Kermit Gosnell y el resto de nosotros (In English)

Richard M. Doerflinger

26 de abril de 2013

A pesar de que durante meses lo pasaron por alto, muchos medios de comunicación nacionales finalmente hoy día están cubriendo el juicio por homicidio al Dr. Kermit Gosnell, quien durante décadas estaba a cargo de una clínica de abortos en Filadelfia que el fiscal del distrito local llama “una casa del horror”. Se realizaban abortos electivos hasta las últimas semanas de embarazo por parte de personal no capacitado y sin licencia, en condiciones de suciedad que ponían en peligro a las mujeres. Este es el resumen más básico de un informe de 261 páginas del gran jurado repleto de detalles horrorosos. Entre muchas otras violaciones, a Gosnell se lo acusa de haber causado la muerte de una mujer por una sobredosis de sedantes, y de haber asesinado al menos a cuatro niños nacidos vivos durante intentos de abortos de embarazos avanzados “cortando” su médula espinal mientras luchaban por sobrevivir. Lo denominó “asegurar el deceso fetal”, y de acuerdo con su propio personal, lo hizo cientos de veces.

Al momento de la redacción de este escrito, el veredicto y la pena para Gosnell aún están pendientes. Pero ya ha comenzado otro juego de culpas, mientras la gente pregunta: ¿Quién hizo posible a alguien como Kermit Gosnell?

Los grupos pro aborto tienen una respuesta muy creativa pero cínicamente deshonesta: Echarles la culpa a los estadounidenses pro vida. Las personas que se oponen al aborto lo forzaron a la “clandestinidad”, se negaban a “integrarlo” a la práctica médica estándar, y se oponían a los fondos públicos que permitirían que mujeres pudieran realizarse abortos gratuitos de embarazos avanzados en clínicas seguras y “respetables”.

El intento de los defensores del aborto de pasar la culpa entra en conflicto con ciertos hechos:
  1. El reclamo de los fondos públicos fue desmentido hace más de tres décadas. Cuando los fondos federales para los abortos cesaron a fines de la década de 1970, los defensores del aborto rastrearon el país en búsqueda de un aumento de los abortos “no seguros”, y en cambio encontraron una reducción en general de los abortos y las complicaciones de los abortos.
  2. El informe del gran jurado sobre Gosnell directamente le echa la culpa a una serie de administraciones pro aborto en Pensilvania, que después de 1993 dejaron de inspeccionar las clínicas de aborto porque consideraron que esa vigilancia podría comprometer el “acceso” fácil al aborto.
  3. El gran jurado también responsabilizó los horrores de Gosnell a la National Abortion Federation (NAF), asociación comercial para las clínicas “respetables”, que había inspeccionado su clínica y encontrado numerosas violaciones a la ley, pero nunca las denunciaron a las autoridades. De hecho, Gosnell trabajaba un día a la semana en una clínica NAF en Delaware, que enviaba a mujeres a su consultorio de Filadelfia para abortos de embarazos avanzados.
  4. Las clínicas “respetables” también hacían daño a las mujeres. El Midtown Hospital de Atlanta, el sitio de abortos más grande de Georgia, era miembro de NAF y recibía derivaciones de Planned Parenthood. En 1998, lo cerró un juez debido a lo que documentos de un tribunal denominan su “indiferencia estremecedora” hacia las mujeres. Durante un período de cinco semanas el año pasado, tres mujeres fueron hospitalizadas después de realizarse un aborto en solo una clínica de Planned Parenthood en St. Louis.
  5. Cuando los autores de políticas de diversos estados descubrieron las terribles condiciones como las de la clínica de Gosnell, trataron de aprobar nuevos reglamentos sobre seguridad, y siempre recibieron una vigorosa oposición por parte de poderosos grupos pro aborto, que gastaron millones de dólares para detener tales garantías e incluso declararlas inconstitucionales. Lo mismo ha ocurrido cuando los legisladores tratan de proteger a los niños vivos que nacen parcial o completamente durante los abortos.
En resumen, el “acceso” ilimitado al aborto se ha vuelto un fin en sí mismo, superando todas las demás consideraciones. Un movimiento que antes aseguraba defender los derechos de las personas nacidas ya no ve al nacimiento como la frontera que necesariamente detiene el homicidio. Una industria que justificaba su existencia en cuanto a la “salud” de las mujeres está mostrando su indiferencia por la vida de las mujeres. Y una agenda que reclamaba personificar la “libertad de la elección” para la  mujeres ahora quiere obligar incluso a las mujeres pro vida a ayudar en abortos de embarazos avanzados contra su voluntad. (Sobre este último punto, véase la declaración en video de la enfermera Cathy DeCarlo en www.usccb.org/conscience.)

Gosnell es un caso especialmente atroz. Pero también es la punta del iceberg. Esta persona es una señal de alarma en la agenda sobre el aborto en nuestro país, si suficientes estadounidenses están dispuestos a oírla.
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Richard M. Doerflinger es subdirector del Secretariado de Actividades Pro-Vida de la Conferencia de Obispos Católicos de los Estados Unidos. Para más información acerca de las actividades pro vida de los obispos, visite www.usccb.org/prolife.