Aaron Matthew Weldon

 

13 de marzo de 2015

Poco después de que mi esposa había dado a luz a nuestro primer hijo, lo sostuve en brazos y me sentí profundamente conmovido por su impotencia. Antes de ese momento, tenía cierta idea de lo mucho que un niño depende de los demás, pero cuando mi esposa me lo dio en brazos lo comprendí de manera tangible ese sofocante día de verano en Washington, D.C. Esos momentos al comienzo de la vida, así como al final, nos muestran de una manera muy vívida una de las verdades profundas sobre ser humanos: dependemos totalmente de los demás.

Sabemos que “ningún hombre es una isla”. Todos somos interdependientes, y nuestras acciones afectan a los demás. Pero en nuestra cultura, muchas veces glorificamos la idea de la independencia y la autosuficiencia absolutas. El personaje de Dr. Seuss en El Lorax, El-Una-Vez, lo explica bien al decir: “Tengo mis derechos, señor, y le digo que pienso seguir haciendo lo que estoy haciendo”: la mujer independiente. El hombre hecho y derecho. El mito del individuo autosuficiente puede resultar tentador, pero es falso.

Esta idea individualista sobre la persona humana surge en los debates sobre el suicidio asistido. Sus defensores hablan como si el paciente que sufre fuera la única persona involucrada. Sin duda, en estos debates, nos centramos en las personas que están sufriendo. Pero al mismo tiempo, no podemos olvidar que un suicidio es una muerte en una familia, una herida en una comunidad. Deja atrás a otros que deben reponerse. De hecho, un estudio reciente en Suiza, donde esta práctica es legal, descubrió que uno de cada seis amigos o familiares presentes durante un suicidio asistido sufren luego depresión clínica o trastorno de estrés postraumático. Parecería que el suicidio asistido no pone fin al sufrimiento. Más bien, lo transfiere a los demás. Esta es una cuestión que afecta profundamente a la comunidad y debemos comprenderlo.

Solemos escuchar sobre los familiares, amigos y la comunidad que rodea a la gente mayor o que padece una enfermedad terminal cuando quien piensa en el suicidio dice que no quiere ser una carga para sus seres queridos. En una cultura basada en el mito de los individuos autónomos, nos duele la idea de ser una carga. Sentimos que nuestra dignidad disminuye cuando dependemos de los demás para que nos cuiden. Esto genera tristeza. Recibir el regalo del apoyo de los seres queridos al acercarnos al final de la vida es parte de ser humanos. Es más, lo cierto es que todos dependemos, siempre, de los demás.

El mito del individuo hecho y derecho, completamente independiente nubla nuestra visión, llevándonos a muchos a considerar que la sociedad está dividida entre quienes son fuertes y quienes pueden ser desechados. Sin embargo, nuestra dependencia es uno de los aspectos más hermosos de la vida humana. Dependemos de nuestros padres para recibir alimento. Dependemos de los familiares y amigos para soportar nuestras imperfecciones. Para que una comunidad tenga éxito es necesario que todos cooperen. La historia de la vida humana está repleta de momentos de dar y recibir cuidados. Estos momentos son las semillas de una cultura de la vida, una cultura que prospera cuando, como criaturas dependientes que somos, nos sentimos cómodos con lo que nos hace humanos.



Aaron Matthew Weldon is a staff assistant for the Secretariat of Pro-Life Activities, U.S. Conference of Catholic Bishops. Para más información sobre las actividades pro vida de los obispos, visite www.usccb.org/prolife o síganos en Facebook en www.facebook.org/peopleoflife.

 

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