Kimberly Baker

9 de marzo de 2018

Me gusta participar en reuniones de "grupos pequeños" locales unidas por la fe. Hacerlo me da la oportunidad de conocer a otros católicos—muchos de ellos, adultos jóvenes—con una variedad de trasfondos, profesiones y etapas en su camino espiritual. En ocasiones, los miembros de las comunidades comparten dificultades relacionadas con la fe y otras áreas de su vida personal. Algunos han compartido luchas con su salud mental, y los otros miembros de la comunidad siempre responden con mucha compasión. Su amabilidad es un recordatorio inspirador para mí de cómo, el más común de nosotros puede ayudar a desarrollar una cultura de la vida de la formas más pequeñas: haciéndonos conscientes de las personas que luchan con problemas de salud mental, y con sensibilidad ante estos, sin importar el entorno o las circunstancias en que nos enteremos de estos trastornos.

Me impresiona que tanta apertura y valentía para hablar sobre la salud mental crezca entre las generaciones más jóvenes, incluso en un grupo abierto para compartir la fe con personas relativamente extrañas. Esto también me ha ayudado a ver que más gente de la que podemos darnos cuenta tiene luchas que a menudo son invisibles. Según lo que he observado, cuando una persona comparte sus dificultades con su salud mental, esto puede llevar a la pequeña comunidad a un plano más profundo de comprensión y un mayor respeto y sensibilidad por la persona que comparte sus experiencias, en lugar de que se transforme en un momento de incomodidad y alienación. Esto puede generar un sentido de comunidad más fuerte y acrecentar el espíritu de respeto mutuo y apoyo ya presentes en las conversaciones.

Cada uno de nosotros es invaluable ante los ojos de Dios. Cada uno de nosotros, como mensajeros del amor de Dios, tiene la capacidad de crear encuentros positivos que puedan a ayudar a reafirmar la dignidad del otro y aliviniar su carga, especialmente en la manera en que hablamos y actuamos. No existe ningún sustituto para la ayuda profesional, pero hay cosas pequeñas y simples que podemos hacer de manera proactiva para brindar el mayor apoyo posible a quienes comparten sus problemas de salud mental con nosotros.

Por ejemplo, podríamos educarnos a nosotros mismos sobre cómo ser una presencia más alentadora y de apoyo para otros en general. Podríamos familiarizarnos con distintos trastornos de la salud mental y aprender más específicamente cómo brindar apoyo a personas que padezcan esos problemas. Podríamos averiguar cuáles son los recursos locales para referirlos a ellos o tener a mano una línea telefónica de prevención del suicidio. Esos pasos pueden ayudarnos a poder responder adecuadamente en todas nuestras relaciones, ya sea que se trate de alguien que confía en nosotros como miembro de la familia, un amigo, un compañero de trabajo o un conocido en nuestra comunidad de fe local.

Al practicar el respeto a la santidad y la dignidad de cada vida humana, mantengamos presente y en oración a todos los que luchan con problemas de salud mental. En caso de que, de alguna manera, nos enteremos de las luchas de alguien en esta área, como mensajeros del amor de Dios, siempre respondamos con compasión y sensibilidad. Crear una cultura de respeto y amabilidad es algo increíblemente bueno en pro de la vida. En algunos casos, es posible que incluso ayudemos a salvar una vida.


Kimberly Baker es coordinadora de programas y proyectos para el Secretariado de Actividades Pro-Vida de la Conferencia de Obispos Católicos de los EE. UU.  Para más información acerca de las actividades pro vida de los obispos, vea: www.usccb.org/prolife.