Familias misioneras, fermento en la Iglesia y en la sociedad

Por Mar Muñoz-Visoso
4 de febrero 2014

En una reciente catequesis de los miércoles (Enero 15, 2014) el Papa Francisco nos recordó que todos somos misioneros en virtud de nuestro bautismo. Las palabras de Jesús a sus discípulos antes de ascender al cielo constituyen la misión universal de cada discípulo y de cada comunidad cristiana: "Vayan y hagan discípulos de todos los pueblos y bautícenlos para consagrarlos al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo, enseñándoles a cumplir todo lo que les he mandado.”

Numerosos pasajes bíblicos nos muestran como desde el principio de la Iglesia existe una relación íntima entre la misión y ciertos hogares o casas. Recientemente tuve oportunidad de dar una conferencia en el 4º Congreso Americano Misionero celebrado en Maracaibo, Venezuela. El tema asignado fue “Familias Misioneras Ad-Intra y Ad-extra (hacia adentro y hacia afuera). Entendiendo  los conceptos de “misión” y “familia misionera” en sentido amplio, podemos decir que el “ser” de la familia (comunión) informa su acción (misión) y que, por tanto, ambas comunión y misión son realidades inseparables

Las familias son misioneras “ad-intra” en varias maneras. En primer lugar al interior de la familia misma como espacio de la primera evangelización. La educación en la fe y en los valores sucede primero que nada en la familia. Los padres son los primeros educadores, pero en esta labor están acompañados (y a menudo suplidos) por abuelos, tíos, padrinos y otra familia extendida, especialmente en las actuales condiciones del trabajo y de la emigración. En la familia unos nos enseñamos a otros, los adultos a los jóvenes y los niños a los mayores.

También podemos considerar la misión de la familia al interior de la Iglesia. Decía Juan Pablo II que “la familia es la vía de la Iglesia”. La familia que vive su fe como iglesia doméstica da testimonio a otras familias cristianas; es pilar y fermento en su misma comunidad. Son familias que se acercan a otras familias creyentes y les animan a aceptar el reto de participar y construir juntos la comunidad. Son familias evangelizadoras, familias catequistas, familias que miran por las necesidades espirituales y materiales de la iglesia local y universal. Familias promotoras de vocaciones en la Iglesia, en toda su variedad y amplitud: al sacerdocio, al matrimonio, a la vida religiosa o consagrada, al diaconado permanente, al ministerio o apostolado laical.

Pero la familia también tiene un importante papel en la misión ad-extra, o hacia afuera de sí misma y su comunidad cristiana. La familia es célula básica de la sociedad. Y la familia cristiana esta llamada a ser fermento de la sociedad.  Las familias “predican” con su testimonio de vida y de palabra a quienes necesitan que el evangelio les sea anunciado de nuevo (o por vez primera) en todas sus dimensiones y con todas sus consecuencias. Con su testimonio y participación social trabajan por crear una “cultura de la familia” (Carta a las Familias, Juan Pablo II) y una sociedad más justa y humana.

Asimismo, cabe recordar el rol de la familia emigrante/inmigrante en la nueva evangelización (Benedicto XVI, Mensaje para la Jornada Mundial del Emigrante y del Refugiado, 2012). Muchas familias inmigrantes se convierten en misioneros de hecho y, a menudo, traen nueva vida a las comunidades que los reciben. Estas familias juegan un papel importantísimo en el exilio al reunir y mantener a la comunidad anclada en la fe y en la oración, especialmente en ausencia de sacerdotes y religiosos que acompañen a las comunidades en su migración. En este sentido, los movimientos apostólicos como la Renovación Carismática, Cursillos de Cristiandad y otros, han sido apoyo y semillero de numerosas “familias misioneras”. Al acudir a la Iglesia por varios motivos, muchas familias inmigrantes reconectan con su fe en este nuevo contexto a través de oportunidades formativas que no tuvieron o no pudieron aprovechar en sus lugares de origen. Y descubiertas las nuevas “razones para la esperanza” (1 Pe 3, 15) no quieren dejar de comunicar la Buena Nueva a familiares y conocidos.

Finalmente existen entre nosotros las familias misioneras ad gentes: familias que viajan a otras regiones y países, a encontrar otros pueblos y culturas, generalmente a través de estructuras y canales eclesiales ya establecidos, como comunidades religiosas y movimientos o sociedades de vida apostólica. Movilizar a familias enteras para el propósito misionero requiere un proceso serio de discernimiento, maduración y preparación. Pero ya muchas comunidades en EE.UU. están  recibiendo o enviando familias en misión. En el mensaje final del Congreso Misionero quedó claro que América Latina, aun embarcada actualmente en su propio proceso de Misión Continental, acepta el reto de producir misioneros para la Iglesia en el mundo. ¿Aceptamos el mismo reto las familias latinas en EE.UU.?

La familia está llamada a tener un papel muy importante en la nueva evangelización. Todo liderazgo parroquial que se precie debería reconsiderar su relación con las “iglesias domesticas” (familias) presentes en su territorio y buscar activamente más y mejores maneras de fortalecerlas y hacerlas protagonistas de la misión universal.
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Mar Muñoz-Visoso es directora ejecutiva del Secretariado de Diversidad Cultural en la Iglesia en la Conferencia de Obispos Católicos de Estados Unidos.

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