Mary McClusky

 

13 de mayo de 2011

Hay cierta ironía en la ubicación del Animal Hospice End of Life Project (AHELP) [Cuidados terminales para animales] en el estado de Washington. La organización, con una red de voluntarios, proporciona asistencia para mascotas con necesidades especiales, atención paliativa (alivio del dolor) y cuidados terminales. No hay duda que las mascotas son compañeros maravillosos, y deben recibir atención adecuada. Pero irónicamente, el estado de Washington es uno de los dos únicos estados que han legalizado el suicidio asistido para los seres humanos, ofreciendo muerte en lugar de atención médica adecuada. Washington y el vecino Oregon han demostrado una política preferencial de ofrecer pastillas mortales a las personas en lugar de proporcionar medidas más costosas para cuidar la vida de los pacientes con enfermedad terminal. Una mirada breve a la actual situación legal y una revisión de la enseñanza católica sobre la atención en el final de la vida ayuda a establecer el correcto equilibrio de prioridades.

El suicidio asistido por los médicos generalmente se realiza por medio de una sobredosis de drogas, utilizando pastillas recetadas por un médico con la intención de realizar un suicidio. Oregon se convirtió en el primer estado en legalizar tal actividad en 1994. En 2008, el estado de Washington hizo lo mismo. Montana actualmente está considerando leyes que permitan a los médicos facilitar tal asesinato. La eutanasia, realizada contra otra persona, es “un acto u omisión que, por sí mismo o con intención, causa la muerte para eliminar el sufrimiento”. La Iglesia enseña que la eutanasia es un asesinato y una ofensa contra Dios y la dignidad de la persona.

La enseñanza católica reconoce la dignidad concedida por Dios de cada vida humana desde la concepción hasta la muerte natural. “Nosotros estamos obligados a recibirla con gratitud y a conservarla para su honor y para la salvación de nuestras almas. Somos administradores y no propietarios de la vida que Dios nos ha confiado... La cooperación voluntaria al suicidio es contraria a la ley moral” (Catecismo de la Iglesia Católica, 2280-2282).

Cuando los miembros de la familia humana corren riesgo de ser eliminados porque las autoridades públicas los consideran como una carga financiera o emocional, estamos llamados a proclamar su valor inestimable. En el otoño de la vida cuando los ancianos, enfermos o moribundos están más tentados a temer ser una carga para los demás, ellos están más necesitados de protección, atención y comodidad.

La medicina juega un papel enorme en asegurar que las necesidades de los miembros más vulnerables de nuestra sociedad se satisfagan. Hace décadas que hay hospicios tradicionales para cuidados terminales, y el campo de la atención paliativa que se desarrolla rápidamente —y que proporciona alivio para el dolor, apoyo emocional y asistencia para satisfacer las necesidades básicas— es más y más disponible.

Es bueno mejorar la atención para las mascotas, pero el desafío más importante de la sociedad es mejorar la atención de las personas en vez de ponerlas en riesgo de suicidio asistido y eutanasia. Contestar el llamado de la enseñanza católica para fomentar la atención paliativa es un buen comienzo. Para ver otros materiales sobre la enseñanza de la Iglesia sobre el suicidio asistido y la eutanasia, visite www.usccb.org/issues-and-action/human-life-and-dignity/end-of-life/euthanasia/index.cfm.


Mary McClusky es coordinadora de proyectos especiales del Secretariado de Actividades Pro-Vida de la Conferencia de Obispos Católicos de Estados Unidos. Para más información acerca de las actividades pro vida de los obispos, visite www.usccb.org/prolife.

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