Francisco, Frontera, Fe y Familia

Mayo 2016

Por  Ralph McCloud

Recientemente tuve la bendición de poder acompañar a los "invitados de honor" o "VIPs del Papa Francisco" cuando asistieron a una Misa en la frontera entre Estados Unidos y México.

Estos invitados VIPs no eran directores generales, vicepresidentes o celebridades. Más bien estos VIPs fueron, como los definió el papa Francisco, migrantes, inmigrantes indocumentados, menores no acompañados y miembros de familias separadas por grandes vallas, seguridad armada y leyes y políticas inmigratorias obsoletas.

Antes de la Misa nos congregamos un par de horas en el salón parroquial de San Pío esperando nuestro turno para pasar el proceso de seguridad. En el salón había un aire de entusiasmo nervioso, ya que realmente no comprendíamos del todo lo que estábamos a punto de experimentar. Los VIPs estaban contentos de reunirse con cardenales, obispos y líderes de la Iglesia. Había una obvia gratitud por el trabajo de la Iglesia en materia de inmigración y cuidado legítimo del migrante.

Después de pasar por el proceso de seguridad, fuimos trasladados en bus hacia un dique que separa El Paso, Texas, Estados Unidos, de Juárez, México.

En la mente de la mayoría de nosotros estaban muy presentes los miles de personas que han muerto tratando de cruzar la frontera con la esperanza de una vida mejor para sí y sus familias. El propio papa Francisco pasó varios minutos de oración en silencio en nombre de esas vidas perdidas.

En su homilía, el Santo Padre dijo: "Esta tragedia humana que representa la migración forzada hoy en día es un fenómeno global. Esta crisis, que se puede medir en cifras, nosotros queremos medirla por nombres, por historias, por familias. Son hermanos y hermanas que salen expulsados por la pobreza y la violencia, por el narcotráfico y el crimen organizado. Frente a tantos vacíos legales, se tiende una red que atrapa y destruye siempre a los más pobres. No sólo sufren la pobreza sino que además tienen que sufrir todas estas formas de violencia. Injusticia que se radicaliza en los jóvenes, ellos, 'carne de cañón', son perseguidos y amenazados cuando tratan de salir de la espiral de violencia y del infierno de las drogas".

Me hizo recordar cómo, al querer probar nuestros argumentos, recitamos números, índices y estadísticas, que no comparten la historia humana, que pasan por alto los rostros de las personas y la realidad de nuestra humanidad compartida. Esta compartición "santa" me impactó más cuando las personas del lado de Juárez de la frontera y del lado de El Paso recibieron la comunión: un solo Dios, una sola Iglesia, una sola fe y una sola familia, todos compartiendo al mismo tiempo el Cuerpo de Cristo. Escuché al papa Francisco al final de su homilía cuando dijo: "...podemos orar, cantar y celebrar juntos ese amor misericordioso que el Señor nos da y que ninguna frontera podrá impedirnos compartir".

Durante la Misa, a pesar de una frontera tan fortificada y el intenso patrullaje de seguridad, una paz increíble nos rodeaba, una calma que no era resultado de los cercos o las armas de fuego. Por un breve momento, la frontera fue intrascendente. Oraciones y súplicas fluían en ambos lados tan libremente como los pájaros que daban vueltas encima de nosotros. Juntos oramos por las generaciones pasadas y por las aún no nacidas. Oramos para que sus vidas puedan ser vividas al máximo, y recordamos que ninguna frontera puede impedirnos ser una sola familia.
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Ralph McCloud es director de la Campaña Católica para el Desarrollo Humano de la Conferencia de Obispos Católicos de los EE.UU.