  • Deuteronomio 10, 17-19 
               Dios ama al huérfano, a la viuda y al extranjero.      

  

  • Salmos 139, 13-16   
               Dios nos formó a cada uno de nosotros y nos conoce íntimamente.        

  

  • Proverbios 22, 2 
               El rico y el pobre tienen esto en común: el Señor los hizo a los dos. 

 

  • Lucas 10, 25-37 
               El buen samaritano reconocía la dignidad del otro y se preocupaba por su vida. 

 

  • Juan 4, 1-42 
        Jesús rompió con las costumbres sociales y religiosas para honrar la dignidad de la mujer samaritana. 

 

  • Romanos 12, 9-18 
               Ámense los unos a los otros, apoyen a los demás en sus necesidades, vivan en paz con todos. 

 

  • 1 Corintios 3, 16 
                Ustedes son templo de Dios y el Espíritu de Dios habita en ustedes. 

 

  • Gálatas 3, 27-28 
               Todos los cristianos son uno en Cristo Jesús. 

 

 

  • 1 Juan 3, 1-2 
              ¡Miren cómo nos amó el Padre! Quiso que nos llamáramos hijos de Dios. 

 

  • 1 Juan 4, 7-12 
               Amémonos los unos a los otros, porque el amor procede de Dios. 

Tradición   

“El mundo existe para todos, porque todos los seres humanos nacemos en esta tierra con la misma dignidad. Las diferencias de color, religión, capacidades, lugar de nacimiento, lugar de residencia y tantas otras no pueden anteponerse o utilizarse para justificar los privilegios de unos sobre los derechos de todos. Por consiguiente, como comunidad estamos conminados a garantizar que cada persona viva con dignidad y tenga oportunidades adecuadas a su desarrollo integral”. (Papa Francisco, Sobre la fraternidad y la amistad social [Fratelli Tutti], n. 118)  

 

“Si hay que respetar en toda situación la dignidad ajena, es porque nosotros no inventamos o suponemos la dignidad de los demás, sino porque hay efectivamente en ellos un valor que supera las cosas materiales y las circunstancias, y que exige que se les trate de otra manera. Que todo ser humano posee una dignidad inalienable es una verdad que responde a la naturaleza humana más allá de cualquier cambio cultural. Por eso el ser humano tiene la misma dignidad inviolable en cualquier época de la historia y nadie puede sentirse autorizado por las circunstancias a negar esta convicción o a no obrar en consecuencia”. (Papa Francisco, Sobre la fraternidad y la amistad social [Fratelli Tutti], n. 213)  

 

“La defensa del inocente que no ha nacido, por ejemplo, debe ser clara, firme y apasionada, porque allí está en juego la dignidad de la vida humana, siempre sagrada, y lo exige el amor a cada persona más allá de su desarrollo. Pero igualmente sagrada es la vida de los pobres que ya han nacido, que se debaten en la miseria, el abandono, la postergación, la trata de personas, la eutanasia encubierta en los enfermos y ancianos privados de atención, las nuevas formas de esclavitud, y en toda forma de descarte. No podemos plantearnos un ideal de santidad que ignore la injusticia de este mundo, donde unos festejan, gastan alegremente y reducen su vida a las novedades del consumo, al mismo tiempo que otros solo miran desde afuera mientras su vida pasa y se acaba miserablemente”. (Papa Francisco, Alegraos y regocijaos [Gaudete et Exsultate], n. 101)  

 

“Si tenemos en cuenta que el ser humano también es una criatura de este mundo, que tiene derecho a vivir y a ser feliz, y que además tiene una dignidad especialísima, no podemos dejar de considerar los efectos de la degradación ambiental, del actual modelo de desarrollo y de la cultura del descarte en la vida de las personas”. (Papa Francisco, Sobre el cuidado de la casa común [Laudato Si’], n. 43).  

 

“Cuando no se reconoce en la realidad misma el valor de un pobre, de un embrión humano, de una persona con discapacidad –por poner sólo algunos ejemplos–, difícilmente se escucharán los gritos de la misma naturaleza. Todo está conectado”. (Papa Francisco, Sobre el cuidado de la casa común [Laudato Si’], n. 117)  
 
“Así como el mandamiento de ‘no matar’ pone un límite claro para asegurar el valor de la vida humana, hoy tenemos que decir ‘no a una economía de la exclusión y la inequidad’. Esa economía mata. No puede ser que no sea noticia que muere de frío un anciano en situación de calle y que sí lo sea una caída de dos puntos en la bolsa. Eso es exclusión. No se puede tolerar más que se tire comida cuando hay gente que pasa hambre. Eso es inequidad. Hoy todo entra dentro del juego de la competitividad y de la ley del más fuerte, donde el poderoso se come al más débil. Como consecuencia de esta situación, grandes masas de la población se ven excluidas y marginadas: sin trabajo, sin horizontes, sin salida. Se considera al ser humano en sí mismo como un bien de consumo, que se puede usar y luego tirar. Hemos dado inicio a la cultura del ‘descarte’ que, además, se promueve. Ya no se trata simplemente del fenómeno de la explotación y de la opresión, sino de algo nuevo: con la exclusión queda afectada en su misma raíz la pertenencia a la sociedad en la que se vive, pues ya no se está en ella abajo, en la periferia, o sin poder, sino que se está fuera. Los excluidos no son ‘explotados’ sino desechos, ‘sobrantes’”. (Papa Francisco, La alegría del evangelio [Evangelii Gaudium], n. 53) 

 

“La dignidad de la persona y las exigencias de la justicia requieren, sobre todo hoy, que las opciones económicas no hagan aumentar de manera excesiva y moralmente inaceptable las desigualdades”. (Papa Benedicto XVI, La caridad en la verdad [Caritas in Veritate], n. 32)    

 

El ser humano es la única criatura terrestre a la que Dios ha querido por sí misma; están impresos con la imagen de Dios. Su dignidad no procede del trabajo que realizan, sino de las personas que son. (Ver San Juan Pablo II, En el centenario [Centesimus Annus], n. 11) 

“Todo lo que la Iglesia cree con respecto a las dimensiones morales de la vida económica se basa en su visión del valor trascendente – el carácter sagrado – de los seres humanos. La dignidad de los seres humanos, realizada en comunión con los demás, es el criterio que hay que usar para medir todos los aspectos de la vida económica. Todo ser humano, por lo tanto, es un fin en sí mismo, de modo que las instituciones que integran la economía deben estar a su servicio; no es un medio que se puede explotar para metas mezquinas. El ser humano debe ser respetado con devoción religiosa. Debemos tratarnos unos a otros con aquel sentido de temor reverencial que sentimos cuando estamos en presencia de lo sagrado, porque eso somos los seres humanos: seres creados a la imagen de Dios (Génesis 1, 27)”. (Conferencia de Obispos Católicos de los Estados Unidos, Justicia económica para todos, n. 28) 

 

“Cada persona, precisamente en virtud del misterio del Verbo de Dios hecho carne (cf. Jn 1, 14), es confiada a la solicitud materna de la Iglesia. Por eso, toda amenaza a la dignidad y a la vida del hombre repercute en el corazón mismo de la Iglesia, afecta al núcleo de su fe en la encarnación redentora del Hijo de Dios, la compromete en su misión de anunciar el Evangelio de la vida por todo el mundo y a cada criatura (cf. Mc 16, 15)”. (San Juan Pablo II, El Evangelio de la vida [Evangelium vitae], n. 3) 

 

“Explícitamente, el precepto ‘no matarás’ tiene un fuerte contenido negativo: indica el límite que nunca puede ser transgredido. Implícitamente, sin embargo, conduce a una actitud positiva de respeto absoluto por la vida, ayudando a promoverla y a progresar por el camino del amor que se da, acoge y sirve”. (San Juan Pablo II, El Evangelio de la vida [Evangelium vitae], n. 54) 

 

“El principio capital, sin duda alguna, de esta doctrina afirma que el hombre es necesariamente fundamento, causa y fin de todas las instituciones sociales; el hombre, repetimos, en cuanto es sociable por naturaleza y ha sido elevado a un orden sobrenatural”. (San Juan XXIII, Madre y Maestra [Mater et Magistra], n. 219) 

 

“Existen también desigualdades escandalosas que afectan a millones de hombres y mujeres. Están en abierta contradicción con el Evangelio: ‘La igual dignidad de las personas exige que se llegue a una situación de vida más humana y más justa. Pues las excesivas desigualdades económicas y sociales entre los miembros o los pueblos de una única familia humana resultan escandalosas y se oponen a la justicia social, a la equidad, a la dignidad de la persona humana y también a la paz social e internacional’”. (Catecismo de la Iglesia Católica, n. 1938 citando [Gaudium et Spes], n. 29). 

 

“Cuanto ofende a la dignidad humana, como son las condiciones infrahumanas de vida, las detenciones arbitrarias, las deportaciones, la esclavitud, la prostitución, la trata de blancas y de jóvenes; o las condiciones laborales degradantes, que reducen al operario al rango de mero instrumento de lucro, sin respeto a la libertad y a la responsabilidad de la persona humana: todas estas prácticas y otras parecidas son en sí mismas infamantes, degradan la civilización humana, deshonran más a sus autores que a sus víctimas y son totalmente contrarias al honor debido al Creador”. (Concilio Vaticano II, La Iglesia en el mundo actual [Gaudium et Spes], n. 27)