Vivirel Evangelio de la Vida (In English)

Anne McGuire 

3 de julio de 2013

Entré rápidamente a la oficina de mi colega para dejar unos papeles antes de seguir con el resto de las tareas de mi día. Su esposo de avanzada edad estaba allí con ella pero no hice siquiera una pausa para saludarlo antes de cumplir mi objetivo. Estaban camino a la puerta; yo estaba muy ocupada en llevar a cabo mi tarea. Casi ni noté su presencia.

Al terminar de entregarle los papeles a ella, él me miró y me regañó por no haberlo saludado. Aunque lo dijo en broma, la precisión de su comentario me sigue pesando en la conciencia, incluso cuando pienso sobre el momento ahora que han pasado varios días.

¿Cuántas veces veo a gente, incluso la miro a los ojos, sin considerar su presencia? No importa si esto es producto de mi propia inseguridad, pereza o cualquier otro motivo, el efecto es el mismo: no salgo de mi ensimismamiento ni considero a la persona delante de mí con el asombro que merece por haber sido creada por Dios y ahora existir gracias a Su amor. Como dijo el Papa Benedicto en su homilía al comienzo de su pontificado: "Cada uno de nosotros es el fruto de un pensamiento de Dios. Cada uno de nosotros es querido, cada uno es amado, cada uno es necesario". ¿Honro esta verdad con la manera en que trato a las personas que cruzo cada día? ¿Considero la dignidad de cada una de ellas, como una persona preciada para Dios?

En la encíclica Evangelium vitae (Evangelio de la vida), el Papa Juan Pablo II destaca que, como "pueblo para la vida", "urge ante todo cultivar, en nosotros y en los demás, una mirada contemplativa". Agrega que la misma "nace de la fe en el Dios de la vida, que ha creado a cada hombre haciéndolo como un prodigio" y que "es el momento... con el ánimo lleno de religiosa admiración, de venerar y respetar a todo hombre" (no. 32).

Cuando estudié un semestre en el exterior junto a 160 estudiantes de mi universidad, al principio consideraba a muchos como extraños. Pero con el tiempo, me asombró la increíble diversidad y belleza de la gente con quien viajé, estudié y rendí culto. Se convirtieron en personas de carne y hueso cuando supe más sobre sus familias y compartimos experiencias sobre las aventuras que ofrecen los viajes. No era que al principio del semestre hubieran sido menos dignos de la veneración y el respeto que menciona el Papa Juan Pablo II. Simplemente adquirí una mirada más contemplativa con el paso del tiempo.

La experiencia me enseñó a apreciar la belleza y humanidad de cada persona. Aunque tuve la oportunidad de vivir esta conmovedora experiencia con mis compañeros estudiantes mientras los llegaba a conocer mejor, cada persona merece la misma consideración, ya sea alguien con quien solo hacemos contacto visual al caminar por el supermercado o mi mejor amigo.

Mi encuentro con el esposo de mi colega y la experiencia con mis compañeros de estudio en el extranjero me animan a dedicar un minuto más a hacer una pausa y reconocer la presencia de la gente que el Señor pone en mi camino –aunque sea solo para sonreírles cuando nos cruzamos en el pasillo. Doy gracias por estos recordatorios. Le pido al Señor que nos conceda a todos la gracia de realmente ver a aquellos que Él pone en nuestro camino y contemplarlos con la mirada bondadosa de Cristo.


Anne McGuire es asistente ejecutiva para el Secretariado de Actividades Pro-Vida de la Conferencia de Obispos Católicos de los Estados Unidos. Para más información sobre las actividades pro vida de los obispos, visita www.usccb.org/prolife.