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Segunda Parte. Los Sacramentos: La Fe Celebrada
así un valor nuevo” (CIC, no. 1368). Esto también nos recuerda la
importancia del sacrificio en la vida de cada individuo. En una cultura
egocéntrica, donde se enseña a la gente a ir más allá de sí misma cuando
pueden recibir algo a cambio, los sacrificios que cada uno de nosotros
hacemos, siguiendo el ejemplo de Jesús, quien sacrificó libremente su vida
por su amor a todos, indican la realidad y el poder del amor de Dios
por nosotros.
La entrega de Cristo une a los miembros de la Iglesia aquí en la
tierra y en el cielo. Se menciona al Papa, principal pastor del Pueblo
de Dios, en cada Misa por el bien de la unidad de toda la Iglesia. Se
menciona al obispo de la diócesis porque él es el pastor de la Iglesia local
e instrumento de su unidad. El texto de la Plegaria Eucarística también
recuerda la presencia de la Santísima Virgen María y todos los santos
ya que se unen a nosotros en este acto de culto. Gracias a los beneficios
del sacrificio de Cristo, la Misa también se ofrece por los fieles fallecidos
—quienes han muerto en Cristo pero que todavía no han sido totalmente
purificados— para que puedan disfrutar de la gloria celestial.
LA MISA ES UN BANQUETE SAGRADO
“Si no comen la carne del Hijo del hombre y no beben su sangre,
no podrán tener vida en ustedes” (Jn 6:53). Jesucristo comparte con
nosotros su Cuerpo y Sangre bajo las especies del pan y el vino. La
Misa es así un banquete sagrado que culmina con la recepción de la
Sagrada Comunión. La Iglesia nos urge a prepararnos conscientemente
para este momento. Deberíamos estar en un estado de gracia, y si somos
conscientes de un pecado grave o serio, debemos recibir el sacramento de
la Penitencia antes de recibir la Sagrada Comunión. También se espera de
nosotros que ayunemos durante por lo menos una hora antes de recibir
la Sagrada Comunión. “Por lo tanto, como toda generación católica que
nos precedió, debemos ser guiados por las palabras de San Pablo: ‘Por
lo tanto, el que come el pan o bebe la copa del Señor indignamente peca
contra el cuerpo y la sangre del Señor’ (1 Co 11:27). Esto quiere decir
que todos deberán hacer un examen de conciencia para ver si son dignos
de recibir el Cuerpo y la Sangre de nuestro Señor. Este examen incluye
fidelidad a la enseñanza moral de la Iglesia en su vida pública y en su