Capítulo 6. El Hombre y la Mujer en Un Principio
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LA CAÍDA
La doctrina del pecado original es, por así decirlo, “el
reverso” de la Buena Nueva de que Jesús es el Salvador
de todos los hombres, que todos necesitan salvación y
que la salvación es ofrecida a todos gracias a Cristo.
—CIC, no. 389
¿Cómo es que, aun con las mejores intenciones, nos resulta tan difícil
hacer lo que está bien? Podemos buscar una explicación a esta pregunta
en los primeros capítulos del libro del Génesis. Aquí la aparente lucha
sin fin que existe entre el bien y el mal es descrita a través de la imagen
de la serpiente tentando a Adán y Eva con el fruto prohibido.
Dios les dijo: “Pueden comer de todos los árboles del jardín; pero
del árbol del conocimiento del bien y del mal te mando que no comas,
porque el día en que comas de él, morirás sin remedio” (Gn 2:16-17).
Sin embargo, el tentador dijo: “Eso de que ustedes van a morir no es
cierto. Al contrario, Dios sabe muy bien que, si comen de esos frutos,
se les abrirán los ojos y serán como dioses, pues conocerán el bien y el
mal” (Gn 3:4-5). Adán y Eva escogieron sus propios deseos, basados en
una mentira, contra la voluntad y el plan de Dios. El pecado entró en el
mundo a través de esta decisión de preferirse a ellos mismos en vez de a
Dios y su designio.
Por medio de la Caída de Adán y Eva, también se destruyó la armonía
de la creación. Si continuamos leyendo el libro del Génesis, vemos como
Adán y Eva se dieron cuenta de su condición pecadora, cómo fueron
expulsados del Edén y fueron forzados a vivir con el sudor de su frente.
La belleza y la armonía del plan creativo de Dios fueron perturbadas.
Así no era como tenía que ser. Una vez que el pecado entró en la vida
y en nuestro mundo, se destruyó la armonía con Dios, con uno mismo,
con los demás y con el mundo que nos rodea. Nos referimos a la Caída
y a sus consecuencias como “el Pecado Original”.
Cada uno de nosotros es el heredero de Adán y Eva. Su pecado
rompió la armonía creada por Dios, no solo para ellos, sino también
para nosotros. Vivimos en nuestra vida diaria los efectos del Pecado