Tom Grenchik

13 de febrero de 2015

Últimamente, he tomado el Metro al trabajo y, al esperar los trenes, he tenido mucho tiempo para reflexionar sobre lo que me rodea. Nuestro sistema de subtes en Washington DC consta de estaciones subterráneas y también al aire libre. Las estaciones subterráneas están bastante bien iluminadas, tienen altos techos abovedados y plataformas elevadas donde los pasajeros esperan la llegada del próximo tren. Pero a ambos lados de la plataforma hay dos túneles oscuros donde se pierden las vías y los caminos.

Me resulta fascinante que la mayoría de los pasajeros evita esperar cerca de dichas aperturas oscuras. Las áreas de la plataforma cerca de los túneles parecen tierra de nadie, un lugar donde uno no debería ir. Ya sea debido a la mirada de otros pasajeros o las cámaras de seguridad, sin duda entiendes que deberías mantenerte a una distancia prudente de dicha área.

Hace poco, noté letreros rojos cubiertos de polvo a la entrada de los túneles. Probablemente han estado allí por muchos años, pero debía ir a la tierra de nadie para leerlos bien. Dicen: “HABLA, ESCUCHAMOS. JUNTOS SOBREVIVIMOS”, seguido de un número de atención al suicida.

No sé cuántas personas se han quitado la vida en esos oscuros túneles, ni sé cuántos suicidios se han prevenido con esos mensajes rojos de esperanza. Pero los letreros sin duda están bien ubicados, y doy gracias que nuestro sistema de transporte hace el esfuerzo de intervenir cuando una persona que sufre está pensando en quitarse la vida. Resulta novedoso ver que alguna gente todavía considera que es una buena idea prevenir un suicidio.

Los defensores del suicidio asistido no comparten esa postura. Más de una decena de estados están evaluando legalizar el suicidio recetado por médicos. Y una preocupante cantidad de estadounidenses piensa que ayudar o no a la gente a matarse depende de lo enferma o discapacitada que la persona está.

Tenemos una doble moral que atenta contra la vida. Nuestra cultura está dispuesta a prevenir algunos suicidios, pero está alegre de asistir otros: los de las personas con discapacidades o quienes enfrentan enfermedades terminales. Si alguien pertenece al segundo grupo, el mensaje es que su vida no vale la pena y debería tener derecho a ponerle fin. Y si tiene el derecho de ponerle fin a su vida, quizás también tiene la obligación de hacerlo, ya que el resto de la cultura está de acuerdo. ¿Realmente estamos yendo en esta aterradora dirección?

Quizás las estaciones de subte del futuro mantengan los letreros rojos de advertencia para algunas personas vulnerables al suicidio. Pero si las estaciones siguieran el ejemplo de los defensores pro muerte, estarían sumando letreros verdes de neón, carteles modernos y todo tipo de promoción para ayudar a las personas que enfrentan enfermedades o una discapacidad a transitar el oscuro túnel del suicidio.

Recemos por todos los que pueden ser víctimas de este último avance de la cultura de la muerte. Y que nuestras palabras y obras siempre transmitan el gran valor de cada persona humana, sin importar su condición o circunstancias. Para averiguar cómo luchar contra la amenaza del suicidio asistido en su zona, póngase en contacto con la oficina de respeto por la vida de su diócesis. Puede encontrar la información de contacto en www.usccb.org/about/pro-life-activities/diocesan-pro-life-offices.cfm.
 

Tom Grenchik es Director Ejecutivo del Secretariado de Actividades Pro-Vida de la Conferencia de Obispos Católicos de los Estados Unidos.  Visite www.usccb.org/issues-and-action/human-life-and-dignity/assisted-suicide/to-live-each-day para más información sobre la postura de los obispos respecto al suicidio asistido y cuestiones relacionadas.

Únase a los obispos en su llamado a la oración y al ayuno por la Vida, el Matrimonio y la Libertad Religiosa.
Visite www.usccb.org/reza o envíe el mensaje de texto FAST al 55000. ¡Únase al movimiento!

 

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