Declaración de MonseñorJoseph E. Kurtz, presidente de la Conferencia de Obispos Católicos de los EE.UU.

"Señor Cristo Jesús"

Estas tres palabras susurradas se escucharon más que el sonido del oleaje para vencer a la muerte, cuando 21 cristianos coptos – hermanos tan queridos como nuestras propias familias – se arrodillaron en la arena ante la espada de sus ejecutores.  El cuerpo y la sangre de Cristo fueron ofrecidos en la costa mediterránea en ese reciente día de febrero.  Nuestros cuerpos y sangres fueron ofrecidos porque como San Pablo nos enseña, somos un cuerpo en Cristo y "si sufre un miembro, todos los demás sufren con él". (1 Co 12:26).

Las palabras de nuestro Señor Cristo Jesús están vivas y presentes entre nosotros. "Si  me persiguieron a mí, los perseguirán también a ustedes". (Jn 15:20). Lugares de culto que han permanecido por siglos en la propia cuna del cristianismo están siendo destruidos. Familias están huyendo de decapitaciones, esclavitud sexual y hasta crucifixiones. Sitios como Mosul, donde las campanas navideñas han pregonado el nacimiento de nuestro Salvador sin interrupción por casi dos mil años, ahora han quedado en silencio mientras nuestros hermanos y hermanas en la fe están dispersos. Es nada menos que un genocidio.

Este domingo, más de 20 millones de católicos asistirán a Misa en todo los Estados Unidos, se arrodillarán en preparación para recibir la Santa Comunión. En la próxima semana, leerán la Biblia, enseñarán a sus hijos a orar y practicarán las virtudes cristianas en sus lugares de trabajo. Lo haremos así, en gran parte, sin temer a ser señalados por simplemente rendir culto a Dios. Este domingo, cuando nos arrodillemos, acerquémonos a quienes mueren en nombre de nuestra fe. Luego pongámonos de pie, renovados en solidaridad con quienes sufren en todas las religiones.

Pronto iniciaremos la celebración del Año Jubilar de la Misericordia anunciado por el Papa Francisco. Durante este año especial, el Santo Padre nos exhorta a redescubrir las obras de misericordia corporales y espirituales, incluyendo dar de comer al hambriento, acoger al forastero, consolar al triste, y rogar a Dios por los vivos y por los difuntos (Misericordiae Vultus, 15). ¿Cómo podremos acompañar a nuestros hermanos cristianos que sufren y a todas las personas de buena voluntad?

  1. Oración – Rodeados por la muerte, el abrazo amoroso de Jesús es frecuentemente el único consuelo de los mártires modernos. Oremos para que su fe les sostenga y nos inspire a acercarnos más fervientemente a Cristo en nuestras propias vidas.

  2. Testimonio – Nuestros corazones nunca se tornan indiferentes a las continuas historias de familias forzadas a abandonar sus hogares, separadas de sus seres queridos y que enfrentan un futuro incierto. No podemos vacilar en recordar sus nombres, hacer nuestras sus causas, y asegurar que nunca sean olvidados por los poderosos capaces de protegerlos.

  3. Contribuir – En septiembre pasado, las parroquias católicas en los Estados Unidos contribuyeron con una colecta especial en apoyo a nuestros hermanos y hermanas en el Oriente Medio. Podemos continuar nuestra generosidad a través de organizaciones como Catholic Relief Services o la Catholic Near East Welfare Association.

Como nos recuerda el Papa Francisco, la "religión auténtica es fuente de paz y no de violencia". Siempre confiando en la abundancia de la gracia de Cristo, esperamos con esperanza ver el día en que las personas de todos los credos vivan en armonía con sus vecinos.